Por Juan Manuel Trak,
18/06/2015
Si algo ha
demostrado la política venezolana en los últimos años es que el desempeño de la
democracia en el país tiene efectos inmediatos sobre la situación económica y
social. Más allá de los ingresos petroleros, de los shocks
macroeconómicos o de las políticas sociales implementadas por el gobierno, lo
cierto es que Venezuela como proyecto se dirige hacia el fracaso.
Muchos atribuyen
esta situación a la incompetencia de quienes nos han gobernado, a las
posiciones ideológicas de las élites en el poder o a la corrupción generalizada
en el seno del Estado; pero ninguna de estas situaciones se mantendrían durante
tiempo prolongado si no fuese por el mal funcionamiento de las instituciones
democráticas del país. Me explico, la democracia es un sistema político
que permite a los ciudadanos elegir a sus representantes/gobernantes para
llevar adelante políticas próximas a sus preferencias y, posteriormente,
evaluar el desempeño de su gestión mediante el voto. Esto supone que los ciudadanos
tengan acceso a información para formarse un juicio adecuado sobre el
funcionamiento del país, también supone la existencia de una oposición con
capacidad de ejercer su rol de manera libre y competir en las elecciones
igualdad de condiciones y, finalmente, la existencia de instituciones
independientes que defiendan los derechos de los ciudadanos y eviten la
concentración del poder en manos de unos pocos.
En Venezuela estas
condiciones han sido socavadas sistemáticamente en los últimos 15 años.
En primer lugar, cada vez son menos los medios de información realmente
libres; el cierre, persecución, compra y amedrentamiento a los medios de
comunicación masivo ha reducido la oferta informativa disponible a la mayoría
de los ciudadanos.
A esto se le suma
el incremento en la opacidad de la información proveniente de los diferentes
organismos del Estado: Banco Central, Instituto Nacional de Estadísticas,
Ministerios, por mencionar algunos. En muchos de estos casos la veracidad
y calidad de información es dudosa, en otros inexistentes; lo que reduce la
confianza de los ciudadanos sobre la información proveniente de las
instituciones del Estado.
En segundo lugar,
los grupos adversos al gobierno son sistemáticamente hostigados y perseguidos.
Independientemente de si se trata de partidos políticos o sociedad civil
organizada, existe una política de criminalizar la crítica al gobierno, de
colocar en el plano de los traidores a personas u organizaciones que alzan su
voz contra aquello que consideran que es incorrecto, injusto o inmoral.
De allí que haya líderes políticos, empresariales, estudiantiles y
defensores de derechos humanos presos o con juicios abiertos. En términos
electorales, esto se traduce en partidos políticos con poca capacidad de
maniobra e incapacidad estructural de competir con un partido que ha cooptado
el Estado. Así, si bien en la letra existen una democracia porque hay
elecciones, las condiciones de las mismas ponen en duda su capacidad para que
los ciudadanos elijan nuevos representantes y castiguen electoralmente a los
actuales.
Finalmente, las
instituciones como el Poder Judicial, Moral o Electoral, que se suponen deben
trabajan para proteger y garantizar los derechos de los ciudadanos frente a
poderes fácticos, han sido incapaces de responder a los ciudadanos. Por
el contrario, responden a los intereses de quienes detentan el poder, protegen
a la nueva élite de la cual son parte y socavan los principios de independencia,
división del poder y control propios de una democracia.
Estas carencias en
la democracia venezolana nos han conducido al fracaso de nuestra sociedad. Hemos
sido incapaces de construir una institucionalidad que produzca bienestar, que
garantice los derechos de la mayoría de los venezolanos, que controle el poder,
que persiga la corrupción. El resultado, luego de diez años de la bonanza
petrolera más importante experimentada por el país, el país se encuentra en
ruinas, sus mejores talentos huyen por cualquier vía y el Estado cada vez es
más incapaz de garantizar sus funciones mínimas. Así las cosas, sin una
institucionalidad democrática es imposible salir de la actual crisis;
construirla es el desafío de los días por venir y el fracaso en esta empresa
significaría nuestro fracaso como sociedad.
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