Mario Massone, 20/04/2015
Nos encontramos en una panadería para irnos a Catia a recorrer los
barrios y a hablar con la gente. Tuve que pedirle prestado a Julio, pues iba
con retraso y preferí no detenerme a sacar dinero.
Al llegar a Catia, iniciamos el camino. Saverio Vivas, candidato a la
Asamblea Nacional, caminaba con Julio, rodeados de amarillo y otros colores.
Entraron a comercios a hablar con trabajadores y pequeños propietarios.
Salieron las doñas a besarles y rogarles cambio.
Un malandro nos acompañó durante el recorrido. Lo bauticé: “el
loquito”. Andaba con celular en oreja, amenazándonos que ya venían los
colectivos a sacarnos a tiros. Me separé del grupo para comprar una bolsita
rellena de mango fresco rebanado. Pepa incluida. Me le acerqué al loquito, y le
dije: “deja de hablar necedades y cómete un mango”. Me miró. Miró el mango. Yo
no sabía si se me iba a encimar, a ofrecerme coñazos, o qué. Tomó cuatro
rebanadas de mango y se fue.
Conversando con dirigentes locales, supe que, en ocasiones pasadas, la
violencia física les había impedido realizar estas actividades. No es la
primera vez que lo escucho. En Valles del Tuy fue igual, un par de meses atrás.
En la toma de la Plaza Bolívar, en Santa Teresa, pregunté, aquel día, a un
dirigente local: “¿Siempre andan tan alegres? Parecen Boy Scouts.” Me miró de
vuelta, como pensando: “Este pobre p… ingenuo”; y me respondió: “Hace unos
meses nos sacaron a golpes y cavillazos de aquí. En otra ocasión, la misma
policía municipal nos atracó a mano armada y nos robaron celulares y algunas
cámaras. Hace unos meses, nos hubieran linchado. Y a ti también, por andar con
nosotros.”
De vuelta a Catia, al terminar el recorrido, me distraje un rato para
enviar algunas imágenes de ese 11 de abril. Día, por cierto, de gran relevancia
roja. Al terminar de enviarlas, levante la mirada. No veía a ninguna de las
personas con las que anduve. Días después, supe que me estuvieron buscando, y
alguien dijo: “Memo se fue a comprar mango”.
Me puse en la posición del etnógrafo y entré en tertulia con distintas personas
en la parada La Cumbre de Catia, de donde se avista un cartel que dice
Gramoven. Algunos desconfían de los políticos. Otros son cercanos a la
oposición. Unas doñas parecen amar a Julio Borges. Un jovencito me dijo: “Si
conoces a Julio, dile que se ponga pelo”. Conocí a un motorizado. Klever. Él me
llevó de vuelta a mi destino. Ese día se logró el acometido.
Pero el siguiente sábado, la historia fue distinta. Las rojas armas de
fuego, amenaza y muerte, se hicieron presentes en el lugar. Tiros, violencia,
irracionalidad. Saverio sangrando de la cabeza hacia abajo. Opresión. Miseria
humana. Motorizados disparando las balas del odio. Balas de quienes no razonan,
y, por ende, no tienen razón. Mercenarios, enemigos del diálogo y la unión.
Comportándose igual que el resto de los irracionales. De quienes asaltan la
razón y la libertad. Quienes debieran soltar las armas y tomar la Ética a
Nicómaco.
Venezuela ha de transitar la vuelta a la razón. Fortalecer su paideia.
Su cultura. Esta es el verdadero freno, la verdadera resistencia a la
despótica.
La Cumbre de Catia me dejó marcado. Me reafirmó que estamos en el buen
camino. En el methodos del bien común. Soy cercano a la libertad y a la
justicia, porque soy amigo de Aristóteles y de sus maestros Sócrates y Platón.
¡Elevemos la voz de la razón! ¡La vuelta a la razón!
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