Fernando Mires 16 de junio de 2015
Hablar de política no pública es un
contrasentido. La política es cosa pública por definición. Hablar de política
secreta es parecido a decir en una sola palabra “bueno-malo”. Algo
definitivamente imposible.
Eso no significa, sin embargo, que todo
lo que se dice en política debe ser conocido en detalle por el público. Pues la
política no solo es pública. Es, además, representativa y al ser
representativa, es delegativa. Con nuestros impuestos pagamos a determinados
ciudadanos para que nos representen en diferentes espacios a los cuales no
tenemos acceso, incluyendo las dimensiones secretas de la política que son,
predominantemente, las de la diplomacia.
Entonces podemos afirmar: la política
como cosa pública contiene dos dimensiones: la pública propiamente tal y la
secreta. Eso significa que para que la dimensión secreta tenga un valor
político, debe encontrarse al servicio de la cosa pública y, en consecuencias,
subordinada a ella.
Los diálogos, las conversaciones y sobre
todo las negociaciones, no pueden ser conocidas por todo el público
(ciudadanía). Eso es evidente. Pero el público sí debe y puede conocer el
objetivo y el sentido que poseen los intercambios no públicos en la política.
Si eso no es así, quiere decir que la política está siendo llevada a cabo sin
el conocimiento del público. Y bien: eso es lisa y llanamente abuso de poder.
Es también una práctica anti-política y, por ende, anti-democrática.
Vale la pena diferenciar entre objetivo
y sentido de la política. Es muy sencillo: El objetivo responde a la pregunta
del “para qué”. El sentido a la pregunta del “por qué”. Expliquémonos con
ejemplos:
Cuando Ángela Merkel conversa con
Vladimir Putin, además de hablar acerca del clima, lo hacen sobre temas
existenciales de la política europea.¿Para qué? Para asegurar las condiciones
de la paz. ¿Por qué? Porque esa paz, desde que Putin invadió Crimea, se
encuentra, por lo menos en una parte de Europa, en peligro. Y bien, ese “para
qué” y ese “por qué” (objetivo y sentido) son conocidos por casi todos los
habitantes de Europa. Lo que, y cómo, se conversa, es, por supuesto, secreto.
Lo importante es que el “por qué” y el “para qué” sean de conocimiento público.
Lo secreto se encuentra, en este caso, al servicio, y por lo tanto, subordinado
a lo público.
Podríamos dar otros ejemplos: Todos
sabemos “para qué” y “por qué” el gobierno colombiano dialoga con las FARC. De
la misma manera, todos sabíamos que las múltiples conversaciones que tenían
lugar entre delegados cubanos y estadounidenses tenían como objetivo levantar
el embargo y, como sentido, un mejoramiento de las relaciones entre los EE UU y
América Latina.
Ahora bien, si nos hemos extendido en
este preámbulo se debe a lo siguiente: el 16 de Junio de 2015, dos
representantes de gobierno, Diosdado Cabello, Presidente de la Asamblea
Nacional venezolana (investigado en los EE UU por tráfico de drogas) y el
consejero de Estado norteamericano, Thomas Shannon, se reunieron en Haití para
conversar no solo sobre temas que nadie conoce, sino, además, cuyos objetivos y
sentidos son, hasta el momento, secretos.
Si el gobierno venezolano eleva el
secretismo a política de estado no puede sorprender a nadie que conozca la
deriva anti-democrática que dicho gobierno ha venido experimentando. Pero que
el gobierno norteamericano oculte no solo a la ciudadanía venezolana, sino
también a la norteamericana, el “para qué” y el “por qué” (el objetivo y el
sentido) de las conversaciones entre Cabello y Shannon, el encuentro entre esas
dos personas aparece como un hecho políticamente inadmisible.
Puede ser incluso que un diálogo entre
ambos hombres de estado traiga consigo efectos positivos en las relaciones de
los dos países. Ese no es el problema. El problema es que ni en su objetivo ni
en su sentido ese encuentro se ajusta a las normas más elementales de la
política internacional.
Peor todavía: si las ciudadanías
estadounidenses y venezolanas no reciben ninguna información acerca del
objetivo y el sentido de lo que ambos representantes conversaron o negociaron,
esas ciudadanías tienen todo el derecho a sentirse tratadas como idiotas por
sus respectivos gobiernos.
Empleo el término idiota en sentido
griego. Los idiotas en la antigua Grecia eran todos los que no tenían ningún
derecho y por lo mismo ningún deber político.
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