Por María Isabel Puerta Riera, 15/03/2015
Antes de la existencia de las RRSS (redes sociales), la opinión pública
dependía de los aportes de expertos (pundits) convertidos en intérpretes de las
representaciones sociales; con el surgimiento de las redes, ha ocurrido una
democratización en la formación de opinión, en un ambiente donde cualquiera
puede aportar reflexiones para contribuir en la formación de esa opinión
pública. Sin embargo, esa democratización en algunas oportunidades no está
acompañada de la responsabilidad (como accountability) que se espera de quienes
promueven esa opinión, y mucho más cuando se aspira que ésta sea representativa
de la sociedad.
Es por eso que parece casi un hecho natural encontrarse en las redes
sociales con cualquier cantidad de calumnias, mentiras y tergiversaciones,
sobre los más variados tópicos, sin encontrar ningún freno legal porque se
cuenta con la fragilidad institucional que hace al Estado incapaz de garantizar
la protección mínima de derechos individuales y colectivos. De ahí que la
escalada deciberacoso político haya alcanzado dimensiones críticas al
formularse acusaciones falsas para promover desde el anonimato, linchamientos o
ajusticiamientos.
Esto no debería revestir alarma en un país con Estado de derecho en
vigencia, capaz de encontrar a los culpables del delito de instigación al odio
y sancionarlos. Pero en Venezuela, esto se convierte en una condena sin juicio,
porque cualquier desquiciado que interprete la difamación como una orden, puede
creer que está tomando la justicia por sus propias manos.
El trasfondo de este asunto preocupa todavía más porque se trata de una
acción que busca neutralizar a las voces críticas que promueven una agenda
política distinta a la que los extremos políticos quieren mantener y por eso el timing al
ventilar listas que incitan al odio, con la esperanza de provocar un episodio
que les permita reactivar el escenario de conflicto del año pasado y así
secundar la suspensión de la tan “despreciable” elección parlamentaria. Sus
promotores se creen seres superiores, dotados de extraordinarias condiciones
que les permiten erigirse en referencia política del país, ignorando justamente
lo que la mayoría está expresando desde hace tiempo: queremos cambio y lo
queremos en paz.
Eso al neo nazismo criollo no le interesa y por eso apela a la
incitación al odio. ¿Se imaginan si llegaran al poder? Roguemos que no haya
gas.
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