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lunes, 6 de junio de 2016

Nuevo pacto, políticos y sociedad civil, @Ismael_Perez



Por Ismael Pérez Vigil, 03/06/2016

Un grupo de ONG’s, dedicadas fundamentalmente a la actividad política, dio a conocer un documento (El país no aguanta más) en el cual, entre otros puntos, apoya a los partidos congregados en la MUD, ofrece su apoyo a los mismos en el proceso de lograr el Referendo Revocatorio y la vía electoral para apoyar al pueblo para salir de la crítica situación que nos agobia y el actual Gobierno, insta que se trabaje por la realización de las elecciones regionales o de Gobernadores que están pendientes y solicita a los partidos que la selección de sus candidatos se haga mediante elecciones primarias.

La aparición de este documento me lleva a plantear un tema pendiente –además ante la grave crisis institucional que vivimos– como es la necesidad de desarrollar, o mejor dicho, oficializar, un nuevo pacto entre sociedad civil y partidos políticos.

El ciudadano ya no puede dejar la calle; tampoco puede pretender disputar con sus organizaciones civiles, sus ONG’s, el ámbito propio de los partidos, que es la lucha por el poder. Pero estos tampoco pueden negar al ciudadano su espacio natural.

Fue la sociedad civil la que en los primeros años de este régimen se enfrentó a los desmanes del Gobierno, mientras los partidos y los sindicatos se recuperaban. Desconocer esto, es darle la espalda a un hecho sociológico y político de primera magnitud.

La sociedad civil, protagonista ahora de su propio papel no puede equivocarse en los pasos subsiguientes. Debe estar consciente de sus propias limitaciones; sus organizaciones, que por diseño son pequeñas, no de masas, y no están concebidas para disputar el poder, ni electoralmente ni por otra vía, tienen que fortalecerse, por sus propios medios económicos, sin contar con recursos del estado o del Gobierno, para crecer independientes y sin lastres.

Los sindicatos deben terminar de cortar también su cordón umbilical con los partidos que les dieron origen muchos años atrás, para que sean capaces de responder a los intereses de los trabajadores, sin la mediación o mediatización del partido que ocupe el Gobierno, habida cuenta que es el Estado el principal empleador en Venezuela.

Las organizaciones empresariales también deben deslastrarse de las prebendas y subsidios del Estado que les pudieran quedar, para que su voz y opinión suene más fuerte en el ámbito económico, sin hipotecas frente al Gobierno. Y así pudiéramos ir, una tras otra enumerando las esferas de la sociedad civil en donde se impone una acción independiente de tutelas estatales.

Pero este análisis del nuevo pacto social no puede concluir sin una referencia a lo que será la situación general del país, de sus ciudadanos, de su pueblo. Cuando salgamos de este infausto régimen habrá que reconstruir el país y corregir todos los desmanes cometidos en estos 17 años. Esa tarea ya no podrá ser solo de los partidos. Tampoco podrá ser excluyente; la desaparición de Hugo Chávez, como estamos viendo, no es la desaparición del chavismo ni de las cosas que le dieron origen; quedará reducido probablemente a un 10 ó 15% de la población, que también tiene derecho a expresarse y a ser tomada en cuenta en sus aspiraciones para construir el país que queremos y que es de todos. A un sector del país que ellos pudieran representar en parte, no se le puede postergar y arrinconar sin conocer su opinión, sin tomarlos en cuenta, como se hizo durante buena parte de los 40 años precedentes. Ignorar esto es dejar incubándose el germen de una nueva experiencia como la que ahora estamos viviendo.

Más allá de las políticas y de las medidas concretas de carácter económico y social, para mí se tiene que partir de la base de una valoración ética de esa política y sobre todo del ser humano; en eso nos debemos diferenciar de lo que han sido los políticos y líderes tradicionales. El nuevo pacto político del que hemos hablado, no se circunscribe solo a un acuerdo entre diversos actores sociales, los denominados políticos y los integrantes de la denominada sociedad civil. La probabilidad de que emerjan mejores instituciones, que es una tarea política y urgente,  será mayor si quienes las empujan y buscan un consenso político para ellas, lo hacen desde una mejor posición ética, como aconsejara Fernando Savater hace ya varios años, en una conferencia recogida después en un folleto. (Fernando Savater: Ética, Política y Ciudadanía. Grijalbo. 1998)

Se trata de impregnar toda la política y la actuación pública de un contenido ético, pues hay principios que van más allá de lo político, que lo trascienden.

Ese nuevo pacto político parte entonces, del concepto que tengamos de la persona humana, tema que se ha discutido muchas veces, pero que vale la pena recordarlo. La persona debe estar en el centro del problema, por encima del Estado y la consideración de que sociedad es una sociedad de personas en primera y última instancia, con reglas aceptadas, pero de personas. Siguiendo o inspirados en Savater –a quien me permito resumir libremente, con relación al respeto a la persona– partimos de tres principios fundamentales, que son la base de los derechos humanos:

En primer lugar, la idea de la inviolabilidad del ser humano; el concepto de que no podemos sacrificar su individualidad a un objetivo colectivo; que no podemos sacrificar a una generación, o un grupo, por el bienestar de otro.

En segundo lugar, el valor intrínseco que tienen los objetivos de una persona, sus planes, sus ideales, formas de vida, en concepciones estéticas, formas de ver el desarrollo, aun cuando existan normas colectivamente aceptadas, estas no deben afectar esa autonomía personal.

Y en tercer término, la dignidad de la persona y el derecho a que se le trate de acuerdo con sus acciones concretas, no por el color de su piel, su raza, su etnia, sus gustos, sino de acuerdo a sus meritos concretos en la sociedad en la cual se desempeña, su condición fundamental como ser humano, aunque se trate de un delincuente, de un criminal. El racismo, la discriminación por sexos, por clases sociales o condiciones económicas, por conocimientos o acceso a cultura, por sus modales o su valoración estética, están reñidos con estos conceptos que hemos resumido.

Establecidos estos puntos –éticos– fundamentales, debemos plantearnos otros problemas: ¿Cómo hacemos para que nuestro mensaje le llegue a las grandes mayorías del país? ¿Cómo hacemos para que el pueblo entienda que nuestro mensaje es el suyo y que el desarrollo capitalista que queremos para el país, es lo mejor para él, y no solo para nosotros? ¿Cómo hacemos para que los habitantes de cualquier barrio del país entiendan nuestro planteamiento, sin demagogias, sin disfrazarnos o despojarnos de lo que somos para ir simplemente a buscar su voto? Ese es nuestro verdadero reto.

Para ello es preciso construir organizaciones modernas, populares, policlasistas, que tomen al individuo en su medio y lo mantengan allí y que se plantee claramente la toma del poder sobre la base de un programa explícito y un compromiso personal y colectivo con ese programa. Es una actividad política, sin duda, que algunos desarrollarán desde los partidos, otros desde la sociedad civil y otros sumando su esfuerzo de manera individual.

¿Cuál programa? Ya lo hemos dicho otras veces; el programa que se defina de común acuerdo y cuyas metas globales ya han sido planteadas en muchas oportunidades, en diferentes campañas electorales y fuera de campañas electorales.

El problema sigue siendo cómo hacemos que llegue a todos los venezolanos y como lo convertimos en un “proyecto compartido de país” y en ideales de lucha común. Para esta pregunta no hay respuestas fáciles, pero lo que sí es seguro es que no puede construirse desde una posición que pueda ser confundida o descalificada como una posición elitista.


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