Gabriel Entin 28 de junio de 2017
Qué es
la democracia? ¿Existe un modelo político sobre ella? ¿El ideal democrático
representa un valor universal? Estas preguntas, imposibles de reducirse a una
única respuesta, pero relevantes porque sus diferentes interpretaciones
legitiman desde la década del ochenta gran parte de la política internacional,
incluidas las guerras, están en el centro de la reflexión del filósofo político
y profesor francés de la Universidad de Nantes, Florent Guénard (1968), uno de
los invitados a La Noche de la Filosofía. Desde una perspectiva que conjuga la
filosofía política y la historia de la democracia desde la Grecia antigua hasta
la actualidad, Guénard –quien esta semana dictará también un seminario en el
Centro Franco-Argentino de Altos Estudios– analiza en su último libro La
Démocratie universelle. Philosophie d’un modèle politique (Seuil, 2016) las
condiciones en que la democracia occidental puede funcionar como modelo
universal, y las posibilidades y límites para su expansión.
Según
afirma Guénard –director además del principal portal sobre el mundo intelectual
y editorial francés e internacional La vie des idées
(http://www.laviedesidees.fr/)–, la creencia de que la democracia puede
exportarse y en nombre de ella pueden justificarse guerras e intervenciones armadas
(como en Irak, en 2003 y en Libia, en 2011) responde a un momento histórico
preciso y a una comprensión restrictiva del ideal democrático. El momento
preciso, explica, se sitúa entre 1980 y el 2000, cuando en los Estados Unidos
los teóricos neoconservadores reinterpretaron e impulsaron una concepción de
democracia liberal disociada del ideal revolucionario. Se trataba de una forma
de combate ideológico contra el autoritarismo durante la última década de la
Guerra Fría, que sería luego trasladado al Medio Oriente e inauguraría desde
entonces los estudios sobre democratización en diversas regiones (promovidos a
través del Journal for Democracy, la revista académica norteamericana fundada
en 1990 donde escribieron desde Francis Fukuyama y Samuel Huntington hasta
Guillermo O’Donnell y Amartya Sen).
Guénard
considera la comprensión restrictiva de la democracia limitada a un
procedimiento para la designación de representantes, que excluye el ideal de un
régimen basado en el bien común. Sólo a partir de esta noción mínima, sostiene,
puede creerse que derrocando a un régimen autoritario se asegura el
funcionamiento democrático, más allá de condiciones históricas, culturales,
sociales y religiosas. Aunque la historia reciente desmiente con crudeza esta
visión, Guénard insiste sobre la importancia de la idea de un universalismo de
la democracia, entendida no sólo como procedimiento electoral, sino también
como aquel régimen donde el pueblo se transforma en sujeto político y decide
cómo gobernarse en su búsqueda de libertad e igualdad.
Esta
idea de democracia representa un valor universal y puede producir y expandir
procesos de democratización en contextos diversos. Si bien tienen dinámicas
históricas específicas, sus actores comparten una comprensión de la democracia
como experiencia y horizonte de emancipación que va más allá de un modelo
determinado. Esta comprensión incluye lenguajes y principios comunes: la
igualdad de derechos, la libertad de expresión, asociación, movilización,
sufragio libre y la lucha contra la corrupción. Es en este sentido que Guénard
atribuye un contenido universal a la democracia: su carácter prescriptivo
originado en la Revolución francesa puede asociarse a diferentes protestas
populares de los últimos años como la Revolución Naranja en Ucrania (2004), la
Primavera Arabe (2010-2013), o la Revolución de los Paraguas en Hong-Kong
(2014).
Uno de
los filósofos que permite dilucidar varios de los problemas contemporáneos de
la democracia es Rousseau, según considera Guénard. Especialista en el filósofo
ginebrino, se interesó en la noción de “conveniencia” como clave de comprensión
de su pensamiento sobre la institución y organización de una comunidad política
creada a través de convenciones –tema de su libro Rousseau et le travail de la
convenance (Honoré Champion, 2004)–. También indagó sobre las relaciones entre
política y religión, justicia y derecho penal, y la noción de sensibilidad en
Rousseau.
En
línea con el proyecto intelectual de Pierre Rosanvallon, de quien es uno de sus
colaboradores en el Collège de France, Guénard desafía a concebir la democracia
como un problema, donde el pueblo constituye el fundamento indiscutible de
legitimidad del poder y remite al mismo tiempo a un sujeto indeterminado. La
universalización democrática, el desafío a repensar el populismo menos como una
perversión que como una característica de sociedades democráticas basadas en la
ilusión de la unidad frente a un otro –una cuestión abordada en el libro que
coeditó Peuples et populisme (PUF, 2014)–, y el estudio de problemas políticos
actuales en sus dinámicas históricas, sintetizan el trabajo de este filósofo
que incita a los ciudadanos a involucrarse y ejercitar la vida democrática.
Gabriel
Entin es investigador del Conicet (Centro de Historia Intelectual-UNQ).
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