Carlos Valero 21 de junio de 2017
a
brutal represión desatada por Maduro asombra e indigna al mundo. Después de 81
días llenos de protestas y con un pueblo exigiendo elecciones, vigencia de la
Constitución y medidas para resolver la
crisis humanitaria, el saldo es aterrador: 81 muertos, en su mayoría jóvenes;
más de 18 mil heridos, muchos de ellos de gravedad; centenares de detenidos y
un país sometido a la destrucción por quienes han per5dido legitimidad para
gobernarlo.
Hoy no
queda duda de la deriva dictatorial de Maduro y su pequeña cúpula de ladrones
de renta. No son motivaciones políticas ni proyectos loque atornilla a esa
minoría al poder,sino una trama de negocios, corrupciones y privilegios mayores
a los de la burguesía que dicen combatir.
Maduro está quemando las naves del PSUV y quiere
llevar al país a niveles de confrontación nunca visto en nuestra historia
contemporánea. Escogió el camino de profundizar la crisis económica y liquidar
los vestigios del Estado de Derecho. El costo de la represión lo cargará en las
espaldas de la FANB.
Decía
Talleyrand “las bayonetas sirven para muchas cosas, menos para sentarse sobre
ellas”. Maduro, obsesionado con replicar el modelo cubano y desorientado por
los consejos del español Serrano Mancilla, cierra todas las válvulas
democráticas y se sienta sobre las bayonetas porque piensa que ellas le
asegurarán poder eterno.
En
medio de su desesperación y debilitado por la magnitud del rechazo casi unánime
del país, se esconde tras las togas de la inconstitucionalidad y se propone
acabar con todo aquel que ose oponérsele, llamase diputados de la MUD, la
Fiscal General o los cada vez más numerosos disidentes del madurismo que
engrosan el surgimiento de un chavismo democrático.
A
Maduro ya no le importa el país, ni la paz ni el futuro. Es un autómata del
totalitarismo que pretende avanzar a sangre y fuego y gobernar sobre las cenizas de las
instituciones y el cadáver de la democracia.
Pero,
como afirma el efrán popular, una cosa piensa el burro y otro el que lo arrea.
La cúpula que destruye el país desde Miraflores no podrá imponernos una guerra
civil ni tampoco meter la cabra de la Constituyente contra la voluntad de más
del 80% de los venezolanos, civiles y militares.
El
país quiere ser otro y dejar en el pasado las divisiones, los odios y los
enfrentamientos entre hermanos. Esa aspiración no se abrirá camino por
generación espontánea. Hay que hacerla viable construyendo una nueva alianza y
una nueva unidad con todos los sectores dispuestos a crear soluciones y
escenarios progresistas de cambio.
La
Asamblea Nacional ha puesto a disposición de la sociedad el Frente en Defensa
de la Constitución y la Democracia, el cual puede ser un espacio compartido por
todos los demócratas, sin mirar de donde provienen, dispuestos a poner en
práctica una política masiva y pacífica de resistencia, organización e
integración social.
Vamos
a derrotar el terrorismo de Estado con una unidad superior y un proyecto de
país donde todos tengamos un lugar, aun manteniendo diferencias que hoy deben
ser colocadas en segundo plano. Ese es el futuro que debemos hacer.
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