Miguel Méndez Rodulfo 03 de junio de 2016
La
historia reconocerá en la figura de Almagro un antes y un después en la
trayectoria de la OEA. Este diplomático uruguayo, de modales suaves y voz
pausada, abogado de profesión y militante de una izquierda moderada, decidió
por cuenta propia y en una cruzada épica por los valores democráticos, rescatar
la dignidad perdida del organismo continental luego de varias décadas de
constituirse en un club de gobiernos y de darle la espalda a los pueblos. Todos
recordamos que la gestión de Insulza, mediocre y subordinada a los caprichos y
desmanes del chavismo, así como a sus insultos, colocó a la OEA como un órgano
inútil e intrascendente, al cual había que sustituir por cualquier disparate
que se le ocurriera a los países del ALBA. Cuando Almagro era candidato a la
Secretaría General, Andrés Oppenheimer lo entrevistó, increpándole que para qué
postularse a presidir un organismo tan desprestigiado como ese. El candidato de
entonces prometió rectificaciones si ganaba; pensamos en ese momento que eran
las clásicas promesas de todo aspirante a voto.
Equivocadamente
no medimos el grado de compromiso con la democracia que habían adquirido los
antiguos guerrilleros del sur, con Pepe Mujica como ejemplo. No consideramos
tampoco el viraje que habían dado en nuestro país personajes como Teodoro
Petkoff o Américo Martín. Para ellos, como para sus homólogos de Uruguay,
resultaba imposible convalidar los desastres del chavismo. Lo cierto es que
frente a la historia el nuevo Secretario General decidió romper lanzas por la
ética y la defensa irrestricta de los valores democráticos. La misiva que envió
a Tibisay Lucena, fue el primer aldabonazo acerca de los cambios que se habían
efectuado en la conducta del organismo interamericano. Luego fueron sus
declaraciones; a continuación la respuesta personal y contundente al insulto de
Maduro, lo que le daría armas a sus enemigos para acusarlo de haber dado un
paso en falso y haber perdido la ecuanimidad. La invocación de la carta
democrática, constituyó un terremoto que sacudió al mundo y marcó un nuevo
estilo de liderazgo diplomático, comprometido con los pueblos y cuestionando
las pésimas gestiones gubernamentales.
Es
posible que la carta democrática no llegue a activarse; reunir los votos es una
empresa harto difícil. Además la inesperada aspiración argentina de presidir la
ONU y la consecuente búsqueda de votos para tal propósito, hicieron laxa la
dura posición inicial que tenía Macri contra Maduro. Sin embargo, que la
voluntad férrea de Almagro haya amplificado la visión del mundo acerca de los
desmanes increíbles del chavismo, sobre la tragedia humanitaria que hoy vive
Venezuela y alertado acerca de la necesidad imperiosa de evitar una inminente
conmoción social en el país, ya es de una ganancia inconmensurable para la
oposición venezolana, por ello este uruguayo sin par se ganó un sitial de honor
en el corazón de todos los venezolanos.
El
Secretario General ha dado en el clavo cuando apunta que más que diálogo lo que
se requiere es que el gobierno deje de violar la Constitución y se ciña a sus
postulados; una carta magna, por cierto, mandada a hacer como un traje a la
medida para el régimen, que hoy le resulta incómoda, quizá porque los
personajes esbeltos que ascendieron al poder hace 17 años hoy son unos sujetos
excedidos de peso. Cumplir la Constitución, es verdad, casi anularía todos nuestros
problemas, pero sería iluso pensar que este régimen pueda comprometerse a ello.
Su vocación es la maldad y el engaño.
Caracas,
2 de Junio de 2016
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