Por Gioconda San-Blas
A nuestros presos políticos.
Pronto los tendremos entre nosotros.
“Queda por ver si Francisco
será capaz de resistir la severidad del Santo Oficio y demostrarle que no tiene
por qué arrepentirse de ser quien es y defender la creencia que lo anima. Sabe
también que el Santo Oficio, el Tribunal de la Inquisición, desborda
experiencias y metodologías para doblegar a los obstinados”. En 1639 Francisco
Maldonado da Silva es torturado hasta lo indecible con máquinas diabólicas que
trituran coyunturas y escuecen las carnes, juzgado y condenado a la hoguera por
la Inquisición en Lima, una historia verídica recogida por Marcos Aguinis en su
magistral novela “La gesta del marrano”. ¿Su único pecado? Ser judío y defender
su fe. Por eso, Francisco se enfrenta al oficio inquisitorial, cuyo Tribunal
“ha aprendido a reconocer en estas basuras a moscas con forma humana y como las
moscas, solo merecen que se las aplaste. Un inquisidor nunca se arrepentirá de
haberse excedido por duro y sí por blando”. El propósito final del Tribunal de
la Inquisición es el auto de fe, un acto público que se inicia con el juramento
real de defender, con todo el poder del estado, la fe católica y perseguir a
los herejes y apóstatas por todos los medios a su disposición.
Uno creería que todo eso es
cuento viejo, que nada de esto volveríamos a verlo fuera de los libros de
historia. Pero la realidad es terca. Una nueva religión, el chavismo y su
derivación madurista, quiere imponerse a sangre y fuego, nuevamente como
política de estado a perpetuidad. La uniformidad de pensamiento, de religión,
de lo que sea, que nadie sea diferente, que no existan los colores del arco
iris. Todo gris, polvoriento. Parecidos los métodos, modernizados en su
crueldad, los ojos omnipresentes del muerto, que algunos lo creen vivo, son las
orejas inquisidoras que todo lo oían y que hoy siguen oyendo en las
intercepciones de las comunicaciones telefónicas y el husmear en las cuentas
digitales de correos y redes sociales; el inquisidor general se multiplica en
los Torquemada de turno, siempre dispuestos a volcar su odio sobre criaturas
indefensas, previo sometimiento a crueles tormentos para despojarlos de su
dignidad. Nadie se salva: ni los opositores de siempre ni los desengañados de
ahora.
Las tenebrosas ergástulas del
Santo Oficio sirven de molde para su versión siglo XXI: El potro de entonces es
ahora la picana violatoria y las torturas psicológicas; el teatro de los autos
de fe es el circo abyecto del TSJ; el Cristo de cabeza movible que dictamina la
culpa es ahora el magistrado que sentencia sin escrúpulo, operados ambos por la
mano siniestra detrás de la cortina negra; las reducidas celdas de entonces,
llenas de ratas y otras alimañas, son reproducidas ahora al detalle; los
aislamientos infinitos, las comidas infestadas, las detenciones violatorias de
mil disposiciones legales, la humillación permanente generada en la soberbia de
quien se siente poderoso, todo se calca a la perfección. Solo cambia el lema:
“Álzate oh Dios, a defender tu causa”, en latín y tomado del Salmo 73, ha sido
sustituido por el más criollo “Lo que no logremos con votos lo conseguiremos
con balas”. Y como ya es de mal gusto llevar a la hoguera a los descreídos y
apóstatas, la Santa Inquisición de esta era enciende un fuego virtual en forma
de destituciones, exilio y cualquier forma de condena, prisión y exclusión.
Nada falta en este “remake”
inquisitorial: tribunales, procuradores, fiscales de oficio, alguaciles,
delatores anónimos (sapos, patriotas cooperantes) son figuras harto conocidas
en sus ejecutorias seis siglos más tarde, aquí y ahora en la Venezuela de
Chávez y su legado. Nada nuevo bajo el sol. Cosas similares ocurrieron en la
Alemania nazi, en la Unión Soviética de Lenin y Stalin, en los Khmer Rouge de
Camboya, en la Argentina de Videla y el Chile de Pinochet. Y siguen ocurriendo
en la Corea del Norte de la dinastía Kim, en la Cuba de los Castro. No importa
el frágil disfraz ideológico. Derechas e izquierdas se confunden en el pozo
miserable de la abyección, del maltrato al ser humano que piense diferente, que
rehúse someterse a la voluntad del dictador de turno.
La Historia recoge todos estos
relatos de ignominia. Y también las glorias asociadas a las luchas por la
libertad, inherentes al espíritu humano. Es lo que estamos viviendo en la
Venezuela de estos tiempos, un renacer del espíritu levantisco que hará posible
el pronto retorno a la democracia y a la libertad usurpadas por quienes creen
equivocadamente, al igual que Hitler con su Tercer Reich, que su perversa
quinta república durará mil años.
06-07-17
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