Por Fernando Mires
¿Existe el madurismo? La
pregunta puede parecer académica pero no lo es. Por lo menos no lo es en sus
consecuencias. Y no lo es porque determina –sí, determina- la política de
alianzas de la oposición en momentos cuando esa oposición a través de su órgano
de representación institucional, la Asamblea Nacional, y en conformidad con los
artículos 333 y 350, ha decidido desconocer la legitimidad del gobierno Maduro
al haber este traicionado a la Constitución de todos.
En Venezuela existe una
dualidad de poder. Un gobierno anti-constitucional por un lado y otro
representado por una oposición constitucional. Como se dijo en un artículo
anterior, en Venezuela hay muchos partidos, pero solo hay dos campos: el
de la anti-Constitución y el de la Constitución. Este último campo,
absolutamente mayoritario, incluye de modo creciente a sectores divergentes del
régimen a los que hemos llamado “chavismo constitucional”. Su figura
emblemática es actualmente la fiscal Luisa Ortega Díaz. En contra de ella
está apuntando toda la artillería del gobierno inconstitucional.
De este modo, desde una
perspectiva objetiva, si no existe una alianza entre el chavismo constiucional
y la oposición, existe por lo menos un punto objetivo de convergencia: la
defensa irrestricta de la Constitución del 99. Ese punto es –o debería ser- el
origen de una alianza política de dimensiones nacionales.
Una alianza tiene lugar entre
por lo menos dos entidades las que al reconocer un enemigo común deciden sumar
fuerzas para derrotarlo. Para que una alianza tenga lugar se requiere por lo
tanto de las diferencias. Por lo mismo, las diferencias, lejos de ser un
obstáculo, son la condición de una alianza.
Entre dos fuerzas similares no
se requieren alianzas precisamente porque son similares. La aceptación de las
diferencias es el requisito esencial de una política de alianzas, y esta última
a la vez, es condición esencial de la política como tal. La política es,
entre otras cosas, el arte de sumar y multiplicar y no de restar y dividir. Eso
es lo que no logran entender algunos sectores anti-políticos de la oposición
cuyo poder de difusión es afortunadamente menor a su poder político real. Los
hay en dos matices: a un lado los puristas, al otro los aperturistas.
Los puristas son aquellos que
bajo ninguna condición aceptan acuerdos con el chavismo constitucional. Para
ellos chavismo es chavismo, el madurismo no es diferente al chavismo y pactar
con grupos disidentes es traición. De más está decir que con esos opositores
–en verdad, opositores a la oposición- no hay ninguna posibilidad de
comunicación política.
Problemático es también el
sector de los aperturistas. Los hay también en dos versiones. Una versión dura
y otra suave. Unos sustentan la tesis de que hay que aceptar al sector chavista
disidente, pero solo bajo determinadas condiciones, entre ellas que reconozcan
sus pecados originales, que realicen una autocrítica y no pretendan en ningún
caso imponer condiciones cuando llegue el momento de actuar juntos. El sector
más suave en cambio, afirma que hay que recibir a los chavistas disidentes con
los brazos abiertos, algo así como al hijo pródigo regresado al hogar después
de haber errado su camino. Ambas posiciones parten, sin embargo, de un
supuesto falso.
Ese supuesto falso está
sustentado sobre la premisa de que el chavismo constitucional intenta sumarse a
la oposición constituida y por lo tanto de lo que se trata es de recibirlos o
de no recibirlos. El problema es que hasta el momento no se conoce a nadie
dentro del chavismo constitucional que haya hecho una solicitud de ingreso a la
MUD, o algo parecido. Todo lo contrario. En sus declaraciones los
chavistas antimaduristas intentan diferenciarse de la MUD. Después de
haber roto con lo que ellos llaman, desde su perspectiva, el madurismo,se
entienden a sí mismos como una fuerza equidistante entre la MUD y el
madurismo, algo así como la tercera fuerza de la política venezolana.
En otras palabras, los
chavistas constitucionales no son saltadores de talanquera. Son chavistas.
Pero a la vez son, o intentan ser, fundadores de un tercerismo
político que busca un espacio de acción dentro del espectro político
venezolano. El dilema, por lo tanto, no es aceptarlos o no. Se trata solamente
de reconocerlos en lo que son –o de lo que desean ser- y por medio del diálogo
buscar con ellos algunos puntos de convergencia que puedan llevar a una alianza
táctica en función del objetivo de los objetivos: restaurar en Venezuela a la
Constitución del 99. Más sería demasiado.
Stalin no pidió a Churchill
que se hiciera comunista ni Churchill exigió a Stalin que se convirtiera en un
demócrata. Ambos concertaron una alianza frente al enemigo principal, Hitler, y
gracias a esa alianza lograron derrotarlo. Eso es una alianza política: la
unidad circunstancial de dos o más posiciones diferentes.
La historia del chavismo
constitucional es muy distinta a la historia de la MUD. Por esa misma
razón ambas entidades mantienen un relato diferente con respecto a la misma
historia. Los chavistas constitucionales, a diferencias de la oposición, han
realizado una ruptura epistemológica que ha terminado siendo, como
suele suceder, una ruptura política. No así la oposición la que, por supuesto,
no ha necesitado de ninguna ruptura para oponerse primero a Chávez y después a
Maduro.
Una ruptura epistemológica, en
el sentido acordado por Gastón Bachelard al término (en su texto clásico
“Filosofía de las Ciencias”) tiene lugar cuando en una narración es introducido
un concepto que interrumpe y altera la continuidad discursiva. Ese nuevo
concepto interruptor se llama, para el chavismo constitucional,“madurismo”.
De acuerdo al relato histórico
del chavismo constitucional, el concepto de madurismo, entendido en
discontinuidad con el de chavismo es producto de una ruptura epistemológica que
antecedió a la ruptura política que hoy está teniendo lugar. O dicho
así: lo que desde la perspectiva de la oposición constituida es percibido
como continuidad, desde la perspectiva del chavismo constitucional es percibido
como ruptura.
Por lo demás, la lógica de los
chavistas constitucionales posee cierta coherencia. El chavismo del
madurismo, se quiera o no, terminó siendo diferente- y en algunos casos,
opuesto- al chavismo de Chávez. Las diferencias entre el chavismo y el
madurismo son, para los disidentes chavistas, fundamentalmente cuatro.
La primera diferencia dice
que, mientras el de Chávez era un gobierno que contaba con la mayoría absoluta
de la ciudadanía, el de Maduro es un gobierno radicalmente minoritario.
La segunda dice que, mientras
el de Chávez era un gobierno político-militar, el de Maduro se constituyó como
un gobierno militar-político para llegar a ser después lo que ahora
es, una dictadura puramente militar.
La tercera dice
que mientras la fuente del poder de Chávez era electoral, la de Maduro es
anti-electoral.
La cuarta dice que, pese
a que Chávez faltaba a la Constitución, nunca renunció a ella como ha ocurrido
con Maduro.
Que chavismo y madurismo son
dos formas de un mismo régimen –como sostiene la oposición- es cierto. Pero
también es cierto que mientras el primero correspondía a una forma
ascendente, el segundo corresponde a una forma descendente. Si Chávez habría
hecho lo mismo que hoy hace Maduro, o que Maduro es un Chávez sin plata,
también puede ser cierto. Pero no es comprobable. Afirmaciones de ese tipo no
tienen más valor que el que se deduce de simples conjeturas. Mucho más cierto
es que Maduro está vivo y Chávez está muerto; y esa diferencia es muy
comprobable.
Tanto en la vida profesional
como en la pública debemos realizar alianzas, incluso con personas e
instituciones que no nos gustan. Las hay a largo, a mediano y a cortísimo
plazo. Puede ser que la que se pueda gestar entre el chavismo constitucional y
la unidad opositora corresponda solo a la tercera categoría.
Tal vez ni siquiera sea una
alianza sino un simple acuerdo puntual. No por eso menos necesario. En
cualquiera de los casos, lo importante para que actúen fuerzas convergentes es
reconocer, aceptar y respetar las diferencias que las separan. Exigir como
condición para una acción común la renuncia a esas diferencias es condenarse a
sí mismo a la más absoluta soledad. Dicha premisa vale tanto para la oposición como
para el chavismo constitucional.
Sin alianzas no hay política.
24-06-17
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