Por Carlos
Molina Camacho, 28/06/2015
El trabajo
humano nos hace parecidos a Dios, nos torna creadores. El trabajo nos hace útiles
a la sociedad y, siempre y cuando sea hecho en condiciones humanamente
aceptables, nos brinda felicidad, ya que toda creación genera una dicha que no
se obtiene fácilmente por otros medios.
En el
capitalismo, sistema en donde los que laboran, sea en empresas de producción de
bienes o servicios o bien de distribución de éstos (establecimientos
comerciales), el trabajo es una fuente de subsistencia para sí mismo y para su
familia. Desde luego que también supone
una creación, fruto del cerebro y de las manos del hombre o de la mujer que lo
realizan, y debe ser un timbre de orgullo cuando es bien hecho.
Mas sin embargo
en ese sistema trabajas para otros. Esas empresas son propiedad de los dueños
del capital. Los trabajadores son simples asalariados, pues laboras,
principalmente, para el beneficio económico de otros. No tienes injerencia en
la conducción de esas empresas, simplemente no son tuyas….
En el sistema
económico del estatismo o socialismo de origen marxista, el trabajador realiza
su faena para un patrono que se llama Estado o para algún organismo dependiente
de ese Estado: la empresa es pública. Los beneficios económicos no van a los
bolsillos de los dueños del capital, sino que deberían distribuirse en
servicios a los ciudadanos. Sin duda que en este sistema se logra un innegable
progreso social, al menos en teoría.
Pero aún
tenemos que decir que los asalariados de esas empresas públicas tampoco tienen
mayor influencia en la administración de ellas, las que son dirigidas por los
técnicos o burócratas del partido gobernante que terminan conformando una nueva
“clase social”, junto con los jefes políticos de turno.
Recordamos la
obra de Milovan Djilas, político yugoslavo (1911-1995) que escribió en los años
50 del siglo pasado una crítica del burocratismo en una obra que tituló: LA NUEVA
CLASE. Ese
atrevimiento suyo de criticar el sistema comunista le costó la expulsión del
partido (1954) y la cárcel (1956).
Los aspectos
negativos de este sistema son varios, y su implantación en algunos países ha
puesto de manifiesto que los beneficios son más teóricos que prácticos. La
sabiduría popular nos recuerda que “el ojo del dueño engorda el caballo”. Los
dueños de esas empresas públicas son los millones de personas que conforman la
sociedad en su conjunto, que mal pueden estar supervisando o vigilando la buena
o mala marcha de esas empresas, tarea que por tanto delegan en unos
funcionarios públicos, que son simples asalariados del Estado.
Habrá entre
esos funcionarios públicos gente muy honesta y responsable que cumplirán fielmente
sus obligaciones, sea como administradores de esas empresas o como contralores o supervisores de las
mismas. ¿Pero será la mayoría de ellos?
Las experiencias vividas en países en donde se impuso ese sistema nos
hacen pensar que más bien son una ínfima minoría los funcionarios públicos que
reúnen, por desgracia, esas cualidades
de honestidad y responsabilidad.
Los defensores
del mismo –afortunadamente ya no son muchos- se olvidaron de un gran enemigo
que tenemos los que deseamos la justicia social: el ego humano, sus debilidades,
la carencia de valores, las ambiciones, los engaños, la desidia, la corrupción, etc, Hay ejemplos de empresas del Estado bien
administradas, tanto en Venezuela como en otros países. Recordemos la PDVSA de la llamada Cuarta
República, pero son la excepción.
Todo ello sin
hablar de los egoísmos políticos. Muchas
de esas empresas se fueron convirtiendo en refugios para contratar compañeros
de partido, sin que ellas los
necesitasen realmente. Se abultaron enormemente
las nóminas. Se acordaron salarios altos sin correspondencia con la
productividad de las unidades económicas, etc.
Total: fracasó el sistema.
Recordemos aquello de que “Lo que nada nos cuesta hagámoslo fiesta”. En los
dichos populares hay mucha sabiduría…
Sin una
economía sana no hay cambio social posible. Los soviéticos se dieron cuenta 70
años después de su implantación, pero tuvieron el valor de rectificar, al igual
que otros países.
Cuba está hoy
dando sus pasos en la buena dirección, y procura desmontar ese leviatán que es
el Estado cubano, para abrirse a una economía privada que opere en mejores
condiciones. Ojalá sea el momento histórico del socialismo cooperativo en esa
querida isla.
La prosperidad
china no se la debe a su estatismo sino a que estimuló la iniciativa privada en
la economía del país.
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