Thaelman Urgelles 22 de junio de 2015
@TUrgelles
En Washington Square, en el Village
newyorkino, es frecuente ver a taxistas derrotar en ajedrez a doctores de NYU.
Y a nadie sorprenden. Porque en el ajedrez no hay que ser necesariamente el más
culto e inteligente para ser el mejor. Por supuesto, hay que ser inteligente y
estudiar mucho ajedrez, algo que hacen miles en todo el mundo. Pero, ¿por qué
hay un solo Kasparov? Porque sólo él, desde que era un niño, tuvo acceso al
secreto, al arcano misterioso que sólo le es brindado a muy pocos elegidos,
quizás uno cada dos o tres generaciones. Igual pasa entre los jugadores
callejeros, algunos poseen una mayor tajada del secreto aunque sean menos
doctos en otras esferas.
Lo mismo ocurre en la política. La
búsqueda del poder es como la carrera de los espermatozoides por fecundar el
óvulo. Arranca una enorme multitud de aspirantes y solo uno llega a conseguir
el objetivo. En la política, la ruta hacia el óvulo es mucho más intrincada y
llena de obstáculos que la que encuentran los minúsculos gametos reproductivos.
Cada generación política produce un
auténtico líder, o a lo más dos de ellos.
Por fortuna la alternabilidad
democrática permite que más de uno alcance su turno de poder, pero un líder de
verdad es difícil que abunde en un mismo lote de políticos. Y no siempre ese
líder resulta ser el de mayores pergaminos académicos. Porque la política no es
SOLO un conocimiento racional, ella comprende una serie de otras habilidades e
instintos que trascienden el ámbito de los saberes formales.
Y no me refiero aquí a las picardías,
trampas y mentiras de las que suelen valerse los políticos de poca monta, que
dan lugar a la rasa descalificación que de la política suelen hacer los
espíritus menos elaborados. Estoy hablando de la política ejercida con
honradez, mas con un talento único para observar la realidad, auscultarla e
interpretarla, y a partir de ello planear y ejecutar acciones propias en el
ámbito público (se las llama "políticas"), previendo las reacciones
de segundos y terceros a tales iniciativas y luego los resultados de toda esa
confrontación de situaciones.
"La política la inventó el
diablo", solía decir Carlos Andrés Pérez, y no se refería a la maldad que
no pocas veces está contenida en su ejercicio sino a su inextricable
complejidad e ilimitada contingencia.
Pese a todo ello, la política es el
ámbito en el que todos tenemos derecho a inmiscuirnos, a decir nuestras
"cuatro verdades", a observar y juzgar el comportamiento de quienes
la ejercen con mayor protagonismo. Porque las consecuencias del ejercicio de la
política afectan la vida de cada una de "las personas comunes", en
unos tiempos más que en otros.
Hoy en Venezuela la política ocupa un
lugar predominante en la vida de todos. Ocurre cada vez que un iluminado, al
frente de una cohorte fanática, pretende imponernos a perpetuidad su ambición
disfrazada de épica redentora. Ello nos da pleno derecho a expresarnos
políticamente, a adherir o cuestionar sin cortapisas las diferentes opciones o
liderazgos que se ofrecen a nuestra evaluación. Y el derecho de participación
activa, si queremos profundizar el compromiso con la realidad cuestionada.
Las redes sociales amplifican al máximo
el ejercicio de tal derecho, lo que también es positivo. Aunque existe un
pero... Cabría pedir a los entusiastas opinadores espontáneos, quienes recién
asoman sus plumas y argumentos al terreno muy complejo de la política, un mínimo
de respeto por quienes han hecho de esto su vida entera, por lo menos el
esfuerzo de conocer y comprender las circunstancias en las que cada quien debe
ejecutar sus actos políticos, antes de descalificarlos con audaz arrogancia y
de un sonoro tecladazo.
OJO: no lo pido para mi, soy apenas otro
espontáneo.
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