Por Américo Martín
“Un padre”, sin especificar
que lo fuera en lo político, probablemente por sentir que de esa manera hubiera
limitado la dimensión del afecto. Así lo sintió Teodoro, su compañero en la
última y fecunda etapa de constructor de partidos. “Un ser colectivo” lo
definió Homero Arellano, con buenas razones porque en su casa lo mantuvo
enconchado durante un par de años y fue su enlace en la notable entrevista
secreta con el perseguido secretario general de AD, Alberto Carnevali. “Un
hombre de avanzada, de progreso, de renovación”, declaró el propio Pompeyo al
periodista que cinco años atrás, al asomarse a los 90, quiso saber cómo se
definía a sí mismo en aquel momento de su vida.
No importa cuán variadas y
ricas sean las ejecutorias de los personajes históricos, al final pueden ser
resumidos en una palabra solitaria o en un gesto que mueve a imitarlo.
Churchill, por caso, y su V gestual, muda pero sonora como un trueno. El
vocablo que resume a Pompeyo, el ser colectivo de Arellano, es la unidad, o
“Unidad” pura y simplemente, sin pronombre personal.
A los 15 años, militando en la
juventud de AD, supe de este personaje –una leyenda, ya- por el poeta Rafael
José Muñoz, quien me dijo que era el nuevo secretario general del PCV. Se sabía
de su sencillez y pasión por el estudio, que si inicialmente imaginaría como
parte esencial de un liderazgo responsable, fue después una segunda naturaleza
en él.
Está escribiendo un libro de
economía, me deslizó el poeta, para suscitar mi admiración.
¿Y qué tiene de especial
escribir un libro? En su caso, mucho. No tuvo formación universitaria y,
consciente de ello, aprovechó a sus amigos, compañeros y camaradas, para
superarse. Y mire que pudo extraer, con creces, la savia del conocimiento
extremando la autoformación y requiriéndolo con humildad de intelectuales
copartidarios que siempre lo admiraron. Más de nueve títulos publicados, además
de incontables artículos, informes y ensayos, dan fe de ello.
Pompeyo, desde que supe de él
en tiempos de dictadura perezjimenista, sostenía que sin unidad no sería
posible superar la agobiante e implacable armazón que oprimía a los
venezolanos. AD, el principal partido de la resistencia, venía de regreso
de la heroica pero a la larga infructuosa política del “rápido retorno”
dirigida por el extraordinario Leonardo Ruíz Pineda. “El de la fina valentía y
gozosa audacia”, escribió don Rómulo Gallegos de Leonardo, al tener noticia del
bárbaro asesinato del gran líder de la resistencia.
El compañero de Ruiz Pineda,
Alberto Carnevali, promovió entonces la unidad con los demás factores
–moderados, de entonces, como Copei y URD, y radicales como el PCV- Era un
asunto de todos, sin exclusión, sin exigirle a nadie dejaciones principistas.
Fue el primer intento de unidad de lo diverso, única posible frente al obstáculo
de granito que impedía que siguiéramos debatiendo pero protegidos por la
democracia y la Constitución. Había, pues, que alcanzarlas desde la resistencia
y con unidad… plural, diversa.
Pompeyo se reunió con Alberto
y, con la lucidez que siempre lo ha caracterizado, se movió como un ferrocarril
en esa dirección. Frustrado el intento por la inesperada prisión y muerte de
Carnevali, será Pompeyo factor fundamental para levantar la idea, cosa que hizo
en un Pleno clandestino del CC de su partido. Unidad sin la falsa astucia de
“distinguir” corrientes en el aliado potencial o real, para aceptar solo a los
más cercanos y denunciar obsesivamente confabulaciones secretas y traiciones de
quienes piensen distinto. Esa lección, unidad con todos, sí, con todos, moderados
y menos moderados, se convirtió pronto en la nuez de la recomposición de las
fuerzas opositoras. Aferrados a ella, logramos lo que parecía un milagro.
¡Renació la democracia! Una lección imperecedera que bajo las circunstancias de
hoy todavía, para no pocos, es una asignatura pendiente.
Pompeyo es impresionante. No
hay manera de apartarlo de la rica veta unitaria. 95 años y no deja de remachar
la unidad sin esguinces. Testimonios elocuentes son sus columnas
en TalCual y Ultimas Noticias. Su pasión por Venezuela es un
torrente inextinguible. ¡Claro que es un personaje colectivo! Se ha hecho
respetar por todos. Lo admira la inmensa mayoría, que lo ve como hombre de una
sola pieza, inconmovible en su trinchera, comprometido hasta el fin. Para mí,
su amistad personal es un regalo de los dioses.
Los autócratas, dictadores y
proclives al pensamiento totalitario saben que es una lanza dirigida contra
quienes hacen de sus estólidas razones – valga el verso inspirado del poeta
urguayo Julio Herrera y Reissig- “una horca para el justo”.
*Este texto fue originalmente
publicado el 28 de abril pasado, con motivo del cumpleaños 95 de Pompeyo
21-06-17
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