Por Rafael Uzcátegui
En diciembre de 2015 los
resultados de las elecciones parlamentarias colocaron al chavismo en una situación
desconocida desde su primera victoria electoral, 17 años antes, cuando Hugo
Chávez fue electo por primera vez presidente de la república: Ser minoría
electoral. Como se puede constatar, consultando los datos del Consejo Nacional
Electoral (CNE) venezolano, la línea de votación del chavismo y la línea de
votación de sus opositores iban a encontrarse en algún momento. Sin embargo,
pocos pronosticaron que apenas dos años después de su desaparición física, la
tarjeta electoral del llamado “Comandante Supremo” iba a estar dos millones de
votos por debajo de sus contrincantes.
Las elecciones presidenciales
de 2012 constituyeron el mejor momento electoral del bolivarianismo. Un año
después, a pesar de realizar los sufragios en medio de la consternación nacional
que significó el fallecimiento del presidente Chávez, y siendo su principal
mensaje de marketing electoral que el apoyo a Nicolás Maduro era un acto de
fidelidad a su recuerdo, el chavismo perdió 615.428 sufragios respecto a las
elecciones anteriores, obteniendo una cerrada victoria con apenas 1,7 % sobre
el candidato opositor Henrique Capriles Radonski. ¿Este resultado era casual o
mostraba el comienzo de la pérdida de popularidad de la propuesta triunfante en
las urnas desde 1998?
Los datos del CNE reflejan que
la manera de gobernar de Nicolás Maduro aceleró el descontento de las amplias
bases de apoyo que, hasta el 2013, apoyaban la oferta política del chavismo.
Los resultados de las votaciones a la Asamblea Nacional le dieron 2.103.222 de
votos de diferencia al conjunto de diputados de la Mesa de la Unidad
Democrática (MUD) sobre los del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV),
para un total de 7.726.066 votos contra 5.622.844 votos. El pueblo transmitió
un mensaje de insatisfacción que no fue leído, políticamente, por el gobierno.
Diferentes voceros oficiales comenzaron a declarar a los medios de comunicación
que los resultados habían sido “circunstanciales”, negándose a realizar el
necesario proceso de autocrítica y rectificación para recuperar el apoyo
perdido. Tres días después de las elecciones, el 9 de diciembre de 2015, el
propio Nicolás Maduro afirmó en televisión: “Yo quería construir 500 mil
viviendas el próximo año, yo ahorita estoy dudando, pero no porque no pueda
construir, yo lo puedo construir, pero te pedí tu apoyo y no me lo diste”.
¿Cómo hubiera reaccionado Hugo
Chávez ante el resultado electoral adverso? Nunca podremos contestar a esa
pregunta. Lo que sí sabemos es que la administración de Nicolás Maduro tomó la
decisión de promover un modelo de gobernabilidad que prescindiera de la
consulta a las mayorías, aunque eso significara abandonar el terreno de la
democracia. Sin embargo, no era el mejor momento para el autoritarismo. Según
las cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) en el año 2013, ´por
primera vez, se incrementaba la pobreza en el país. La data oficial calculó en
ese momento que la exclusión alcanzaba a 33,1 % de los hogares del país en un
año en que la inflación, según el Banco Central de Venezuela (BCV) era del 56,2
%. Desde esa fecha la crisis económica continuó empeorando. 6 meses antes de
las elecciones de diciembre de 2015 se calculaba que 12.170.175 venezolanos
vivían en situación de pobreza. En 1997, un año antes de la primera victoria
electoral del chavismo, el INE contabilizaba en 11.950.111 los venezolanos en
condición de pobreza. En pocos años Nicolás Maduro desaparecía los logros
sociales alcanzados por Hugo Chávez y sus políticas de gobierno se
transformaban en una gran fábrica de pobreza.
En este contexto de retrocesos
sociales es que se decide incrementar el autoritarismo. Pocos días después de
la catástrofe electoral de diciembre 2015 se decide renovar, de manera
irregular, a los jueces de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de
Justicia (TSJ), la máxima instancia de justicia en el país. En mayo de 2016 se
aprueba un “Decreto de estado de excepción y emergencia económica”, la cual le
confiere poderes ilimitados al presidente y pasa a sustituir, en los hechos, a
la Constitución. En octubre 2016 el CNE decide interrumpir, ilegalmente, la
posibilidad de la activación de un Referendo Revocatorio contra el presidente,
el derecho a evaluar la gestión de los funcionarios electos por voto popular a
la mitad de su mandato -un examen al que el propio Hugo Chávez enfrentó en el
año 2004, logrando su ratificación-. En esa misma fecha el árbitro electoral
anunció que las elecciones a las 24 gobernaciones regionales, que debían
realizarse en diciembre de 2016, quedaban suspendidas indefinidamente sin presentar
ningún argumento. Las dos decisiones del CNE reflejaban que el chavismo no
realizaría elecciones hasta que no tuviera la posibilidad de obtener resultados
victoriosos.
Hay futuro para el chavismo
después de Nicolás Maduro si…
El ciclo de manifestaciones
que se iniciaron en abril de 2017, en todas las regiones de Venezuela y
protagonizadas por personas de diferentes estratos sociales, ratifica en las
calles lo que demostraron los números electorales: Ante el agotamiento de la
propuesta bolivariana y su incapacidad actual de cumplir sus promesas, la gente
está demandando un cambio. En las elecciones de diciembre de 2015 el chavismo
obtuvo cinco millones y medio de votos, una base electoral que, aunque se
redujera a la mitad, constituye una cifra envidiada por cualquier organización
partidista latinoamericana. Por ello el chavismo, aún, tendría toda la
posibilidad de “reinventarse” para continuar protagonizando la vida política
venezolana en el futuro. Pero para ello necesitaría dos condiciones: 1) Tener la
capacidad de autocriticar sus errores y contradicciones para superarlas para
reforzar, en contraparte, sus fortalezas y 2) Comprometerse a cumplir las
reglas mínimas del juego democrático. Hasta el momento en que este texto se
escribe, no parece haber voluntad para cumplir alguna de las dos. No obstante,
algunas voces a lo interno del chavismo están comenzando a hablar en esta
dirección, pero aún sin la fuerza necesaria para enfrentarse a los sectores más
autoritarios de este movimiento.
El chavismo nunca fue un
movimiento “químicamente puro” de izquierda, y en su seno convivieron sectores
nacionalistas y conservadores. Por ello, en sentido estricto, el chavismo era
uno solo con Hugo Chávez vivo, pero hay varios “chavismos” actuando en su
ausencia. En su intento de mantenerse en el poder, aunque para ello deba
utilizar procedimientos irregulares, el gobierno de Nicolás Maduro está
dispuesto a sacrificar el mejor “legado” de Hugo Chávez: La Constitución
aprobada en 1999, para promover la redacción de una nueva Carta Magna de manera
fraudulenta, y que además no cuenta con los consensos que sí había durante el
primer año del bolivarianismo en el poder. Paradójicamente, quienes hoy
defienden la vigencia de esa Constitución son quienes adversan al proyecto que
posibilitó su materialización. Si el chavismo permitiera una transición
política, avalada por sus sectores más democráticos, el andamiaje institucional
de partida para la reconciliación del país sería precisamente el Estado
democrático y social de Derecho y Justicia delineado en 1999, que incluye
mecanismos participativos y protagónicos a favor de las mayorías, que hoy es
defendido por igual por chavistas y antichavistas.
Sin embargo, estas dos
posibilidades -Que un chavismo renovado pueda continuar protagonizando en un
futuro el panorama político venezolano y que el modelo de país presente en la
Carta Magna de 1999 sea la base para la reconstrucción- sólo ocurrirán si la
izquierda internacional abandona su silencio -cómplice en algunos casos,
ignorante de la situación en la mayoría- ante la degradación de lo que alguna
vez fue una esperanza para millones de venezolanos. Nicolás Maduro, y la élite
cohesionada en su entorno, son los sepultureros del bolivarianismo como
movimiento político, como ha expresado en solitario quienes hoy se identifican
dentro del país como el “chavismo crítico”. La opinión de los
intelectuales revolucionarios y de izquierda, así como de los movimientos
sociales progresistas de la región, es clave para comunicar que hay mucho chavismo
después de Nicolás Maduro si deciden: 1) No inmolarse en la conservación del
poder y 2) Intentar pensar en las estrategias democráticas para recuperar, en
el futuro, la capacidad de hablarle a las mayorías, como alguna vez la tuvieron
en su mejor momento.
17-06-17
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