FÉLIX PALAZZI 04 de junio de 2016
@felixpalazz
La
legitimidad democrática del gobierno se torna cada día más equívoca. Es
evidente que el gobierno se siente cómodo al administrar el conflicto,
especialmente en su relación con la Asamblea Nacional. Como aquél que va
lentamente planeando el movimiento de sus piezas, procede a desconocer a unos
diputados electos, luego a cualquier ley que proclame y ahora pretende demandar
a la directiva del Poder Legislativo. De esta forma nuestra cotidianidad
pretende ser marcada por la lógica de la negación. Son tantos los conflictos
sociales y políticos, que es imposible llevar la cuenta de ellos.
Lamentablemente, el ciudadano común se ha acostumbrado a los continuos y
repetidos abusos, y reza una especie de letanía fúnebre: “¿y que va a pasar?
Aquí no va a pasar nada”.
Apuestan
Muchos
de los que esperan que pase algo pretenden que se repita un nuevo “caracazo”.
Quienes apuestan por un estallido social de iguales dimensiones, tal vez nunca
vieron ni padecieron la represión militar, ni tienen que convivir con
colectivos armados. Nunca falta los que sueñan jugar a la guerra, siempre y
cuando no sean sus hijos o ellos mismos los que estén al frente. La lógica
dominante, como lo es la lógica militar, se nutre y fortalece precisamente del
conflicto y el anhelo por la confrontación. El aumento de los saqueos aislados
en los últimos meses no sólo muestra la desesperada situación de la mayor parte
de la población, sino también le sirve al gobierno como válvula de escape para
organizar el caos y solventar momentáneamente la miseria creciente. Pero esta
lógica dominante ha tenido su mayor éxito al alimentar la confrontación y la
polarización entre ciudadanos.
Los caminos civiles
No
cabe duda que esta lógica dominante rechaza a la lógica civil y democrática que
nace del diálogo, del pacto, las leyes y los acuerdos. La lógica dominante
apuesta por el conflicto, la confrontación y el temor con el fin de generar
apatía y desesperanza. Desmontar esta lógica conlleva reconstruir los caminos
civiles y democráticos, y desmilitarizar la política. Para ello es necesario
seguir apoyando los esfuerzos legítimamente constitucionales y democráticos,
aunque a veces parezcan pocos o débiles. Es imperante buscar el apoyo de
instituciones y mediaciones que permitan desmontar y neutralizar a esta lógica
dominante. Hay que confiar que aún con todos los esfuerzos y trabas posibles,
aquí sí pasará algo distinto a lo que hoy existe y habrá un cambio.
El
pasado 27 de abril los obispos venezolanos nos recordaban “que no nos dejemos
manipular por quienes nos ofrezcan un cambio de situación por medios de la
violencia social. Pero tampoco por quienes exhortan a la resignación ni por
quienes nos obligan con amenazas al silencio. ¡No nos dejemos vencer por las
tentaciones! No caigamos en el miedo paralizante y la desesperanza, como si
nuestro presente no tuviera futuro. La violencia, la resignación y la
desesperanza son graves peligros para la democracia. Nunca debemos ser
ciudadanos pasivos y conformistas, sino sujetos conscientes de nuestra propia y
calamitosa realidad. Sujetos pacíficos, pero activos y, en consecuencia, actuar
como protagonistas de las transformaciones de nuestra historia y nuestra
cultura”.
Si
deseamos que “aquí pase algo” y que sea definitivo, si anhelamos un cambio
democrático, debemos estrechar los lazos de solidaridad y reconocimiento entre
todas las personas que hacemos vida en este país. Reconocer al otro, al
ciudadano de a píe, al de las colas, y ver a alguien con quien debo construir
un futuro común.
Felix
Palazzi
@felixpalazz
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