Por José Domingo
Blanco, 19/06/2015
¿La gente del
gobierno se enfermará alguna vez? Me refiero a dolencias más serias que una
otitis o un resfriadito común, de esos que se curan con infusiones preparadas
con la “planta de acetaminofén” (sic) -como sugirió la candidata a diputada del
Psuv. ¿Sabrá la gente del gobierno lo que es tener que peregrinar de farmacia
en farmacia buscando medicamentos? Y cuándo tienen alguna molestia ¿a dónde
van? ¿Al Domingo Luciani, a los Magallanes de Catia o al Clínico Universitario?
¿Dónde nacen los hijos de los funcionarios oficialistas: en la Concepción
Palacios o en el Materno Infantil de Caricuao? ¿Sufrirá la gente del gobierno
la angustia que viven los padres con hijos diabéticos o con cáncer? ¿Se les
habrán acabado las pastillas con las que se controlan la hipertensión? ¿Quién
de ellos necesitará diálisis o tratamiento contra el VIH o quimioterapia o
resonancias magnéticas? ¿Quién fue el primero de los miembros del gobierno en registrarse
en el Siamed para garantizarse el tratamiento? ¿Hay en las listas de espera
–por cama o por intervenciones- el nombre de algún notable prócer oficialista?
¿Puede la cúpula chavista-cubano-madurista dormir en paz –a pierna suelta-
sabiendo que cada día, condenan a muerte a centenares de venezolanos, por falta
medicamentos e insumos?
No, la gente del
desgobierno no debe enfermarse nunca. Porque entre los enfermos surge siempre
una solidaridad inmediata. Una compasión tácita que une en la desgracia. Pero,
por la manera como maltratan a la población venezolana, presumo que ni siquiera
padecen de vergüenza. Tal vez por carencia de moral. Es lo único que podría
justificar tanta indolencia. Ni siquiera la pérdida de su máximo líder por
culpa del cáncer los ha conmovido para, en su nombre, emprender una épica lucha
contra cualquier enfermedad que pueda poner en riesgo la vida de ese pueblo que
su comandante fingió haber amado. Porque cuando se pierde a un ser querido
–como puede haber significado para ellos la muerte de Chávez- la sensibilidad
aflora y la solidaridad con todos los enfermos del país –sin distingo de
dolencias ni color político- es inmediata.
La gente del
desgobierno no debe saber ni de llanto, ni de angustias ante la posibilidad de
ver a un hijo morir por no recibir el tratamiento a tiempo. No deben saber del
desgaste emocional y físico al que se somete una familia que no logra conseguir
los medicamentos. Porque el cáncer, la diabetes, el VIH, las enfermedades
coronarias, renales y pare usted de contar, no se curan con infusiones de
acetaminofén. Se curan con unas medicinas que no se encuentran porque el
régimen no termina de liquidar los benditos dólares que necesitan los
laboratorios farmacéuticos. Porque la falta de fármacos y de insumos no se les
puede achacar a la guerra económica, ni a los gringos, ni a los bachaqueros. Aquí,
los únicos responsables son los indolentes que han ocupado en seguidilla el
Ministerio de la Salud. Ex ministros como Eugenia Sader, que salió del despacho
con las tablas en la cabeza, la reputación mancillada, los bolsillos abultados
e imputada por tres delitos: peculado doloso propio, sobregiro presupuestario y
asociación para delinquir. Porque, ese ha sido nuestro mal mayor, la peor
enfermedad con la que parecieran contagiarse quienes en algún momento tienen
que administrar los dineros de la nación: la corrupción. Y contra la corrupción
aún no han inventado vacunas, que yo sepa. Es un mal que infecta hasta a los
más honestos funcionarios al servicio del Estado, por más que lleguen a sus
despachos preñados de buenas intenciones, excelentes ideas y el firme propósito
de “no caer en la tentación”.
Si el ministro
Ventura apartara por un instante las ideologías políticas y, en aras de la
salud del venezolano, escuchara a quienes ya tienen diagnosticado el problema y
saben cuáles serían las posibles soluciones, podríamos concederle el beneficio
de la duda. Sería una buena señal si el ministro Ventura y su banda recibieran
en su despacho a médicos como José Manuel Olivares quien, junto con otros
profesionales, realizó un balance de la situación que presentan 190 hospitales
del país, el cual acompañó con la propuesta para resolver la grave crisis
médica que atraviesa Venezuela. El ministro Ventura daría muestras de interés
por resolver la asfixiante situación de la salud si se tomara unos minutos para
leer y revisar las estadísticas de los productos que se encuentran escasos o
inexistentes en la nación; así como la encuesta que describe la realidad
hospitalaria venezolana y las necesidades de insumos detallados de más de 100
hospitales del país que intentó entregarle el doctor Olivares en su despacho.
Porque nuestros
médicos, los criollitos, a pesar de sus salarios mínimos, las precarias
condiciones de los hospitales y la total ausencia de materiales, siguen
trabajando con mística para salvar las vidas de sus pacientes, sin
discriminaciones políticas. Pero recuerde ministro Ventura que nuestros médicos
son humanos: no son magos, ni brujos, mucho menos papá Dios. Y para salvar
vidas se requieren algo más que la voluntad de salvarla y la ética por cumplir
con la misión para la cual se consagraron. Sacúdase el cargo, arremánguese las
mangas de la bata, coja su estetoscopio, reúnase con todos los galenos que
tengan soluciones a la crisis de su sector y comience a salvar la vida de ese
pueblo –chavista y opositor- que no puede ir a las clínicas privadas o al
extranjero para cuidarse la salud.
Por cierto: ¿a cuál
hospital iría Maduro cuando le dio la otitis que le impidió montarse en un
avión cubano para ir a ver al Papa Francisco? ¿Conseguiría Nicolás el
antibiótico o se curaría con unas goticas de aceite de orégano orejón?
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