Pedro Trigo S.J.
El gobierno no tiene razón. No
es que no la tenga en este caso de la convocatoria de la asamblea
constituyente. Él sabe que no la tiene en absoluto. No tiene razón porque no
gobierna, porque se ha tragado al Estado, lo ha disuelto y ya no existe
institucionalidad. No tiene razón porque es incapaz de hacer lo mínimo que hay
que pedir a todo Estado: la seguridad de los ciudadanos y de sus bienes. Este gobierno
no sólo ha sido incapaz de contener al hampa, sino que muchos de sus
funcionarios de todos los rangos están incursos en delitos graves y gran parte
de las fuerzas de seguridad o son cómplices del hampa o son ellas mismas
mafiosas. Este gobierno no tiene razón porque ha apartado a la empresa privada
de la producción y él mismo ha sido absolutamente incapaz de producir sin
subsidios. La improductividad de sus empresas es tal que ha sido tan insensato
que ha matado a la gallina de los huevos de oro: ha acabado con PDV y por eso,
y no sólo porque hayan bajado los precios del petróleo, apenas entran divisas.
Es tan incapaz de producir que estamos importando hasta gasolina.
Por eso, como sabe que no
tiene razón y que por eso no tiene ningún sentido que siga “gobernando”, como
sabe que tiene que salir del gobierno, pero no quiere salir porque sabe que la
mayoría de sus personeros irá a la cárcel, hace todo lo posible porque la
ciudadanía pierda también la razón y así la contienda deje de ser entre la
razón y la sinrazón y se convierta en una mera lucha de fuerzas brutas. En el
uso absolutamente desmedido de la fuerza que está exhibiendo con la mayor
brutalidad posible, el gobierno pretende provocarnos, sacarnos de quicio, de
tal modo que nos dejemos llevar por la impulsividad y perdamos también la
razón.
Si el gobierno se sale con la
suya, si por exasperación llegamos a perder la razón y nos entregamos al
demonio de la violencia, ya tenemos todo perdido. Todo estará perdido porque,
aun en el caso imposible de que lo venzamos, lo que salga de ahí no será
cualitativamente mejor de lo que existe porque el fin no justifica los medios y
los medios empleados contaminan lo producido.
Gracias a Dios, la inmensa
mayoría de los venezolanos, incluso de los chavistas de base, quieren la paz y
no están dispuestos a cometer violencia, hagan lo que hagan los demás.
Tenemos que convencer a la
minoría de exasperados que se dejan llevar por la rabia y a la ínfima minoría
de los que apuestan desde la política (en realidad, la antipolítica) por estos
métodos y pagan a jóvenes para que usen violencia, de que ése no es el camino,
de que ese camino conduce a la guerra, que es el peor de los males. Gracias a
Dios, la mayoría de los jóvenes que van a las marchas no quieren de ningún modo
la guerra.
Los líderes políticos tienen
que desmarcarse pública y rotundamente de la violencia y tienen que pagar el
precio de quedar mal con los exasperados. Si no, son unos irresponsables que
han perdido la legitimidad. También los líderes sociales y religiosos tienen
que hacerlo y muy señaladamente la conferencia episcopal. No puede ser un
inciso, sino que tiene que ser una proclama frontal.
Nuestra oposición a un
gobierno que hace tiempo dejó de serlo y se mantiene sin ninguna legitimidad,
ya que si la tuvo de origen la perdió por su pésimo ejercicio, tiene que ser
por la razón, no por la fuerza. Y la presión, que se tiene que seguir haciendo,
tiene que ser para que el gobierno entre en razón. Que para ese gobierno
tiránico sólo puede ser que negocie en secreto su salida para que dé lugar, no
a unas elecciones, sino a un gobierno de concentración nacional que nos saque
de este marasmo. Sólo cuando estemos enrumbados, tienen sentido las elecciones.
Pero la salida es otro tema. Aquí insistimos en el no a la violencia, en el sí
a la presión y en conservar la razón, amenazada de eclipsarse por tanta
agresión tan despiadada.
24-06-17
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