Por Jesús María Lugo
Peña, 22/03/2013
El Hugo Chávez, el
comandante “supremo” de la revolución bonita, el miliciano, el dictador, el
déspota, el ególatra, el sarcástico zahiriente con los desvalidos de sus
cárceles, el burlista, el del hablar procaz y soez, el ofensor de la iglesia y
se sus conductores, el represor, el antes poderoso confiscador de bienes
ajenos, el encarcelador, el depredador de la patria, cuyos valores se
soportaban en el odio de clases, el peculador contumaz que no fue más que un
reinvento mediático del caudillismo negador, que gobernó a Venezuela como un
brujo africano del siglo XIX, el chafarote militar, pero sobre todo fiel
“continuador” de la obra de Bolívar, ¿se dieron cuenta? se fue callado.
No pudo pronunciar
ese último discurso que cerrara el círculo de sus interminables soliloquios
preñados de mentiras, de improvisación y de engaños. Su gran pieza retórica, la
de despedida, quedó en hipótesis. Ni siquiera pudo decir adiós. Sólo hubo
silencio. Un largo e impropio silencio de 87 días.
Él, que hizo del
gobierno un eterno mitin y un festín, que podía hablar sin despeinarse 9 horas
seguidas; él, cuyo único talento indiscutible era el de la oratoria, murió en
la más discreta mudez. El castigo de Éfeso.
El oxígeno, al
parecer, le faltó en las últimas horas. Sus pulmones de fumador empedernido ya
no dieron. Pero no fue eso lo que lo mató. Esa fue sólo la consecuencia de
un mal que lo aquejó desde mucho tiempo atrás: El poder.
Esa escena inicial,
la de él, probando y experimentando por primera vez lo que era sentirse
poderoso, es imposible de recrear. Difícilmente se pueda saber con exactitud
cuál fue ese punto de inflexión, ese hito en su vida. Pero lo cierto es que le
gustó. De eso no hay duda. Y así comenzó una carrera desenfrenada que lo llevó
a acumular poder como pocos tuvieron en Venezuela, cabalgando sobre la miseria
de sus descamisados a quienes engaño falazmente y les hizo creer que él era el
Corazón de la Patria.
Chávez era ‘the
boss’, el gran beta. Podía hacer lo que le viniera en gana, que es el
privilegio de los realmente poderosos. A nadie rendía cuentas, sólo su voluntad
bastaba. Desde la pantalla, su sede de gobierno por excelencia, ordenaba,
expropiaba, sentenciaba, ordenaba apresar. Era capaz de lo mejor y de lo peor,
de darles casa a unos damnificados y de condenar a prisión a una jueza
inocente, de becar a niños humildes y de dejar sin empleo a 3.000 trabajadores
de RCTV, a 20 mil de PDVSA, a cerca de 1.000. 000 de obreros pecuarios que dejo
en la calle al mandar a confiscar fincas ajenas. Gerenciando era mediocre, casi
quiebra al país, malversó, regaló a manos llenas los dineros de su pueblo, que
está pasando graves necesidades, prestó a fondos perdidos a otros países y
peculó como le dio la gana y nada, ni nadie lo detuvo, solo Dios. Y… odiando
era implacable.
La riqueza y el
lujo parecían no atraerle demasiado. Los disfrutó, cómo no, al más placer y
boato. Y de los mejores gustos que lo sabía hacer como todos los dictadores
comunistas, lo hacía detrás en esa otra vida privada paralela que llevaba junto
a sus familiares. Comió bien, se vistió con ropa de la más fina, usó buenos
relojes de los más caros, se alojó en costosos hoteles y viajó por todo el
mundo en un avión de primera a todo lujo y al más elevado confort mientras el
pueblo seguía miserable. Sin embargo, no parecía darle tanta importancia, eso
así lo demostraba en público. Era su faz de farsante. Gustarle, le gustaría,
pero lo suyo era otra cosa, lo suyo era el poder. Eso sí lo deslumbraba. Eso lo
perdió.
Fue habilidoso en
reclutar a su personal, a sus sumisos palafreneros a quienes humillaba y vejaba
a su antojo y lo hacía en público. Supo leer en ellos frustraciones
ancestrales, sus miserias y sus debilidades, sus malas mañas y raterías
personales, rencores de cien años, traumas no resueltos, necesidades
insatisfechas; y ahí se afincó. A la jueza que forjaba actas la puso a
presidir el TSJ, al chofer de metrobús lo llevó a la Cancillería, al economista
marxista despreciado por sus colegas de la academia lo nombró Ministro de
Economía. Y así creó una corte de eternos agradecidos, aplaudidores y reidores
de oficio. No era improvisación, era estrategia, la forma de asegurarse una
lealtad inmarcesible, los corrompía para luego manipularlos y chantajearlos… De
tener más poder, que… de eso se trataba todo.
Manejó a discreción
un presupuesto descomunal cercano a 1 billón 280.0000 millones de dólares.
Nunca un presidente tuvo tanto dinero a su disposición. La repartió y con ello
compró conciencia de adentro y de afuera y con ello subyugó y mancilló otros
pueblos. Tuvo nobleza en la intención, pero de ahí no pasó. Regaló y no
invirtió en su país para sacarlo de la pobreza y la miseria física y moral en
que está actualmente. Casi todo quedó en humo. Pan para esos gloriosos días de
abundancia y hambre para los venideros. Hizo más llevadera la vida de los
pobres, la mejoró en algunos aspectos, pero no los sacó de la pobreza,
pues si los sacaba era su perdición. Afuera usó esa plata para ganar amistades
y establecer alianzas. Como el niño rico de la cuadra pobre, que invita a sus
vecinos al club, los mete en las fiestas de su casa y a veces los monta en el
carro. Así fue, sobre todo con América Latina y el Caribe. Que haya robado es
algo que no consta, que dejó robar a los suyos seguro es lo mismo; eso en
Derecho se tipifica como“Cooperador Inmediato y cohonestador por omisión”, y
robo a la patria y eso es traición, y que se hizo el ‘Don Tancredo’ con las
denuncias de corrupción fue evidente. Era de manual: mientras estés bien
conmigo, hasta robar puedes, yo te protejo; si te volteas, ya verás, te mando a
joder, siempre lo hacía por tercería, porque era cobarde y llorón cuando
se le aflojaba el barro.Más lealtad. Más control. Más poder. Lo tuvo todo. No
había quien mandara como él. La nueva ‘dictadura perfecta’, popular y con pinta
de democracia, la instauró él. Fidel, su ídolo de infancia, era su pana de
adultez, los presidentes de Suramérica lo idolatraban, la izquierda, con sus
intelectuales y cantantes, comunistas trasnochados lo mimaban. Líder, hombre
fuerte de Venezuela, luz de Latinoamérica, espada de los pobres, azote del
imperio, martillo de la oligarquía, heredero legítimo hijo de Bolívar de Bolívar,
esperanza del mundo entero, eso se lo hacía saber su ductor vernáculo el
general Pérez Arcay uno de lo que los envenenó con su libro EL FUEGO SAGRADO.
“Hugo!!! Viniste muerto de Cuba a despedirte (De él) como El Negro Primero”,
(Eso es cierto lo que dijo el general, aquel de Páez este de mí).
Estaba en lo más
alto, en la cumbre del Olimpo. Y entonces le devino el cáncer. Lo que debió ser
un ‘cable a tierra’, la ducha helada para bajar la fiebre de grandeza, se
convirtió en la gran hazaña que completaría la epopeya y confirmaría que él era
un ungido. Y ahí se jodió todo, Zavalita. Porque no fue ni siquiera negación,
que todavía. Fue confiar ciegamente en un destino que no estaba escrito, en una
propiedad curativa que el poder no tenía, en una inmortalidad que no existía.
Solo en su mente enferma y en su conducta bipolar.
Y no hubo quien por
su bien le enseñara la tarjeta roja, lo mandara a las duchas y a descansar. Lo
dejaron seguir jugando, a sabiendas que la vida se le iba en ello. Eso fue lo
peor que hizo Raúl, lo mandó al matadero por la revolución cubana. Porque a fin
de cuentas él era el enfermo. Podía inventarse fábulas y ficciones, curaciones
milagrosas atribuibles los espíritus de la sabana o sueños con un Bolívar que
le decía que no moriría. Era comprensible. Pero los otros, los que estaban
alrededor suyo, sanos, que sabían lo que pasaba, que veían el deterioro, que lo
oían quejarse de los dolores, que lo recogían cuando se desmayaba, ellos, que
podían detenerlo, al final resultaron ser el nido de escorpiones del que alguna
vez habló Müller Rojas.
El crucifijo lo
cargaba siempre en la mano, lo apretaba y besaba cada vez que podía. Peregrinó
por cuanto templo y basílica encontró en Venezuela. Dijo que restauraría la
Iglesia de La Candelaria, donde reposan los restos de José Gregorio,
y que haría un santuario en Táchira para el Santo Cristo de la Grita. A cada
santo le prometía una vela. “Estoy aferrado a Cristo”, juraba. Pero en
realidad se aferraba al poder. No cedía. Como el joven rico del Evangelio de
Mateo, Chávez no pudo desprenderse de lo que tenía -¡es que la riqueza era tan
grande!- para seguir al Jesús que lo llamaba. Pretendió servir a dos señores,
poder y Cristo, y eso no era posible. “O aborrecerá a uno y amará al otro, o se
apegará a uno y despreciará al otro”, había advertido hace casi dos mil años el
hombre de Nazaret. Que fue quien al final lo sacó del juego.
Lealtad tuvo mucha,
no así cariño, el creyó que le amaban como Mussolini y Perón y lo peor es que
sus áulicos se lo hacían creer, pero, porque si lo hubieran querido bien, de
verdad, si hubiera habido amor y no temor, afecto y no interés, entonces
hubieran impedido que se lanzara al abismo. Que eso al final fue la campaña: Un
abismo por el que se le terminó de ir la poca salud que le quedaba, el abismo
por donde lo empujaron sus amados, Raúl y Fidel
El esfuerzo fue
devastador. Ya le costaba caminar. Necesitaba esteroides y altísimas dosis de
calmantes para salir en tarima y complacer a Raúl y a Fidel. A cada mitin
le seguía una moridera. En cada uno iba dejando un poco de vida. Proverbial fue
el cierre en Caracas, bajo el cordonazo de San Francisco. La naturaleza
rebelándose, y él guapeando en tarima para que lo obedeciera. La misma soberbia
del padre Bolívar haciéndose presente en el hijo putativo. Esa tarde bailó y
saltó, y luego no pudo recorrer ninguna de las restantes 6 avenidas, colapsó y
se lo llevaron de urgencia a Miraflores.
Al final ganó las
elecciones. Lo logró, sí. Aguantó como un varón, también. Pero no le sirvió de
nada. “Insensato, esta misma noche vas a morir, ¿y para quien será todo lo que
has acumulado?” Es la parábola del granero rico que gasta la vida guardando
fortuna para él y cuando llega al tope, Dios le anuncia que morirá. Es la
parábola de la última elección de Hugo Chávez. Porque ni juramentarse pudo.
Dos meses después del “triunfo” se fue a Cuba para no volver, en su discurso lo
dijo y la gente no se dio cuenta: PATRIA…PATRIA… PATRIA QUERIDA.
Tuvo una agonía
larga y dolorosa, como la de todos los dictadores. Da la impresión de que la
vida se la extendieron más de lo recomendable hasta su fallecimiento el 29
de diciembre de 2012,sin importar el sufrimiento. Progresivamente fue perdiendo
facultades entre el 10 de diciembre y el 22 que se fue al limbo. Por perder
perdió hasta el habla. Era un muerto en vida, dependiente de máquinas y cables. Y
ni aun así renunció. Ya no podía, tampoco convenía. Así de perverso y
retorcido: En lo último de la vida tampoco valió el hombre sino el poder. Sí,
el poder, su verdadero amor delirante, su gran obsesión, su definitiva
perdición.
ALEA JACTA EST, ARS
LONGA VITA BREVIS NUNC EST SEMPER
La suerte está echada El arte es duradero y la vida es siempre corta (lo dijo Julio César al cruzar el Rubicón).
La suerte está echada El arte es duradero y la vida es siempre corta (lo dijo Julio César al cruzar el Rubicón).
EPITAFIO EN LA
TUMBA DE CHAVEZ.-
"Aquí yace un hombre que hizo bien e hizo mal.
El bien lo hizo muy mal, y el mal lo hizo muy bien.
Es de dudar que él descanse en paz,
"Aquí yace un hombre que hizo bien e hizo mal.
El bien lo hizo muy mal, y el mal lo hizo muy bien.
Es de dudar que él descanse en paz,
pero es seguro que
nosotros sí !!!!!
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