Por Jorge Olavarria H., 23/03/2015
Considerando… es aturdidor lo poco aturdida que parece estar la
sociedad. No creo que sea conformismo, indolencia o aguante. Pudiera ser todo
lo contrario. Quizá estamos tan ofuscados, tan saturados que parecemos
anestesiados. Quizá lo que nos tiene así es un estado de desconcierto, que
siempre es perjudicial. Y en medio de esta anarquía de mendigos, nuestros
líderes de “oposición” –quienes por compromiso deberían estar revelándonos las
causas de esta hecatombe y las propuestas para salir de este laberinto—, pactan
y negocian sus pedazos de la torta en las figuradas elecciones parlamentarias.
Un conformismo que está por debajo de la cobardía porque es descerebrado, como
si la sabiduría de los errores cometidos no nos hubiera dejado nada. Y eso
también es particularmente aturdidor. Clausewitz decía algo como que – es
preferible actuar y equivocarse a dudar y permitir que caduque el momento para
la acción. También decía que— contra la estupidez humana, hasta los dioses
pelean una batalla perdida.
Pero, veamos—la primicia de la interacción de la sociedad con sus
liderazgos políticos estipula que interactuamos con el liderazgo con los que
nos identificamos, sea porque comparten nuestros valores, nuestros intereses o
nuestras visiones de sociedad, justicia, y hasta decencia. Ahora bien, ¿Cuáles
son los valores que tú defiendes que también defienden Ramos Allup, Henrique
Capriles, Julio Borges, Henry Falcón o la jerarquía de AD..de PJ?
(En esta fórmula no debería bastar –ya no—el concepto del “antagónico
común”, que, si acaso, también se merecería una revisión de cuánto antagonismo
–moral, político o estructural—queda realmente entre esta oposición sumisa, que
negocia y pacta con el régimen.)
¿Cuánto valor tiene todavía el perpetuo chantaje de la “unidad” de la
boca del candidato vitalicio?
Al final de cuentas, el verdadero adversario sigue siendo el populismo
y el colectivismo, el paternalismo clientelar que oímos en las retóricas y en
su comportamiento de todos los días, que demuestra que la oposición sumisa anhela
la misma cosa que hoy nos subyuga, nos explota y nos mantiene idiotizados en la
mentalidad tercermundista.
La otra porción de la oposición pareciera dedicarle la mayor parte de
sus energías (y limitados recursos) a hacer que abramos los ojos. Que a la
ciudadanía se entere y le importe lo que sucede. A veces que comprendamos los
orígenes de la hecatombe en la que nos ha metido este longevo régimen
facho-comunista. Gandhi decía que la verdad es la verdad aunque únicamente sea
apoyada por una minoría hasta de una persona, y que la verdad queda de pie
aunque no tenga ningún soporte.
Por eso es que necesitamos una oposición que más que hacer oposición
nos haga entender lo desastroso que es un gobierno condescendiente,
todopoderoso cuyo colectivismo marxista ha ocupado, expropiado no solo los
“medios de producción” sino todos los aspectos de la vida nacional.
No basta con cambiar a un mal gobierno que encabeza un pésimo
Presidente, hay que cambiar los paradigmas falaces (que por ignorancia,
cobardía o estupidez repite la oposición sumisa). Hay que regresarles la
República a los ciudadanos. Se apropiaron de la noble personalidad del pueblo y
la reconstruyeron ajustada a la imagen de una patraña socialista, dependiente y
amoral que no admira el trabajo, la innovación, ni las recompensas del
esfuerzo. Con el país mal guiado, y habituado al paternalismo de Estado que nos
trata como seres inferiores, incapaces de superarnos o de sobrevivir sin el
amparo del Estado, todavía existe el riesgo que un porcentaje importante de la
ciudadanía esté dispuesta a negar lo patente o ignorar lo indudable.
Caímos como sociedad en el saco roto de un gobierno demagógico que
combinaba las peores características del populismo y el resentimiento, con un
verbo lleno de promesas y de vinagre. Como se sabía fracasaría—el paternalismo
de estado llamado “socialismo del siglo XXI” fracasó. Presenciamos un suicidio
pausado. De nada sirve seguir culpando a otros por sus errores, ingeniar
excusas y esperar que el pueblo, que ha sido la peor víctima, los absuelva y
los mantenga en el poder.
Lo que vivimos NO es una crisis transicional por la caída del ingreso
petrolero. No es siquiera una crisis. Las crisis tienen soluciones. Esto se
acabó. Llegamos al final del camino como ha sucedido en todos los países que
han transitado el hipócrita sistema colectivista (llámese socialista, marxista,
comunista, nacionalsocialista) que a veces tarda pero siempre les cobra factura
a todos los que se inician hechizados con las sirenas de su sublime retórica y
consumen su tóxica ideología. Ya no nos pueden persuadir porque se les gastó la
retórica y no les alcanza el dinero para seguir chantajeándonos. No nos pueden
controlar, solo les queda amenazar, reprimir, encarcelar, torturar y asesinar.
Feliz revolución.
El coraje cívico de nuestros presos políticos –de TODOS!—en estos
momentos nos ofrece algún consuelo y resguardo para las generaciones futuras.
Con sus acciones temerarias pero íntegras, estos líderes desde la cárcel nos
amonestan, nos recuerdan que si alguien pudo, todos podemos. En alguna medida
recuperan el honor perdido y acusan a la oposición sumisa que se conforma
cobardemente. Ciertamente, el peor enemigo de la tiranía es éste tipo de coraje
porque sirve de referencia de que en algún momento, alguien, un grupo, por muy
pequeño que fuere, se atrevió a conquistar el miedo y actuar, decir la verdad. Actuaron
por algo más grande que sí mismos.
Pero, un momento, ese no puede ser el camino. Validar y agradecer (y
hasta emular) los sacrificios de los presos y los oprimidos y los asesinados ha
servido, ciertamente, para desnudar la hipocresía de un régimen perverso,
corrupto y monstruoso. Muchos países han abierto los ojos y han reaccionado.
Eso molesta al régimen. Esto tenía que suceder.
¿Pero qué hacemos referente a estos depredadores políticos,
negociadores de oportunidades, estos arribistas capaces de callar o justificar
lo inaceptable? ¿Seguimos creyendo y los elegimos (o reelegimos) para que representen
a quién…a sí mismos? Nadie pude negar que éstos y tantos jerarcas (y sus
partidos) de la oposición blandengue hace rato demostraron que abandonaron no
solamente a sus colegas sino a la ciudadanía. Ciertamente no han manifestado
que les importan los políticos secuestrados por el régimen como López, Ceballos
y Ledezma. Y ojo, no son malos líderes por sus malas decisiones sino porque no
toman decisiones. Todo se lo dejan a los pactos curvados de la MUD y al tiempo
de Dios. No son malos por su miopía asustadiza y porque sigan interpretando mal
el momento y a los personajes en el poder sino porque no critican lo que tienen
que criticar ni acusan a quienes tienen que acusar. Parecieran cómplices
accesorios del desfalco de una nación rica. Ni siquiera son capaces de darle
una interpretación sensata a lo que estamos viviendo o porqué llegamos a estos
niveles de economía de guerra. A veces pareciera que están de acuerdo que
estamos en una “crisis” coyuntural por la caída de los precios petroleros, y no
el desgaste y colapso de un sistema colectivista (que ha fracasado en el mundo
entero). Quizá creen en la propaganda nacionalsocialista que somos víctimas de alguna
de las miles de guerras irracionales libradas contra la noble revolución
chavista (y que Leopoldo, Antonio y María Corina son sus precursores,
protagonistas, financistas y toda esa patraña).
Ciertamente NO han movido ni el meñique por los muchachos torturados,
las familias de los asesinados y los estudiantes o manifestantes presos. Y
siguen negociando todo por tajadas de poder. Por eso, por sus conductas y su
indolencia, no se merecen ni el apoyo ni el respeto de los venezolanos
decentes.
Un buen líder es alguien en quien se puede contar porque tiene
prioridades claras y eso significa que aunque sea vencido o sea sometido, no
renuncia a sus principios. Eso se llama integridad. Por eso se puede confiar,
conservar el enfoque de lo correcto por encima de lo conveniente, compartiendo
sus saberes, deshaciendo falacias, esbozado sus sugerencias y direcciones y
todo lo que un buen liderazgo tiene que hacer. Pero las consecuencias por
alzar la voz y apuntar el dedo en dirección de la podredumbre, hemos visto, son
mayores que las amenazas y los insultos. No es cualquier cosa cuando un
gobierno al mando de un estado fallido como este se enfoque y pase a la acción
moviendo los engranajes de sus maquinarias de terrorismo de Estado. Las
inculpaciones de conspiraciones, magnicidios y planes macabros se conciben y se
organizan. Los fiscales se activan, los jueces venales acondicionan sus
guillotinas judiciales y cuentas bancarias. Los agentes al servicio de la
represión política se posicionan. Ingeniosidades sicopáticas como las de
Rodríguez y Cabello activan el oneroso monopolio de aparatos mediáticos y
empiezan a disparar metrallas de tramas y falacias. No hay decoro en la presa.
No hay dignidad en la televisión. No hay voz en la radio. Vivimos tiempos
de manipulaciones sistemáticas, falacias reglamentadas y engaños universales.
El principal requerimiento de una sociedad civilizada es la justicia.
El principal eco de la imparcialidad es la libertad de expresión. El principal
motor de la economía es la libertad de emprendimiento. Todo eso se ha perdido y
no hay sociedad civilizada, libertad de expresión ni de emprendimiento.
Ya entramos al año dieciséis de falacias, desorden y destrucción.
Dieciséis años de aniquilación y miseria pautada.. y esa parte de la “oposición”
se sigue ajustando, toreando las locuras del régimen. Y la monstruosidad
colectivista de lo que han hecho con el país –nuestro país—y sus instituciones
–nuestras instituciones—apenas asoma la cabeza. No es fácil explicarlo. Un
gobierno cuyas acciones veladas abarcan todos los ámbitos de la vida nacional. Tenemos
un régimen longevo, esclerótico, regordete monstruo que lo hace todo con
secretismo táctico que bajo el yugo del vocablo socialismo han sistematizado
más que “la explotación del hombre por el hombre” y han engordado con el poder
y el dinero de la nación a una camarilla de políticos y militares.
¿Hay alguien que me escuche?
Pero esa no es la pregunta. ¿Hay alguien que me quiera escuchar?
¿Hay alguien a quien le importe?
Queremos paz.
¿Paz?
Todo tirano es amante de la paz.
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