Por Carolina Gómez-Ávila
Se puede amar la paz, pero
nunca más que a la República.
¿Por qué? Porque la paz es un
consenso que no es posible en tiranía. La sustituyen con sumisión que es señal
de esclavitud, opuesta fundamental a la esencia de la República.
El dilema lo resuelve la
Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. En su artículo 350 nos
exige desconocer lo que “contraríe valores, principios y garantías democráticos
o menoscabe los derechos humanos”, no importando si proviene de un “régimen,
legislación o autoridad”.
Para los ciudadanos sin poder
pero con clara vocación para vivir en paz, este mandato comporta una enorme
angustia que apenas encuentra alivio en la advertencia contenida en el artículo
333, según la cual tal rebeldía nos estaría permitida sólo para restablecer la
efectiva vigencia de esta Constitución.
Entonces, ¿cuál es nuestro
rol? Alzar nuestra voz y hacernos sentir, entendiendo que ninguna acción
individual o en pequeños grupos tendrá incidencia en los acontecimientos. Para
que seamos una masa crítica (ese número de persona que puede cambiar el curso de
la historia) debemos actuar coordinados por nuestros líderes políticos e
institucionales. Y eso es lo que he hemos estado haciendo durante casi 3 meses,
guiados por nuestros diputados de la MUD. Apoyándolos, hemos logrado que otros
funcionarios de Gobierno y políticos oficialistas hayan retirado su apoyo a la
dictadura abrazando el orden republicano.
Pero esta situación no es
igual para los funcionarios. Millones de trabajadores de la administración
pública y custodios de las armas de la República están en otra posición, mucho
más exigida porque podrían impedir más muertes y restablecer la efectiva
vigencia de la CRBV y podrían frenar la sevicia con la que nos han arrebatado
la vida de venezolanos que hicieron lo que consideraron que tenían que hacer en
defensa de nuestra Carta Magna.
Pero debo advertir que esta
sevicia tiene compañía sórdida dentro de las filas de los que protestamos.
Hombres y mujeres de toda ralea han invertido tiempo y dinero en insuflarnos
indignación. Diría que no hacía falta porque la tiranía se basta sola para esa
labor pero, estos a los que me refiero, mientras dicen que se oponen a la
dictadura, se han ocupado de atacar toda opción democrática para que cada
ciudadano crea que no puede esperar nada de sus políticos y empiece a contemplar
sin horror -ante este otro horror- opciones verdaderamente violentas. ¿Acaso
puede haber algo más abominable?
Exacerban el odio que la
tiranía se ha ganado a pulso porque encuentran conveniente que la indignación
crezca hasta ese límite monstruoso donde se prefiera la guerra. Entonces ellos
harán pingües negocios y nosotros lo habremos perdido todo, porque en el
terreno de las armas las dictaduras disponen de muchas más, y -está demostrado-
que también de criminales más dispuestos a matar sin piedad e impunemente.
Son los perros de la guerra,
mascotas de los gorilas.
24-06-17
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