Trino Márquez 29 de
junio de 2017
@trinomarquezc
La
frase se volvió viral: “Lo que no se pudo con los votos lo haríamos con las
armas”, dijo Nicolás Maduro frente a un grupo de jóvenes oficialistas. En esos
términos se expresó el mandatario venezolano el mismo día que las Farc daban
por concluido formalmente el enfrentamiento armado que durante cinco
décadas sostuvieron contra el gobierno neogranadino. "Adiós a las armas,
adiós a la guerra, bienvenida la paz", afirmó Rodrigo Londoño, alias
"Timochenko". Sugería que a partir de ahora sus hombres saldrían a
ganarse el favor de los colombianos en la arena política y tratarían de atraer
al pueblo para que votase por ellos en los futuros comicios democráticos.
Maduro, siempre perdido e inapropiado, afirmó lo contrario de lo expresado por
el antiguo guerrillero.
El
discurso de Maduro no puede asumirse como producto de un rapto de ira. Forma
parte de la política represiva diseñada y ejecutada por el régimen, única
estrategia adoptada para enfrentar la crisis que se vive desde hace tres meses.
Ese mismo día las palabras del mandatario tuvieron efectos prácticos: un grupo
de paramilitares asedió durante más de cuatro horas la sede del Palacio
Federal, donde funciona la Asamblea Nacional, cuando los diputados deliberaban;
algunos miembros del comando de la Guardia Nacional responsable del
resguardo de la sede y la seguridad de los parlamentarios, agredió a dos de
ellos, para más señas mujeres; y, finalmente, el coronel Vladimir Lugo Armas,
jefe del comando, agredió a Julio Borges, presidente de la AN, en un acto de
gorilismo inaudito pues se perpetró en el local de la Asamblea, símbolo de la
soberanía popular y del predominio del poder civil sobre el poder
militar.
Mientras
estos ocurría en la AN, en el TSJ los abogados (llamarlos magistrados les
queda demasiado grande) de la Sala Constitucional le infringían un nuevo y más
duro golpe a la fiscal Luisa Ortega Díaz: la despojaban de sus competencias
constitucionales para transferírselas al sumiso e incondicional Defensor del
Pueblo, acólito del gobierno. A la agresión física se sumó la violencia
institucional. Terrorismo por todos lados.
El
gobierno le agregó un elemento adicional a la atmósfera de crispación imperante
en el país. En este ambiente se produjo el episodio, más pintoresco que
dramático, del helicóptero sobre el TSJ. Ese pasaje folclórico mostró las
grietas gigantescas existentes dentro del oficialismo y las numerosas fallas de
seguridad en los aparatos de seguridad del Estado. ¿Cómo pudieron robarse un
helicóptero perteneciente al cuerpo científico policial encargado de descubrir
los robos, asesinatos y demás crímenes cometidos en la nación? ¿Cómo pudo
sobrevolar un área tan cercana a Miraflores y en un perímetro que se supone
está permanentemente vigilado por los radares que protegen el palacio
presidencial? ¿Por qué Maduro, quien estaba en cadena nacional, ni se inmutó y,
al contrario, le dijo a su ministro de Información que diera el “tubazo” como
si se tratase de una noticia intrascendente más? Todo parece parte de una ópera
bufa, escrita con el propósito de elaborar una panoplia de excusas para
hostigar y criminalizar aún más a la oposición.
El que
Maduro prefiera acudir a las armas –entiéndase: represión, violencia
persecución- antes que a los votos -es decir, el diálogo, el respeto a la
Constitución, los acuerdos en el marco del Estado de Derecho-, coloca a
la nación en un candelero: la amplia mayoría democrática del país será ignorada
y agredida por el jefe del Estado. Maduro quiere imponer la Constituyente
aplastando la voluntad popular. No le resultará sencillo. Durante tres
meses una sólida corriente de venezolanos ha demostrado una
inquebrantable voluntad de lucha contra los planes procubanos que la
nomenclatura madurista intenta imponer en Venezuela.
Falta
un poco más de un mes para esa fecha fatídica que es el 30 de julio. A Maduro y
su gente le debe de parecer una eternidad. Es verdad: luce demasiado lejana
para un régimen que perdió el respaldo popular y el apoyo internacional, está
sumergido en una crisis económica sin precedentes, y optó por esconderse debajo
de la toga de los abogados del TSJ y detrás de las tanquetas de la GNB y los
fusiles del Ejército.
El
país sólo puede ganar en esta lucha contra la minoría arrogante y criminal que
lo dirige. Ya ha perdido casi todo lo que podía perder: los alimentos, la
educación, la salud, los ahorros y hasta la posibilidad de divertirse de vez en
cuando. Venezuela no será otra Cuba, ni que Maduro trate de sustituir los votos
por las armas.
Trino Márquez
@trinomarquezc
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