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miércoles, 25 de marzo de 2015

Obama vs Chavismo, por @borismunoz

Boris Muñoz 20 de marzo, 2015

Venezuela es un país de conspiraciones. Desde que el fallecido Presidente Hugo Chávez asumió el cargo en 1999, el gobierno de Venezuela ha reportado no menos de ochenta planes de asesinar al Presidente y derrocar al Chavismo, el cual continúa con el presidente Nicolás Maduro al frente. El elenco de sospechosos habituales incluye trabajadores agrícolas, paramilitares, terroristas y ex presidentes estadounidenses y colombianos, en combinación con oligarcas venezolanos y grupos extremistas de oposición. Siempre es posible que haya conspiraciones, pero ninguna de las denunciadas han sido convincentemente probadas por el gobierno. Pero eso no ha detenido al chavismo a la hora de usar intrigas, reales o imaginadas, para atacar a sus oponentes. Apenas hace un mes, el presidente Maduro ordenó el arresto del líder de oposición Antonio Ledezma, acusándolo de participar en un plan para matarlo, supuestamente desarrollado en Washington, Nueva York, Miami y Madrid.

La orden ejecutiva firmada por el Presidente Barack Obama hace una semana, imponiendo sanciones a siete funcionarios que incluyen a una fiscal y seis militares venezolanos vinculados con violaciones a los derechos humanos y corrupción, inflamaron tanto la narrativa de una conspiración contra el Chavismo como el lenguaje de sus portavoces. La primera respuesta de Maduro fue pedir a la Asamblea Nacional poderes especiales que le permitieran responder a la amenaza imperialista. Y la mayoría chavista en la Asamblea le concedió su petición en menos de setenta y dos horas. Diosdado Cabello, Presidente de la Asamblea Nacional y quien es considerado el hombre fuerte del régimen, hizo un llamado al pueblo a defender su patria y advirtió que todos aquellos que no estuvieran dispuestos a hacerlo serían tratados como traidores. El fin de semana el gobierno puso en marcha dos semanas de ejercicios militares, mostrando armas hechas en Rusia y China y dando discursos llenos de fuerte retórica patriótica —incluyendo cánticos de Yankee Go Home!— para evocar lo que ellos han denominado el “peligro inminente” que plantea Estados Unidos.

Los aliados regionales de Maduro, los miembros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), también cerraron filas con él. Evo Morales, el presidente de Bolivia, dijo que las sanciones ocultaban una “amenaza para invadir Venezuela”. En un anuncio oficial, el Presidente de Cuba, Raúl Castro, dijo que “Ningún país tiene el derecho a intervenir en los asuntos internos de un estado soberano ni de declararlo una amenaza a su seguridad nacional sin alguna justificación real”.

Seguir la política de América Latina durante la semana pasada fue como ser testigo de la aparición sorpresiva de un fantasma familiar que la mayoría de la gente pensaba que había sido enterrado en el siglo XX: el espectro de la Guerra Fría. Recuerdos de las intervenciones pasadas de Estados Unidos pueden encontrarse en todas partes a lo largo de América Latina, un territorio que solía ser conocido como el patio trasero del Gigante del Norte. Pero las amenazas de una invasión directa parecían pertenecer a un pasado que se enterró al finalizar el siglo XX, con Cuba como el último cabo suelto.

La orden de Obama, que congeló los bienes en Estados Unidos y anuló las visas a los siete funcionarios venezolanos, fue sólo un trámite para poner en efecto las sanciones que ya habían sido aprobadas por el Congreso de su país en diciembre de 2014. Las sanciones están dirigidas sólo a funcionarios de nivel medio, una señal de que Obama quería actuar de manera cautelosa frente al gobierno de Maduro. Los analistas en Venezuela ven las sanciones como una reacción a la orden de Maduro de reducir el número de funcionarios de la embajada de Estados Unidos de 100 a 17, alegando que algunos estaban “implicados en actividades conspirativas para desestabilizar al país”. Maduro afirmó tener videos, grabaciones de audio y testimonios para probarlo. Aunque ningún interés vital para Estados Unidos fue atacado, el episodio incrementó las tensiones entre los dos países. Mientras tanto, la pregunta que surge es si el momento de las sanciones fue el correcto o si ellas serían contraproducentes, incluso hasta para poner en peligro el objetivo estratégico de superar más de medio siglo de estancamiento con Cuba.

Una cosa es el limitado alcance de la medida, otra muy distinta es el lenguaje utilizado en la orden ejecutiva es otra. Allí se establece que el Presidente de los Estados Unidos dice que:

“La situación en Venezuela, incluyendo la erosión de las garantías de derechos humanos por parte del Gobierno de Venezuela, la persecución de los opositores políticos, restricción de la libertad de prensa, el uso de la violencia y las violaciones y abusos de los derechos humanos en la respuesta a las protestas contra el gobierno, y el arresto arbitrario y la detención de manifestantes antigubernamentales, así como la exacerbante y significativa presencia de corrupción pública constituye una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior de los Estados Unidos, y declaro una emergencia nacional para hacer frente a esa amenaza”

Declarar que el país es una amenaza a la seguridad de Estados Unidos y que sus acciones constituyen una emergencia nacional son requerimientos técnicos para aplicar cualquier sanción: una especie de formulismo. De cualquier forma, la interpretación literal de esa fraseología ha generado una explosión de propaganda nacionalista enfocada en el patriotismo y el alarmismo y, paralelamente, intensas discusiones entre voces disidentes en la oposición y sectores progresistas que critican al chavismo.

De hecho, las sanciones han sido una muy esperada oportunidad para Maduro, cuya popularidad está en un mínimo histórico del veinte por ciento. Alrededor del 80% de la población, que está sufriendo los estragos de una severa crisis, cree que el presidente está conduciendo el país en la dirección equivocada.

David Smilde, un miembro Senior en la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA, por sus siglas en inglés) y moderador del blog Venezuelan Politics and Human Rights dice que, en el caso de Venezuela, las sanciones son nocivas por una simple razón:

“La estrategia principal de Maduro ha sido representar los serios problemas de gobernabilidad que enfrenta como el resultado de una guerra económica llevada a cabo por la burguesía nacional, apoyada por Estados Unidos. Declarar a Venezuela una amenaza a la seguridad nacional y declarar un estado de emergencia en referencia a ésta difícilmente podría encajar mejor en la narrativa de conspiraciones del gobierno de Maduro”

De alguna forma, de repente, el mundo se ha puesto de cabeza. Después de anunciar espureamente al lobo por tanto tiempo, Maduro ha recibido la oportunidad perfecta para decir que el lobo es “muy real” y que, para ponerlo de manera más cruda, siempre ha estado al acecho.

En teoría, los poderes especiales que le ha otorgado la Asamblea Nacional a Maduro le permitirán proteger la soberanía, seguridad, e integridad del país de cualquier amenaza externa o interna. En la práctica, son un cheque en blanco para actuar en cualquier área que él crea conveniente. . Las respuestas de los cuerpos de seguridad del gobierno venezolano a las protestas del año pasado condujeron a cuarenta y tres muertes y cientos de heridos. Más de tres mil manifestantes y miembros de la oposición han sido detenidos, entre ellos varios funcionarios electos y uno de los más prominentes líderes de oposición, Leopoldo López. Ahora el gobierno podría fácilmente incrementar su control sobre la oposición, imponiéndoles más limitaciones a los derechos civiles, deteniendo a otros de sus líderes o, posiblemente, suspendiendo las elecciones parlamentarias que deben celebrarse a finales de año.

Las sanciones marcan un cambio importante en la política de Estados Unidos hacia el gobierno Chavista. Durante los últimos quince años, Estados Unidos ha seguido la línea propuesta por John Maisto, su embajador para Venezuela desde 1997 hasta el año 2000, la cual era juzgar a Hugo Chávez (y, por ende, a Nicolás Maduro) por lo que hiciera en lugar de por lo que dijera. Ahora bien, de cualquier forma, con estas sanciones el gobierno Obama ha tomado una nueva posición: actuar unilateralmente y sin agotar los canales diplomáticos, a través de la inclusión de la participación de instituciones hemisféricas como la Organización de los Estados Americanos (OEA).

Fausto Masó, uno de los comentaristas más respetados en Venezuela, dijo que Obama, finalmente, quiere apostar en Venezuela porque sabe que Maduro no es Chávez. “Chávez era un campeón electoral y un líder sólido”, me dijo Masó. En contraste, Maduro se ha vuelto cada vez más asediado: “En el corto plazo, el Chavismo usará las sanciones como propaganda nacionalista anti-imperialista, pero a largo plazo cualquier confrontación tendrá un efecto debilitador en el gobierno de Venezuela”, potencialmente aislando al país en el medio de la peor crisis económica de su historia. Según Masó, la principal interrogante es si Maduro permitirá las elecciones parlamentarias. “Hasta ahora, ha dicho que habrá elecciones, pero podría emitir una orden ejecutiva para suspenderlas”, dice. “Si lo hace, estaríamos entrando en tierra incógnita”.

A pesar de todo el clamor anti-imperialista, el gobierno venezolano ha dado señales de no querer escalar la confrontación. La semana pasada, Maduro dijo que él quería llegar a Obama para hablar de sus diferencias. Desde Quito, los cancilleres de los países en la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) le pidieron a Obama revocar la orden ejecutiva y entrar en diálogo con el gobierno venezolano. “Maduro ha hecho esa invitación muchas veces en el transcurso del año pasado y el gobierno de Estados Unidos ha rechazado con razón al gobierno venezolano, sugiriendo que necesita negociar con su oposición política y asistir al pueblo de Venezuela. Pero ahora, esa petición de diálogo luce mucho más apropiada. Si Estados Unidos ha declarado a Venezuela como una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional, parece razonable pedirle que se siente en una mesa con Venezuela para discutir sus diferencias”, dijo Smilde.


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