Rosalía Moros de Borregales 18 de abril de 2015
@RosaliaMorosB
Cuentan las Sagradas Escrituras que
Jesús de Nazaret recorría toda Galilea enseñando, sanando y liberando; de tal
manera que, una gran multitud le seguía. Un día, viendo el Señor que había
mucha gente con él y sus discípulos decidió subir a lo alto de una montaña,
lugar que pudiera corresponder a los Cuernos de Hattim, constituido por dos
picos rocosos cerca del mar de Galilea. Desde ese lugar, Jesús pronunció el
discurso más profundo de la historia de la humanidad, el cual ha inspirado a
sabios y sencillos, a ricos y pobres, a toda clase de intelectuales y científicos.
Se encuentra expresado en la Biblia en los capítulos quinto, sexto y séptimo
del evangelio según San Mateo.
Conocido como el Sermón del monte o de
la montaña este discurso de Jesús devela la verdad del llamado reino de Dios,
no una religión sino un nuevo estilo de vida con un propósito que trasciende
nuestra humanidad; el camino para nuestra salvación; la reconciliación del
hombre con su hacedor; la visión divina de las características fundamentales
del carácter cristiano; una guía práctica para relacionarnos con nuestro
prójimo y el secreto de la comunión con Dios a través de la oración. En fin,
este maravilloso discurso contiene los temas más relevantes de la vida, el tan
ansiado secreto para la paz del alma, la verdadera felicidad.
La apertura del sermón de la montaña la
constituyen las tan conocidas bienaventuranzas
o proclamaciones de felicidad. En ellas Jesús, como la boca de la deidad
suprema, devela las razones por las que los hombres son felices, en un presente
contradictorio para aquellos que en la búsqueda constante de la felicidad,
siempre la consideran como parte del futuro. Además, rompiendo todos nuestros
paradigmas nos enseña que la primera piedra en el fundamento de una vida feliz
la constituye la “pobreza”, pero no esa pobreza caracterizada por condiciones
de miseria y escases, sino la pobreza en espíritu, la ausencia de la elevada
soberbia en el alma del hombre, la cual le hace poseedor de un reino.
Aunque la promesa para cada
bienaventuranza se expresa en futuro, esa condición de ser bienaventurado (a)
está expresada para el momento actual en la vida de cada hombre. Dándonos, de
esta forma, una visión del eterno presente de la relación de Dios con el ser
humano, en la que el hoy fue el futuro de ayer, el ayer quedó en el pasado con
sus desaciertos, y el futuro solo le pertenece a El. Del fundamento de un
espíritu pobre para ser feliz, el Señor nos va elevando a condiciones que
comprometen cada vez más el carácter intrínseco de aquellos que recorren el
camino del amor de Dios. Son felices los que lloran, contradictorio en
realidad, pero una verdad espiritual innegable, pues solo los que tienen un
alma sensible a Dios lloran, los soberbios hacen llorar.
Así, los que lloran, lloran con
mansedumbre ante Aquel que puede librar sus almas, no pelean con el hombre sino
encomiendan la causa al que juzga justamente; los mansos literalmente tienen
hambre y sed de justicia, ellos saben que solo en Dios pueden encontrarla. El
siguiente escalón en esta elevación del espíritu del hombre feliz es la
misericordia, el verdadero amor de Dios por el ser humano apartado de Su luz.
Todo el que ha recibido la misericordia de Dios, aquel a quien mucho se le ha
perdonado, es capaz de perdonar a su prójimo. Y después de la misericordia
expresada en el perdón, el corazón se limpia de toda amargura, resentimiento y
odios; de tal manera, que en esta condición el hombre feliz se convierte en un
pacificador, hacedor de paz. Por esa razón, aquellos que siembran odios, que
hacen guerras son los hombres más infelices del mundo, aunque no lo sepan.
A continuación de las bienaventuranzas,
Jesús nos expresa quienes somos en este mundo, nos compele a cumplir esa tarea
irrenunciable de ser sal de la tierra y luz del mundo. Desmonta las estructuras
religiosas de la época echando por tierra aquellas enseñanzas orales, lo que
habían escuchado a lo largo de generaciones, pero que no contenía las
verdaderas enseñanzas de Dios: _ Oísteis que fue dicho, pero yo os digo. De
allí, Jesús nos toma de la mano en una guía para vivir según el deseo del
corazón de Dios. Trata temas como el adulterio, el divorcio, la venganza, los
enemigos, el dar, la oración, el ayuno, las riquezas, el juzgar, la regla de oro,
los frutos de cada hombre y la confianza en Dios cada día de nuestras vidas.
Termina, este incomparable sermón instando al que oye a ponerlo por practica,
pues de esta manera estará cimentando su vida sobre la roca, la cual no podrá
ser conmovida por los embates del mundo.
“Toda la Escritura es inspirada por
Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en
justicia” II Timoteo 3:16-17.
Rosalía Moros de Borregales
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB
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