Por Alonso Moleiro
El devenir personal, el
proceder actual, y el calado de las reflexiones de la Fiscal General, Luisa
Ortega Díaz, en torno al comportamiento institucional del PSUV y las últimas
maniobras de la dictadura de Nicolás Maduro, colocan en su fase más dramática la
crisis política venezolana. Una cota de intensidad que tiene, a ratos, sabor a
cierre de extrainning.
El alto gobierno parece tener
claro que la Fiscal sabe muchas cosas, y que luce dispuesta a llegar hasta el
final en la defensa de la legalidad. La Sala Plena del TSJ acoge la solicitud
de antejuicio de mérito, interpuesta por Pedro Carreño, con una velocidad y una
virulencia en las formas muy similar al proceder habitual del propio diputado
chavista. Acorralados y desenmascarados, ante el país y la comunidad
internacional, los mandos oficialistas se han decidido a terminar con la
legalidad e imponer su proyecto rápido y por la fuerza.
El rasgo más importante del
desprendimiento que representa Ortega –y que se expresa, también, en vocerías
como las de Héctor Navarro, Víctor Álvarez, Ana Elisa Osorio, Juan Barreto,
Germán Ferrer, Gabriela Ramírez, Nicmer Evans, Miguel Rodríguez Torres o Kliber
Alcalá- es que está obrando por cuenta propia y con total independencia de lo
que, a su vez, hacen Julio Borges y la MUD en la Asamblea Nacional. Las
diferencias entre el chavismo disidente y la MUD son muy claras. Son tendencias
políticas que ahora obran por separado en pos del mismo objetivo.
La Fiscal ha hecho un
planteamiento severo en torno a la corrupción en las altas esferas del estado,
y ha sugerido, de nuevo, como lo hicieran las voces del Legislativo, el debate
sobre las causas de la escasez de medicamentos y comida vigente en el país. Ha
exigido una interpretación honesta de la naturaleza consultiva del régimen
constitucional actual y también ha formulado llamados para que se respete el
calendario electoral pendiente. Ha clamado de manera expresa por el
desconocimiento de un proyecto Constituyente que, con la anuencia de Vladimir
Padrino, el chavismo y las FAN le quiere imponer al país, aún a sabiendas de
que casi toda su población no lo desea.
Ortega Díaz, y todo el
Ministerio Público, plantean una fractura objetiva para el maduro-cabellismo.
Desde su natural equidistancia con las fuerzas de la MUD, presentes en la
Asamblea Nacional, su maniobrar le propone a Venezuela, por primera vez en
mucho tiempo, la gesta de algún punto de acuerdo político como parámetro, el
respeto a la letra de la Constitución y la soberanía popular expresada en el
voto, como derechos adquiridos. La tesis del encuentro ciudadano sobra la de la
ruptura. Puede que fracase en el intento, pero el endurecimiento de su postura
frente a la clase política del PSUV, junto a la gente que tiene al respaldo,
que incluye a parte del sector militar, insinúa, por primera vez, un camino
visible para algo parecido a una transición política.
Por ese motivo es que el
madurismo ha salido a buscarla. La intención es neutralizarla. Ella no puede
desconocerlo. Todavía le quedan unas manos por jugar. Ortega Díaz es el último
protagonista en ingresar a esta crisis que se precipita, mientras la gente,
todos los días, sale a la calle a exigir otro país.
24-06-17
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