RAFAEL LUCIANI 24 de junio de 2017
@rafluciani
La
Compañía de Jesús en Venezuela, a través de la editorial de la revista SIC, ha
calificado la situación del país como un «pecado estructural». Los jesuitas
sostienen que «estamos ante un sistema que niega las mínimas condiciones de
vida a la población» por lo que «desde nuestra fe, cabe señalar este hecho de
“pecado estructural”».
Según
la teología moral, el pecado estructural no siempre se da bajo la forma de
actos atroces y notorios. Éste responde a ambientes en los que la normalidad
cotidiana va aceptando como soportable el hecho de tener que vivir en
condiciones inhumanas que niegan toda posibilidad de tener posibilidades. No es
un pecado que afecta a individualidades solamente, como puede ser el pecado
personal, sino un pecado que permea a la sociedad, a los modos de vivir y
pensar, y es capaz de convertir a las propias víctimas en victimarios. Es
estructural porque anida e instala a la antifraternidad y el antagonismo
continuo como un modo normal de relacionarnos, incluso considerando a la muerte
del otro como parte de esa misma normalidad. Aunque no parezca tan evidente
esto vale para quienes justificaron las cruzadas con el fin de preservar el
régimen de cristiandad, o quienes entregaron sus vidas a grupos terroristas
como Isis, incluso quienes absolutizan los sistemas políticos y económicos de
derecha o de izquierda. Como recuerda el Papa Francisco, se da con «la
imposición de la idea o ideología sobre la persona humana y su dignidad».
Los
escolásticos solían decir que el mal se comete siempre sub specie boni, sub
aspectu boni, es decir, por el bien que realmente contiene o parece. Sin
embargo, muchas personas creen que para obrar mal hace falta querer hacer el
mal, lo que se llama sub specie mali. He aquí el grave error para poder
discernir moralmente el pecado, pues éste no sólo es personal, sino que también
es estructural, y no siempre es conciente o querido, sino que también se da
bajo formas establecidas de actuación irracional e inhumana que se ven como
necesarias y se justifican a toda costa con el fin de defender posiciones
vistas como absolutas.
El
término pecado estructural fue acuñado por el emblemático documento de Medellín
en la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en 1968. Es un
término que ha inspirado a la teología de la liberación para denunciar la
existencia de estructuras y modos de operar de las instituciones que hacen
imposible el desarrollo de una vida digna y de bienestar, porque generan un
empobrecimiento generalizado. En este sentido se entiende que nuestro país esté
viviendo un pecado estructural que nos está deshumanizando y hundiendo en la
locura de la irracionalidad que no permite crear puentes ni dialogar, cerrando
así cualquier alternativa que busque el bien común. Precisamente porque el
pecado estructural es, en el fondo, la negación absoluta de todo bien común
posible, de todo diálogo y encuentro entre las partes en función del bien de
las mayorías, que son más que las partes políticas en conflicto.
A este
tipo de pecado no se le frena con la violencia, porque ésta sólo genera más
violencia y afianza aquellas condiciones que lo han producido. La única manera
de pararlo es convirtiéndonos, cambiando, retomando nuestra capacidad de
dolencia humana para colocarnos desde el lado de las víctimas y a favor de
ellas. En nuestro caso, del hambriento o el que no cuenta con sus medicamentos
para preservar su salud. Es un problema moral que nos define como seres
humanos, más que político partidista.
Doctor
en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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