Fernando Mires 20 de junio de 2015
Mi estimado colega Demetrio Boersner al
enviarme uno de sus interesantes artículos de opinión titulado Socialdemocracia
vs. Socialdictadura nos propuso –no sé si ese fue su propósito- un concepto
nuevo. Dio en el clavo: Socialdictadura no solo es un término ingenioso; desde
el punto de vista politológico podría ser, además, muy productivo.
Por de pronto, es posible afirmar que no
todas las dictaduras son sociales. Bajo socialdictadura tampoco debemos
entender a dictaduras que han hecho unas u otras reformas sociales.
Socialdictadura debe ser entendida como una dictadura que se hace del poder no
en nombre de un gran cambio social sino en nombre de un cambio de la sociedad.
Lenin y Stalin fueron socialdictadores
de la primera hora (Mussolini y Hitler no fueron socialdictadores: no
postulaban “otra sociedad” sino “otra nación”) Después vinieron los del
“socialismo real”. Fidel Castro, cuando invalidó el programa democrático del 26
de Julio sustituyéndolo por otro destinado a cambiar de raíz a la sociedad
cubana, se convirtió en el primer socialdictador de América Latina.
Franco, Pinochet, Videla y otros del
mismo calibre, no se propusieron cambiar a la sociedad. El objetivo solo era
cambiar el orden político.
La diferencia entre un socialdictador y
un “dictador en estado puro” no reside entonces en el mayor o menor grado de
maldad. Reside, antes que nada, en una creencia, a saber, la de que para los
socialdictadores las revoluciones no acontecen; deben ser hechas. Los
socialdictadores imaginan ser ejecutores de una misión histórica de una
historia que para ellos es una “ciencia”. Es por eso que, aún sin haber leído a
Marx, la gran mayoría de ellos se declara marxista.
Las revoluciones, lo dijo Marx, son las
parteras de la historia. Pero como los dictadores no son ginecólogos, recurren
a los servicios de sus equivalentes políticos: renombrados “científicos” (sobre
todo economistas) quienes, con el correr de los años revelan ser lo que siempre
han sido: simples charlatanes.
En la mente del social-dictador el mundo
está dividido en dos: los que cambian la sociedad y los que deberán ser
cambiados. Esa fue la razón por la cual Hannah Arendt escribió en su libro
Sobre la Revolución que todo proyecto destinado a cambiar a la sociedad ha
conducido y conduce, por su propia lógica, a una dictadura. Ahí, en ese proyecto,
residen los orígenes del totalitarismo moderno.
Demetrio Boersner opina con mucha razón
que la gran división de la izquierda mundial ha sido entre socialdemocracia y
socialdictadura. Según la primera opción, los cambios sociales deben ser
realizados sin renunciar a la lucha por la democracia. De acuerdo a la segunda,
el cambio de la sociedad solo puede ser realizado mediante la supresión de la
democracia.
Quizás debe ser agregado que bajo el
concepto de socialdemocracia no solo debemos entender a militantes de partidos
socialdemócratas. Si aplicamos la traducción de Sozialdemokratie al castellano,
el término exacto debería ser “demócracia social”.
Demócratas sociales somos quienes
aceptando la necesidad de profundas reformas sociales no estamos dispuestos a
hacer concesiones sobre el tema de la democracia. La razón es la siguiente: El
concepto democracia ya no designa solo a una simple forma de gobierno.
Democracia es hoy la palabra que designa
al conjunto de nuestras libertades políticamente organizadas. Ese es el punto.
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