Por Trino Márquez 23 abril 2015
Durante los últimos días, Nicolás Maduro
ha emitido dos declaraciones sorprendentes e insólitas. Ha dicho que va a demoler
la economía, debemos imaginarnos que se refiere a la economía privada, y que
les dará un “revolcón” a los empresarios que desataron la “guerra económica”.
En medio de estas amenazas advirtió que a los hombres de negocio les quedan dos
opciones: o se adaptan al cepo que les puso el gobierno o se van del país.
Lorenzo Mendoza le respondió con un emotivo mensaje.
El señor Maduro no demuestra ningún propósito de enmienda. La economía
no hay que demolerla. Ya ese trabajo sistemático de destrucción viene
llevándose a cabo desde hace dieciséis años. El régimen rojo ha disparado
proyectiles de todos los calibres contra el aparato productivo nacional y la
iniciativa particular. Las expropiaciones y confiscaciones para transferirle al
Estado empresas productivas en manos privadas comenzaron hace más de una
década. Luego apareció la tesis del socialismo del siglo XXI que le dio un
barniz teórico a las exacciones. Al lado de la sovietización de la economía, y
para complacer al ala maoísta del oficialismo, surgió la idea del Estado
Comunal y la economía popular, con las empresas de producción social, los
núcleos de desarrollo endógeno y todos los demás aditamentos que adornan la
“economía y la propiedad social”. Con todo este coctel molotov, se minaron las bases
económicas de la nación.
La tragedia desatada por Hugo Chávez
pudo ser encubierta por los altos precios petroleros que se alcanzaron a partir
de mediados de la década pasada. El gobierno pudo inundar de productos los
estantes de los mercados populares y los supermercados por la enorme capacidad
importadora de los petrodólares. Fue una época de abundancia y derroche.
Cualquier baratija que la gente buscase podía conseguirse. El sector importador
vivió una época gloriosa. El régimen avanzaba en la aniquilación del sector
privado sin que el país lo notara porque el déficit de producción interna era
cubierto con importaciones masivas. Sobraron las voces que alertaron acerca de
los peligros que se corrían. Dinamitar el aparato productivo nacional mediante controles
desmedidos, con el único fin de someter a los empresarios particulares y
obligarlos a sujetarse a las normas del gobierno, traería consecuencias fatales
para la nación. Chávez no oyó las advertencias. La borrachera petrolera le
impedía ver lo que se venía, o simplemente no le importaba.
Su heredero ha continuado por ese camino
con los resultados que estamos padeciendo. Chávez navegó en un mar de
petrodólares. A Maduro solo le ha quedado un charco en el que chapotea. Los
precios del crudo se desplomaron y la capacidad de elevar los ingresos mediante
el incremento de la producción no
existe. Pdvsa está destruida y arruinada. Las compañías petroleras piensan mil
veces antes de asociarse con la estatal venezolana. Esta es mala paga y está
muy mal gerenciada. Quienes la dirigen le rinden cuentas al Psuv, no al país.
Los empresarios no reciben dólares. Las
divisas del Cencoex están destinadas casi exclusivamente para organismos
oficiales y para los militares. Desde hace meses el Sicad no convoca a ninguna
subasta. Los dólares del Simadi cuesta un esfuerzo gigantesco conseguirlos; los
particulares no quieren utilizar este mecanismo para vender divisas porque es
muy engorroso y, además, representa una
pérdida frente al paralelo. En fin, los dólares oficiales no se consiguen por
ningún lado. Los empresarios no quieren acudir al mercado secundario porque la
Ley de precios justos les impide recuperar la inversión. Los sindicatos
oficialistas completan el cerco.
Maduro en dos años ha devastado lo poco
que había dejado su antecesor y padre político. Los empresarios están
trabajando con los inventarios. Los costos de reposición no pueden financiarse.
Numerosas empresas trabajan por debajo de su capacidad instalada porque no
consiguen materia prima, ni insumos, ni repuestos. Artículos tan simples como
el papel, los envases de aluminio o de plástico para envolver, escasean.
Las empresas estatizadas son las que
peor funcionan. No hay cemento, cabillas, leche y café, todos productos
fabricados por empresas rojas. Sin embargo, Maduro va a provocar un revolcón.
En sus propios términos: va a radicalizar el proceso para tornarlo más
socialista. No le basta con el tsunami que provocó. Quiere más ruina.
Mientras tanto, la Polar sigue
produciendo en grandes cantidades.
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