Fernando Mires 25 de junio de 2017
¿Existe
el madurismo? La pregunta puede parecer académica pero
no lo es. Por lo menos no lo es en sus consecuencias. Y no lo es porque
determina –sí, determina- la política de alianzas de la oposición en momentos
cuando esa oposición a través de su órgano de representación institucional, la
Asamblea Nacional, y en conformidad con los artículos 333 y 350, ha decidido
desconocer la legitimidad del gobierno Maduro al haber este traicionado a la
Constitución de todos.
En
Venezuela existe una dualidad de poder. Un gobierno
anti-constitucional por un lado y otro representado por una oposición
constitucional. Como se dijo en un artículo anterior, en Venezuela hay
muchos partidos, pero solo hay dos campos: el de la anti-Constitución y el de
la Constitución. Este último campo, absolutamente mayoritario, incluye de
modo creciente a sectores divergentes del régimen a los que hemos llamado “chavismo
constitucional”. Su figura emblemática es actualmente la fiscal Luisa
Ortega Díaz. En contra de ella está apuntando toda la artillería del
gobierno inconstitucional.
De
este modo, desde una perspectiva objetiva, si no existe una alianza entre el
chavismo constiucional y la oposición, existe por lo menos un punto objetivo de
convergencia: la defensa irrestricta de la Constitución del 99. Ese
punto es –o debería ser- el origen de una alianza política de dimensiones
nacionales.
Una
alianza tiene lugar entre por lo menos dos entidades las que al reconocer un
enemigo común deciden sumar fuerzas para derrotarlo. Para que una alianza tenga
lugar se requiere por lo tanto de las diferencias. Por lo mismo, las
diferencias, lejos de ser un obstáculo, son la condición de una alianza.
Entre
dos fuerzas similares no se requieren alianzas precisamente porque son
similares. La aceptación de las diferencias es el requisito esencial de una
política de alianzas, y esta última a la vez, es condición esencial de la
política como tal. La política es, entre otras cosas, el arte de sumar
y multiplicar y no de restar y dividir. Eso es lo que no logran entender
algunos sectores anti-políticos de la oposición cuyo poder de difusión es
afortunadamente menor a su poder político real. Los hay en dos matices: a un
lado los puristas, al otro los aperturistas.
Los
puristas son aquellos que bajo ninguna condición aceptan acuerdos con el
chavismo constitucional. Para ellos chavismo es chavismo, el
madurismo no es diferente al chavismo y pactar con grupos disidentes es
traición. De más está decir que con esos opositores –en verdad, opositores a la
oposición- no hay ninguna posibilidad de comunicación política.
Problemático
es también el sector de los aperturistas. Los hay también en dos
versiones. Una versión dura y otra suave. Unos sustentan la tesis de que hay
que aceptar al sector chavista disidente, pero solo bajo determinadas
condiciones, entre ellas que reconozcan sus pecados originales, que realicen
una autocrítica y no pretendan en ningún caso imponer condiciones cuando llegue
el momento de actuar juntos. El sector más suave en cambio, afirma que hay que
recibir a los chavistas disidentes con los brazos abiertos, algo así como al
hijo pródigo regresado al hogar después de haber errado su camino. Ambas
posiciones parten, sin embargo, de un supuesto falso.
Ese
supuesto falso está sustentado sobre la premisa de que el chavismo
constitucional intenta sumarse a la oposición constituida y por lo tanto de lo
que se trata es de recibirlos o de no recibirlos. El problema es que hasta el
momento no se conoce a nadie dentro del chavismo constitucional que haya hecho
una solicitud de ingreso a la MUD, o algo parecido. Todo lo contrario. En
sus declaraciones los chavistas antimaduristas intentan diferenciarse de la
MUD. Después de haber roto con lo que ellos llaman, desde su
perspectiva, el madurismo,se entienden a sí mismos como una fuerza
equidistante entre la MUD y el madurismo, algo así como la tercera
fuerza de la política venezolana.
En
otras palabras, los chavistas constitucionales no son saltadores de
talanquera. Son chavistas. Pero a la vez son, o intentan ser,
fundadores de un tercerismo político que busca un espacio de acción
dentro del espectro político venezolano. El dilema, por lo tanto, no es
aceptarlos o no. Se trata solamente de reconocerlos en lo que son –o de lo que
desean ser- y por medio del diálogo buscar con ellos algunos puntos de
convergencia que puedan llevar a una alianza táctica en función del objetivo de
los objetivos: restaurar en Venezuela a la Constitución del 99. Más sería
demasiado.
Stalin
no pidió a Churchill que se hiciera comunista ni Churchill exigió a Stalin que
se convirtiera en un demócrata. Ambos concertaron una
alianza frente al enemigo principal, Hitler, y gracias a esa alianza lograron
derrotarlo. Eso es una alianza política: la unidad circunstancial de dos o más
posiciones diferentes.
La
historia del chavismo constitucional es muy distinta a la historia de la MUD. Por
esa misma razón ambas entidades mantienen un relato diferente con respecto a la
misma historia. Los chavistas constitucionales, a diferencias de la oposición,
han realizado una ruptura epistemológica que ha terminado
siendo, como suele suceder, una ruptura política. No así la oposición la que,
por supuesto, no ha necesitado de ninguna ruptura para oponerse primero a
Chávez y después a Maduro.
Una
ruptura epistemológica, en el sentido acordado por Gastón Bachelard al término
(en su texto clásico “Filosofía de las Ciencias”) tiene lugar cuando en una
narración es introducido un concepto que interrumpe y altera la continuidad
discursiva. Ese nuevo concepto interruptor se llama, para el chavismo
constitucional, “madurismo”.
De
acuerdo al relato histórico del chavismo constitucional, el concepto de
madurismo, entendido en discontinuidad con el de chavismo es producto de
una ruptura epistemológica que antecedió a la ruptura política que hoy está
teniendo lugar. O dicho así: lo que desde la perspectiva de la
oposición constituida es percibido como continuidad, desde la perspectiva del
chavismo constitucional es percibido como ruptura.
Por lo
demás, la lógica de los chavistas constitucionales posee cierta coherencia. El
chavismo del madurismo, se quiera o no, terminó siendo diferente- y en algunos
casos, opuesto- al chavismo de Chávez. Las diferencias entre el chavismo y
el madurismo son, para los disidentes chavistas, fundamentalmente cuatro.
La
primera diferencia dice que, mientras el de Chávez era un gobierno que contaba
con la mayoría absoluta de la ciudadanía, el de Maduro es un gobierno
radicalmente minoritario.
La
segunda dice que, mientras el de Chávez era un gobierno político-militar, el de
Maduro se constituyó como un gobierno militar-político para llegar a ser
después lo que ahora es, una dictadura puramente militar.
La
tercera dice que mientras la fuente del poder de Chávez era electoral,
la de Maduro es anti-electoral.
La
cuarta dice que, pese a que Chávez faltaba a la Constitución, nunca
renunció a ella como ha ocurrido con Maduro.
Que
chavismo y madurismo son dos formas de un mismo régimen –como sostiene la
oposición- es cierto. Pero también es cierto que mientras el primero
correspondía a una forma ascendente, el segundo corresponde a una forma
descendente. Si Chávez habría hecho lo mismo que hoy hace Maduro, o que
Maduro es un Chávez sin plata, también puede ser cierto. Pero no es
comprobable. Afirmaciones de ese tipo no tienen más valor que el que se deduce
de simples conjeturas. Mucho más cierto es que Maduro está vivo y Chávez está
muerto; y esa diferencia es muy comprobable.
Tanto
en la vida profesional como en la pública debemos realizar alianzas,
incluso con personas e instituciones que no nos gustan. Las hay a
largo, a mediano y a cortísimo plazo. Puede ser que la que se pueda gestar
entre el chavismo constitucional y la unidad opositora corresponda solo a la
tercera categoría.
Tal
vez ni siquiera sea una alianza sino un simple acuerdo puntual. No por eso
menos necesario. En cualquiera de los casos, lo importante para que actúen
fuerzas convergentes es reconocer, aceptar y respetar las diferencias que las
separan. Exigir como condición para una acción común la renuncia a esas
diferencias es condenarse a sí mismo a la más absoluta soledad. Dicha premisa
vale tanto para la oposición como para el chavismo constitucional.
Sin
alianzas no hay política.
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