PADRE CARLOS PADILLA 25 de junio de 2015
Le doy gracias a Dios por esas personas
con las que puedo descansar, con las que no tengo que estar alerta, ni medir
mis palabras. Esas personas que están siempre. Jesús también las tenía, los
apóstoles, su Madre, los hermanos de Betania. Esas personas que no te están
examinando siempre. Creo que ellos hacen que la vida sea mejor. Ellos me hablan
de Dios.
Me pregunto si yo soy descanso para
otros. Si otros pueden dormir así a mi lado. Sin miedo, sin tensión. Si otros
confían en cómo guío yo la barca. Sin querer quitarme el timón porque no se
fían. ¿Somos lugar de descanso para otros? ¿Pueden otros descansar a nuestro
lado? Jesús descansaba en los suyos. Se fiaba ciegamente.
Ojalá Cristo pudiera siempre descansar
conmigo. Ojalá pudiera con las personas que quiero tener muchos momentos así,
de estar juntos sin nada más. Dejando las cosas urgentes que tengo que hacer.
Jesús hacía eso, se llevaba a los suyos al mar o a la montaña para descansar.
Seguramente, más que sus palabras, los discípulos guardarían en el corazón esos
ratos de intimidad.
¿Por qué tenemos tanto miedo a la vida?
El miedo forma parte de nuestra naturaleza, es cierto. La fe y el miedo están
relacionados. El que tiene más fe, tiene menos miedo. La falta de fe, aumenta
el miedo. Miedo al futuro, a lo que no controlamos.
Jesús toma mis miedos porque le
importan. Le importa todo lo que a mí me pasa. Él, solo Él, puede calmar la
tempestad de mi alma. Puede cambiar mi miedo en paz si me entrego, si me
abandono a Él.
Una persona rezaba: "Deja que no
sufra tanto por cosas que no controlo. No permitas que me aleje de ti cada
noche. No permitas que me esconda cuando sales a mi encuentro. No dejes que
sufra el frío cuando tus brazos me abrazan. No dejes que tenga miedo cuando Tú
estás a mi lado.
Déjame sembrar mañanas que calmen hoy
tantos miedos. Déjame mirar las noches como antesala del cielo. Sin pensar que
nada vale tanto como pretendemos. Déjame alzar el vuelo cuando caiga
agarrotado. Déjame mirar al hombre cuando sufra y no se encuentre. Déjame soñar
bien fuerte cuando no sepa quererte.
Déjame abrazar silencios para que no
pierdan fuerza. Déjame cantar canciones, caminar algo despacio, frecuentar
ventanas amplias, de esas que muestran la vida y llenan de sol el alma. Déjame
vivir contigo aunque no note tus manos. Deja que camine siempre más allá de lo
que puedo. Que recorra mil caminos. Que sepa llegar bien lejos y cuando la voz
se quiebre, deja que canten mis manos.
Quiero ahondar hoy en lo hondo del alma
que Tú me diste. Deja que vuele en tu vuelo, deja que calme mis ansias. Que no
me quiebren la noche, ni la tormenta, ni el fuego. Que no me hunda despacio
cuando las sombras no dejen ver la luz de las estrellas".
Es un canto a la esperanza. El deseo del
corazón que quiere volar tan alto. Una luz en medio de la noche.
¿Por qué tenemos tanto miedo a la vida?
Jesús conoce nuestro corazón. Lo que cuenta no es la tormenta, sino cómo la
vivimos. Lo que cuenta siempre es el cómo. El estilo, la forma, lo que sentimos
por dentro. La misma cosa, fácil o difícil, podemos vivirla con amor o pensando
en nosotros, con luz y optimismo o sin esperanza.
Muchas veces el miedo es muy fuerte
porque hemos puesto la confianza en nuestras fuerzas, en nuestros planes. Nos
volvemos a Dios de vez en cuando para asegurar que la barca sigue mi rumbo.
El otro día leía lo importante que es el
optimismo: "El optimismo libera de la necesidad de estar seguro y tenerlo
todo controlado, de la rumiación egocéntrica porque se centra en el presente,
en lo que puedo hacer yo hoy y ahora, sin miedo al futuro"[1].
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