Por Felix Palazzi,
27/06/2015
Un valor no tiene
ley o precio. Un valor ha de ser valorado y apreciado en tanto valor
Sólo tolera el mal
quien no lo sufre o no tiene entrañas de compasión, quien se hace indiferente
ante lo que sucede o quien ha perdido toda esperanza en que las cosas cambien.
No solamente es irracional soportar el mal, es también inhumano y perverso
permitirlo. La tolerancia como valor no puede reducirse a la simple idea de
sobrellevar o conceder una dispensa a la ley común. El cristianismo católico
hasta antes del Concilio Vaticano II sólo entendió la tolerancia como la dispensa
al error. La convicción de poseer la verdad y estar en ella, favorecía a la
interpretación de la tolerancia como la virtud de soportar el error en función
de un "bien mayor" o en razón de un plan divino oculto. En el fondo
se escondía una profunda petulancia de la Iglesia que se entendía como una
"sociedad perfecta". Afortunadamente san Juan XXIII y el Papa Pablo
VI abrieron paso a otra forma de entender la tolerancia, desde la relación de
la Iglesia y el mundo y con las otras religiones. No nos ocuparemos de la
historia de la fe cristiana en este artículo. Hoy nos urge entenderla en
nuestra realidad.
La tolerancia surge
en el contexto moderno para garantizar la convivencia y la pluralidad de
opciones que tienen vida en todo grupo social. En el liberalismo político las
sociedades democráticas tienen el deber y la necesidad de encontrar su
legitimidad en medio de la pluralidad de propuestas políticas, morales,
religiosas y filosóficas. Para tal fin John Rawls sostiene que el Estado y sus
ciudadanos están comprometidos en construir una sociedad que garantice la
libertad e igualdad de todos. Ello conlleva la profunda convicción del deber y
la exigencia de la participación plural y simétrica al formular los propios
acuerdos, así como la obligación de respetarlos. Para que esto se cumpla la
instancia de la justicia debe garantizar el derecho a la legítima defensa y el
respeto a los derechos humanos. Como podemos apreciar, el valor de la
tolerancia en la filosofía liberal se transforma en la garantía de la pluralidad
y la equidad social. Desde esta equidad y participación pública Rawls insiste
en la necesidad de buscar las "justificaciones razonables" que
permitan alcanzar acuerdos y garantizar la convivencia social.
Pero, ¿cómo vivir
en una sociedad en la que no se garantiza o se promueve la igualdad de
oportunidades sociales y políticas de todos sus ciudadanos?, ¿cómo lograr
acuerdos si no hay la voluntad ni la claridad para alcanzarlos?, ¿qué
instancias permanecen si la justicia no es capaz de garantizar la igualdad de
todos?, ¿podemos ser neutrales ante situaciones, sociedades o grupos humanos
que deciden ser fundamentalmente intolerantes?, ¿cómo alcanzar acuerdos
"racionales" frente a la evidente "irracionalidad" que
niega todo derecho o diálogo? Lo cierto es que las teorías parecen naufragar
ante la dureza de la realidad. Nuestra realidad global y nacional pone en duda
toda posibilidad de vivir de modo tolerante.
Un valor no tiene
ley o precio. Un valor ha de ser valorado y apreciado en tanto valor. Luego del
genocidio de Ruanda algunos optaron por invertir en la educación como instancia
privilegiada para alcanzar la reconciliación y sanar al país. La educación de
las futuras generaciones es una de las instancias privilegiadas para recuperar
la salud social. Ello implica un proyecto a largo plazo, proyecto con el que ya
estamos en deuda. Sanar nuestras instituciones y la dinámica social requerirá
del esfuerzo de todos, pero éste debe empezar por la asunción y el aprecio de
aquellos valores que nos permitan, al menos, vivir "razonablemente".
Doctor en Teología
@felixpalazzi
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico