Jose A. Pagola 24 de junio de 2017
Una
convicción indestructible sostiene desde sus inicios la fe de los seguidores de
Jesús: alentada por Dios, la historia humana se encamina hacia su liberación
definitiva. Las contradicciones insoportables del ser humano y los horrores que
se cometen en todas las épocas no han de destruir nuestra esperanza.
Este
mundo que nos sostiene no es definitivo. Un día la creación entera dará
“signos” de que ha llegado a su final para dar paso a una vida nueva y liberada
que ninguno de nosotros puede imaginar ni comprender.
Los
evangelios recogen el recuerdo de una reflexión de Jesús sobre este final de
los tiempos. Paradójicamente, su atención no se concentra en los
“acontecimientos cósmicos” que se puedan producir en aquel momento. Su
principal objetivo es proponer a sus seguidores un estilo de vivir con lucidez
ante ese horizonte.
El
final de la historia no es el caos, la destrucción de la vida, la muerte total.
Lentamente, en medio de luces y tinieblas, escuchando las llamadas de nuestro
corazón o desoyendo lo mejor que hay en nosotros, vamos caminando hacia el
misterio último de la realidad que los creyentes llamamos “Dios”.
No
hemos de vivir atrapados por el miedo o la ansiedad. El “último día” no es un
día de ira y de venganza, sino de liberación. Lucas resume el pensamiento de
Jesús con estas palabras admirables: “Levantaos, alzad la cabeza; se acerca
vuestra liberación”. Solo entonces conoceremos de verdad cómo ama Dios al
mundo.
Hemos
de reavivar nuestra confianza, levantar el ánimo y despertar la esperanza. Un
día los poderes financieros se hundirán. La insensatez de los poderosos se
acabará. Las víctimas de tantas guerras, crímenes y genocidios conocerán la
vida. Nuestros esfuerzos por un mundo más humano no se perderán para siempre.
Jesús
se esfuerza por sacudir las conciencias de sus seguidores. “Tened cuidado: que
no se os embote la mente”. No viváis como imbéciles. No os dejéis arrastrar por
la frivolidad y los excesos. Mantened viva la indignación. “Estad siempre
despiertos”. No os relajéis. Vivid con lucidez y responsabilidad. No os
canséis. Mantened siempre la tensión.
¿Cómo
estamos viviendo estos tiempos difíciles para casi todos, angustiosos para
muchos, y crueles para quienes se hunden en la impotencia? ¿Estamos despiertos?
¿Vivimos dormidos? Desde las comunidades cristianas hemos de alentar la
indignación y la esperanza. Y solo hay un camino: estar junto a los que se
están quedando sin nada, hundidos en la desesperanza, la rabia y la
humillación.
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