Por Margarita López Maya, 27/04/2015
No me resulta fácil ponerme en los zapatos de Maduro, que dice no
importarle que lo llamen dictador, bromea con parecerse a Stalin, y sin rubor,
en medio del empobrecimiento y colosal desabastecimiento que sufrimos los
ciudadanos comunes, sale de viaje con dos aviones presidenciales repletos de
funcionarios, familiares y amigos, más centenares de seguidores a quienes les
paga hotel y viáticos para que lo vitoreen en calles foráneas.
Las encuestas más confiables señalan desde hace algunos meses que no
hay modo de que el oficialismo pueda triunfar en las parlamentarias.
Seguramente por ello el CNE sigue en mora para fijar la fecha, esperando que el
Ejecutivo encuentre algún artilugio que lo salve o, en su defecto, alguna
excusa para suspenderlas. La suspensión sería una medida extrema que colocaría
al gobierno de Maduro inequívocamente fuera de la ley. La Constitución sobre
esto no deja lugar a interpretaciones caprichosas.
Internamente, el costo de tal decisión es difícil de sopesar. Podría
ser el detonante de la caída del régimen, al estilo de lo ocurrido con Fujimori
después del fraude que perpetró. También podría en lo inmediato el Gobierno
seguir en pie, pero se ahondaría en las condiciones de violencia social y
política que el discurso oficial, polarizante y excluyente, ya ha enraizado.
Cerrar las puertas a la democracia haría más tolerante la actitud de los
venezolanos a los atajos. La desesperanza es mala consejera.
En lo externo, el costo político también sería muy elevado porque para
los aliados y socios latinoamericanos del chavismo, ya incómodos por la
evidente represión política a opositores y organizaciones sociales, además del
notorio estrangulamiento a medios de comunicación independientes, sería difícil
apoyarlo o hacerse los locos, de moverse alguna iniciativa de sanción
internacional.
Resulta imperativo para el mundo político alternativo, sea de oposición
o chavismo desencantado, prepararse para este escenario terrible pero posible.
Siendo que Maduro y Cabello han demostrado no importarles ni siquiera las
apariencias de democracia, y el CNE parece haber claudicado su condición de
poder independiente, no debe sorprendernos si se materializara tamaña
insensatez.
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