Por Soledad Morillo Belloso, 19/04/2015
Muchas personas creen que lo opuesto a la corrupción es la honestidad.
No es así. Una persona puede no corromperse porque jamás se halle en situación
de caer en la tentación. Eso la hace honesta y honrada, no necesariamente
decente. La decencia es mucho más exigente. Supone que, incluso confrontada con
episodios comprometedores, la persona elige no sucumbir.
Una persona toma un autobús en una calle cualquiera en Copenhague. No
hay un funcionario que le revise el ticket o la tarjeta. Ello acarrearía costos
que el usuario del servicio vería reflejado en el importe a pagar por el
traslado. Pero la gente no hace trampa. Paga el servicio aunque las
posibilidades que caiga en un chequeo al azar son mínimas. Paga porque robar
para esa persona sería no sólo estúpido sino indecente. Para los daneses la
corrupción no es sólo es un delito, es algo ética y moralmente deleznable. Y,
además, un costo oculto que sus ciudadanos no están dispuestos a sufragar.
Dinamarca es, de acuerdo con diversos reportes que realizan en el mundo
reputadas y confiables organizaciones no gubernamentales, uno de los países
menos corruptos del planeta. La calidad de vida es de las mejores, con una
clase media mayoritaria y sólida y la casi inexistencia de pobres.
En Dinamarca, escándalos como los que vemos cotidianamente en nuestras
latitudes latinoamericanas generarían de inmediato que los funcionarios
sospechados de corrupción pusieran su cargo a la orden y abrieran sus
registros, archivos y cuentas, para revisión profunda. La ciudadanía danesa no
aceptaría menos. Pero, por estos lares nuestros hay cuanto menos cinco
presidentes que han sido sospechados de corrupción (ellos mismos, sus
ministros, sus familiares o sus muy allegados) y ahí están, apoltronados,
atornillados en el poder, dando discursos grandilocuentes que sólo hacen más
opaca la situación. Y la sociedad se lo cala.
No somos daneses. Esa es la justificación que algunos nos enchufan.
Dicen que somos genéticamente corruptos, que lo llevamos en la sangre. Habrase
visto tamaña necedad. Una excusa simplona para validar lo inaceptable. La
corrupción es carísima; le cuesta a Venezuela vidas, salud, educación,
movilidad, bienestar social, parques, ahorros, progreso, equidad, futuro. No es
cierto lo que algunos pomposamente afirman, que no es posible ser decente en la
administración pública. No sólo es posible sino que no ser decente es costosísimo
para el país y los ciudadanos de hoy y del mañana. Porque la corrupción supone
restarle a la nación los recursos que requiere para progresar y prosperar con
equidad.
La mejor herramienta de la que dispone una sociedad para luchar y
vencer a la corrupción es colocar en las posiciones de poder y decisión a
decentes. No votar a los corruptos sino más bien botarlos de donde están
ensuciando, robando, malversando. Los decentes somos mayoría. Y sin embargo no
parece que somos mayoría en los escaños de poder, lo cual es una reverenda
paradoja.
Muchos, depresivamente, creen que el asunto no tienen remedio, que los
corruptos con su accionar al margen de la ley viven mejor que los decentes.
Cuando el que roba en nuestras narices, vive mejor que usted que es decente y
trabaja todos los días, ¿cómo se hace para vivir con decencia? En la televisión
española repiten sin cesar la declaración de un ciudadano que argumenta que si
los que están arriba roban, por qué no han de robar los de abajo. Lo sentencia
como una verdad inevitable, como un sino imposible de derrotar, con gestos y
palabras que denotan entreguismo.
Si nosotros no corregimos esto, lamento decirlo, un futuro mejor
simplemente no es posible. Una parte importante de la sociedad apoya a
candidatos corruptos. Les da los votos y los sienta en las butacas desde donde
se planifica, se perpetra o se acolita la corrupción. Esa parte de la
ciudadanía cree que algún beneficio obtendrá al apoyar a los corruptos. No es
así. Los corruptos sólo se benefician a sí mismos. La corrupción, entendámoslo,
se devora todo, la corrupción mata. La corrupción es lo opuesto a la decencia.
Así, la gran pregunta es, ¿cómo hacemos para tener dirigentes mejores?
La respuesta a esa enorme pregunta la tendremos los ciudadanos el día en el que
nos propongamos, de una vez por todas, vivir en una sociedad justa y mejor,
liderada por decentes.
Soledad Morillo Belloso
@solmorillob
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