Miguel Bahachille M 22 de junio de 2015
@MiguelBM29
Nada nuevo. Uno de los instrumentos
históricamente más recurridos por élites dominantes autocráticas para lograr
que las masas se acomoden a sus objetivos, es la manipulación de la realidad.
Por ejemplo todo dictador, además de fuerza bruta, echa mano de los argumentos
más inverosímiles para convencer a las masas de la inevitabilidad de sus
acciones correctoras. Ahora ciertos gobernantes latinoamericanos electos en
sufragios lícitos, siguiendo el esquema político iniciado por Chávez, se quedan
solo con la fuerza bruta pues la manipulación populista dejó de ser un avío de
conquista.
La alternancia política está retomando
su relevancia no obstante que la corriente populista latinoamericana siga
denigrando de ella. Por ejemplo los mandatarios de países del ALBA sienten cómo
se incrementa el tedio y rechazo de la mayoría de sus ciudadanos. Las protestas
contra el presidente Correa evidencian la extenuación del pueblo ecuatoriano
enervado por sus constantes bravatas, entre otras, contra la pesquisa de medios
de comunicación democráticos.
Igual sucede con los presidentes de
Bolivia y Nicaragua. Por su parte “naciones amigas solidarias con Venezuela”
como Argentina y Brasil van por la misma onda. Enormes manifestaciones públicas
declaran el cansancio contra “lo mismo”, de paso, colmado por la corrupción.
Nadie sabe lo que encubre el régimen. Su
acción no va más allá de constantes manotazos contra la oposición y también
frente a “los otros” que no se anotan en el proyecto revolucionario. Entretanto
el vecino, desconectado de ese entramado e inmerso en enormes colas, no
entiende cuál es el rumbo cierto. La animadversión hacia “todo lo demás” es la
única política de Estado visible en la mayoría de medios.
Colegios privados, partidos políticos de
oposición, Iglesias, empresarios, hacendados, industriales, sindicatos, medios
de comunicación autónomos, son blancos constantes de los ataques del Gobierno
por cometer el pecado de “no entender el proyecto”. Contrario a lo que sucede
cuando impera la peculiaridad racional democrática inclusiva, civilizada y
exitosa en el primer mundo.
Es notorio el resentimiento oficial como
política de Estado. Quizás sea la más terrible tragedia que nos atosiga. El
resentido pretende modificar el pasado y como no puede hacerlo por mandato
cronológico forzoso, arremete contra el presente; e inmerso en su avidez
fanática arruina el futuro de 30 millones de habitantes.
El gobierno iniciado en 1999 desarmó las
piezas del rompecabezas institucional y ahora no tiene la menor idea de cómo
ensamblar uno nuevo para beneficio del pueblo como tanto lo predicaron. De allí
que el país esté desarticulado y la gente no comprenda por qué está obligado a
subsistir a la defensiva y en colas para todo.
El proyecto llega a su fin porque no
tiene otra salida que acogerse a las pautas de la democracia formal. El invento
revolucionario o, socialista como refieren algunos, fracasó. El único recurso
de la oposición está en el sufragio y lo pertinente es prepararse ya para la
jornada electoral no anunciada por el CNE pero que evidentemente ocurrirá en el
transcurso de este año. Todo lo demás es fantasía.
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