Por Carolina Espada
El asesor presidencial de la
Casa Blanca (quien contaba con el respaldo del FBI y de la CIA en pleno) estaba
consternado, atribulado y con la sensación derrotista de “llegué al final del
camino”. Su rostro demudado contrastaba con la cara resplandeciente del
renombrado productor de películas de Hollywood, quien no podía contener la
sonrisa ni su exitosa felicidad. Y le dice el sombrío Robert De Niro al
radiante Dustin Hoffman.
- ¡¿Se puede saber por qué
está tan contento?! Para ocultar la información del abuso sexual de una menor
de edad y distraer a la opinión pública, a la prensa, a los medios, inventamos
una guerra en un estudio de cine; usted la produjo: contrató a los guionistas,
se encargó de los actores, del vestuario, de la musicalización, del maquillaje,
de la postproducción y de ¡todo! ¡Logramos despistar al mundo entero para que
no se enteraran del hecho concreto y bochornoso, que hubiera sublevado a la
nación y no se hubiera podido lograr la reelección del presidente! ¡Hasta usted
tuvo la genial idea de traer a un soldado!, inventar que era un héroe de guerra
-de esa guerra de mentira y tan bien producida-, para que el primer mandatario
lo condecorara. ¡¿Y qué pasó?! ¡Se nos murió el supuesto héroe que, de paso,
era un psicópata! ¡¿Y ahora qué hacemos?! ¡¿Y por qué usted tiene esa sonrisa
estúpida y me mira como si el estúpido fuera yo?!
Mejor que un héroe vivo es un
mártir muerto.
***
Ésas -palabras más, palabras
menos-, pertenecen a una escena gloriosa de la película “Wag the dog” (“La
cortina de humo” o “Mentiras que matan” o “Escándalo en la Casa Blanca”). El
verdadero significado de la expresión “Wag the dog” aparece en inglés en
Era 1997 y fui a ver el film
con mi comadre Lila y con su hermano Lester. Ambos preocupadísimos al igual que
Robert De Niro; yo, tras tanto tiempo escribiendo en televisión, relamida de
gusto como Dustin Hoffman, porque ahora era que la trama se había puesto buena:
¡lo que venía era más humor del negro!
***
Venezuela, 2017. ¿Qué conviene
más? ¿Que todos los días salgan muchachos a la calle a enfrentarse a la Guardia
Nacional y sean los héroes del momento… o que a cada rato maten a uno y se
convierta en un mártir de la causa?
Díganme, por favor.
Explíquenme a quién le conviene qué. Porque estemos claros: los muchachos van a
seguir saliendo; la Guardia va a continuar “reprimiéndolos”; los muchachos van
a volver tomar las calles cada vez más intrépidos, más osados, con más coraje y
gallardía; la guardia no hallará con qué más “repelerlos”. Tendrán que lanzar
una bomba atómica, más grande que las de Hiroshima y Nagasaki, y acabar con
todo esto de una buena vez, porque bastantes muchachos están alzados y ya no
los aplaca nada ni nadie.
¿A quién le conviene qué? ¿Por
qué? ¿Para qué?
Si yo tuviera un hijo
veinteañero, universitario, indignado, enfurecido y valiente; un hijo con la
convicción de que si él no da la cara y le pone el pecho a una bomba
lacrimógena, a unos perdigonazos, a una bala o a cualquier tipo de proyectil,
todo va a estar perdido pues absolutamente todo está en sus manos. Si tuviera
uno así, yo me voy para esa concentración y cuando comience a tornarse peligrosa,
agarro a mi muchacho y me lo traigo para la casa, porque lo que es a mí no me
lo van a matar a quemarropa. No me lo van a matar de ninguna manera. Sé que lo
tendría que arrastrar, pues me formaría un berrinche y una pataleta. “¡¡¡Ya yo
estoy grande, mamá, deja la ridiculez que yo sé lo que estoy haciendo!!!”. Pero
si otras madres, padres, representantes… y madrinas hacen lo mismo, no vamos a
tener que estar enterrando a uno de estos muchachos día tras día.
Es nuestro deber enseñarles lo
que es la resistencia pacífica, que ellos confunden con la resistencia pasiva.
¡Nada de pasiva! ¡Muy activa y muy inteligente! Y como la inteligencia no es
algo que abunda, entonces consultémosle a los que sí saben. Escuchemos y
aprendamos. Pongámonos geniales, ingeniosos, creativos y prudentes sin perder
el valor.
Escribo esto pensando en
Orlando Figuera –desarmado–, a quienes lincharon en Altamira tras golpearlo,
patearlo, apuñalarlo, rociarlo con gasolina y prenderlo, para convertirlo en un
ser humano que corría por una calle intentando escapar de las llamas… sin darse
cuenta de que él era la llama misma. Escribo esto pensando en David Vallenilla
–desarmado también–, a quien un sargento fusiló a quemarropa y a mansalva en la
autopista.
A mí que alguien me explique a
quién le conviene esto (ya sean los del gobierno o los de la oposición), porque
sólo sé que los “Héroes” no tienen madre, pero los “Mártires”, sí. Madres y
muchos rebullones… zamuros agoreros y oportunistas sobrevolando, dando vueltas
y más vueltas, a ver qué les conviene y qué les toca. Ésos son los rebullones.
29-06-17
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