Por José Domingo Blanco, 17/04/2015
“¿Qué vas a hacer cuando crezcas?” El niño responde con orgullo:
“¡corrupto!” Y los padres no supieron si reír, lamentarse o avergonzarse de la
respuesta…
Me comentaban en estos días, a propósito de todos los escándalos que
han salido recientemente a la luz pública, que “la corrupción de los
venezolanos es genética”. Una frase dura con la que algunos podrían, incluso,
ofenderse, porque nos mete a todos en el mismo saco. Pero, ante tanta olla
podrida que se destapa, ante tanto guiso que se descubre, ante tanta estafa que
sale, ¡ante tanto bachaquero y raspacupo! pareciera que, en efecto, ser
corrupto está en los genes de los venezolanos, sólo que a algunos les aflora
más que a otros. La corrupción pasó a ser un rasgo distintivo de nuestra
sociedad, la versión “mejorada” y actualizada de la viveza criolla, esa que
ahora luce hasta inocente. ¡Muy lamentable!
Venezuela está ubicada en los primeros lugares de los rankings de
países más corruptos -¡qué vergüenza! El desgobierno cacarea su lucha contra la
corrupción, crea leyes, comisiones y quienes terminan siendo objeto de las
averiguaciones, son los zoquetes a los que se les ocurrió rasparse el cupo
electrónico de Cadivi comprando una gift card en Amazon. Los peces
gordos, los que han visto sus cuentas bancarias foráneas-en dólares o euros-
incrementarse groseramente, siguen chupando las “mieles” que les ofrece, en
bandeja de plata, un gobierno que, a punta de controles y regulaciones, lo que
ha hecho es propiciar el mejor caldo de cultivo para que el germen de la
corrupción se reproduzca aceleradamente.
Lo del Banco de Andorra, por ejemplo, es uno de esos casos en los que
se demuestra la complicidad con la que ha actuado este régimen. ¿Cómo se
justifica, según lo que revela la investigación del Grupo Antiblanqueo de
Andorra, que quienes realizaban las operaciones de lavado de dinero proveniente
del narcotráfico, eran asesores del ministro de Economía y Finanzas para 2004,
Nelson Merentes, quien hoy –todavía hoy, a pesar de todo lo que se descubrió-
ostenta el cargo Presidente del Banco Central de Venezuela (BCV)? ¡una pelusa!
¿Por qué estos asesores portaban pasaportes diplomáticos si ambos, además,
habían sido condenados por la justicia por tráfico de drogas, uno; e intento de
robo de una aeronave, el otro? ¿Es que aquí no se investigan los antecedentes
penales para otorgar cargos públicos y beneficios? Es imposible creer que el
gobierno no estuviese enterado de los manejos oscuros de estos señores. El
régimen les otorgó pasaportes diplomáticos aun cuando la figura de asesor de
ministros no está dentro de los 12 cargos que establece el reglamento de
pasaportes, donde queda claramente definido que sólo se podrán otorgar a otras
personas, “cuando así lo ordene el Presidente de la República”. Pero, resulta
que, durante el gobierno del difunto comandante eterno, ordenar la emisión de
pasaportes diplomáticos se hizo una práctica común. Por cierto, me permito
recordar que Nicolás fue el titular del Ministerio de Relaciones Exteriores,
desde el 2006 hasta el 2013. ¡Un detallazo!
Otro de los aspectos que llamó poderosamente mi atención de este caso,
es el que pone en evidencia la doble moral de nuestros funcionarios. ¿Quién era
el beneficiario de los depósitos? ¿A nombre de quién estaba la cuenta a la que
transferían grandes sumas de dinero? Pues nada más y nada menos que a la cuenta
del ex jefe de la División contra Drogas del Cicpc, Norman Puerta Valera, quien
tiene registro policial por tráfico de heroína. ¡Insólito! ¿No? ¡Sólo en
Venezuela!
Aquí, quienes nos han gobernado –sobre todo en estos últimos, tristes y
dolorosos, 16 años- han desangrado al país. No les ha dolido llevarlo a la
ruina y convertirnos a todos en unos pordioseros. ¿Cuántas deudas se podrían
honrar con todo lo que se ha desaparecido o desviado en estos interminables y
agotadores lustros que lleva en el poder el régimen Chavista-Madurista?
Créanme: nuestras industrias básicas no estarían en las condiciones en las que
se encuentran hoy, si esos recursos que han sido hurtados les hubieran sido
asignados.
No me cansaré de recordar los 116 mil millones de dólares desaparecidos
del Fonden, ni los 25 mil millones de dólares otorgados a empresas de maletín,
ni de los 15 mil millones de dólares que aparecieron en cuentas abiertas en el
banco HSBC de Suiza, a nombre de venezolanos, entre ellos el ex tesorero de la
nación y amigo de Chávez, el ex golpista Alejandro Andrade; no olvidemos,
tampoco, las maletas repletas de billetes verdes que portaba Antonini, ni los
centenares de casos donde el dinero que debería estar invertido en obras,
infraestructuras y desarrollos ha desaparecido como por arte de magia. Son más
de dos y medio billones –léase bien: ¡BILLONES!- de dólares los que ha
dilapidado este régimen.
Hoy somos un pobre país. Un país desangrado, donde sólo nos queda un
puñado de gente honesta, que lucha por marcar distancia de aquellos
compatriotas que, de cualquier ocasión, quieren hacer un negocio y sacar
comisiones. La viveza del venezolano a la que tanto le han dedicado los
especialistas de la conducta humana, se ha quedado en pañales comparada con los
casos recientes. Estamos gobernados y rodeados de personas con afán de lucro
rapidito y “comodazo”, que prefieren coger la vía rápida hacia el
enriquecimiento que les ofrece la corrupción. Un país donde la consigna de sus
mandatarios pareciera: ¡Roba, qué Dios proveerá!
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