Por Francisco Suniaga
Los venezolanos vimos con
estupor e indignación el episodio protagonizado en el Palacio Federal
Legislativo por un coronel de la Guardia Nacional. Un cruce de palabras con
Julio Borges que terminó cuando, como guapo de calle que parece ser, empujó a
Borges y, literalmente, lo echó del salón de la escena. Un suceso de esos que
la historia no ignora y que retrata la oscura época que nos toca vivir.
Julio Borges no solo es un
ciudadano —de lo más respetable por ese solo hecho—, es diputado y está además
investido de la mayor autoridad civil posible por ser el presidente de la
Asamblea Nacional. En otras palabras, Julio Borges representa a todos y cada uno
de los venezolanos. En términos reales, él es la encarnación de la República.
Siendo así, el acto del militar fue una afrenta para todos los venezolanos.
El coronel de apellido Lugo
—cognomento que uso porque es lo único que sé y quiero saber de él—, supone
uno, habrá pasado por la Efofac y probablemente haya sido asistente de los
cursos de estado mayor que organizan los militares. A lo mejor fue a una
universidad y quizás fue lo suficientemente persistente para obtener alguna
licenciatura —de haber sido así, lo lamento por quienes comparten con él la
correspondiente Alma Mater
—.
Julio Borges fue a reclamar al
coronel Lugo la agresión de la que fueron objeto los diputados que abortaron un
intento de fraude de los que acostumbra realizar el régimen de Nicolás Maduro.
El coronel Lugo, con viveza cuartelaria, tenía preparado el escenario de su
actuación y hasta contaba con una cámara para grabar el episodio (a los pocos
minutos el video estaba en las redes). Quizás piense que le valdrá para su
ascenso a general, o por lo menos para ganar una felicitación auguradora de su
jefe.
Si algún error cometió Julio
Borges fue actuar con la candidez de quien sabe que tiene la razón y, además,
supone en los otros los mismos valores republicanos, la misma corrección política
y la misma conducta no violenta que él ha sido capaz de demostrar ante el país
de manera reiterada. (Ante estos malandros, diputado Borges, hay que ser
cauteloso y malpensado, sobre todo lo último, ellos se lo merecen).
De esa manera, el 27 de julio
ocurrió algo nunca visto en la historia republicana: un coronel de la Guardia
Nacional insultó y empujó al presidente del poder legislativo en el propio
Palacio Federal. Desde la antigua Roma, a los fines de que pudieran cumplir con
su ministerio, los representantes de los ciudadanos gozaban de inmunidad y su
persona era sacramentalmente inviolable. Si a alguien se le hubiera ocurrido
siquiera tocarlo, por lo menos las manos le hubieran cortado. En tiempos de la
democracia, a un coronel ni se le hubiera ocurrido. Pero en estos tiempos,
marcados por una administración con funcionarios involucrados en actividades
criminales, ni siquiera un llamado de atención de sus superiores recibirá el
infractor por su conducta tan violenta como anti-republicana, ni por haber humillado
a todos los venezolanos de buena voluntad con su gesto.
El hecho es revelador de lo
que ahora ocurre. Si un oficial se atreve a esa increíble violación de la ley y
moral republicanas, qué puede esperarse de sus subordinados, de un guardia
nacional puro y simple. Ese infausto acto explica de manera clara por qué se
acercan a la centena los jóvenes muertos en las calles por manifestar su
opinión. Revela de manera indiscutible por qué un guardia nacional siente que
cumple con su deber cuando le dispara su pistola a quemarropa a un muchacho
desarmado. Ese mismo día, Nicolás Maduro afirmaba que lo que no han podido
alcanzar por los votos (la mayoría de la AN, por ejemplo), lo harían con las
armas. Por lo visto en eso andan el coronel Lugo, sus superiores y sus
subordinados.
Hay quienes afirman que al ser
empujado por Lugo, Julio Borges debió devolver la grosería al coronel. Llegan
incluso a considerar que su comportamiento fue blando. No estoy de acuerdo. Hay
en Venezuela una larga tradición, desde Carujo hasta nuestros días, que
confunde la valentía con el abuso y, sobre todo, el ventajismo. Tradición larga
y, por supuesto, equivocada. Lo de Lugo no fue valentía sino un gesto cobarde y
bárbaro. Valentía fue la de Julio Borges, quien entró solo a reclamar los
derechos vulnerados de los diputados y tuvo luego la suficiente serenidad para
no responder a la agresión con una acción que lo igualaba con el huno. Valentía
que, dicho sea paso, Borges, ha demostrado de manera consisten te a lo largo de
estos años.
29-06-17
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