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jueves, 6 de julio de 2017

Auto de fe por @daVinci1412


Por Gioconda San-Blas


A nuestros presos políticos. Pronto los tendremos entre nosotros.

“Queda por ver si Francisco será capaz de resistir la severidad del Santo Oficio y demostrarle que no tiene por qué arrepentirse de ser quien es y defender la creencia que lo anima. Sabe también que el Santo Oficio, el Tribunal de la Inquisición, desborda experiencias y metodologías para doblegar a los obstinados”. En 1639 Francisco Maldonado da Silva es torturado hasta lo indecible con máquinas diabólicas que trituran coyunturas y escuecen las carnes, juzgado y condenado a la hoguera por la Inquisición en Lima, una historia verídica recogida por Marcos Aguinis en su magistral novela “La gesta del marrano”. ¿Su único pecado? Ser judío y defender su fe. Por eso, Francisco se enfrenta al oficio inquisitorial, cuyo Tribunal “ha aprendido a reconocer en estas basuras a moscas con forma humana y como las moscas, solo merecen que se las aplaste. Un inquisidor nunca se arrepentirá de haberse excedido por duro y sí por blando”. El propósito final del Tribunal de la Inquisición es el auto de fe, un acto público que se inicia con el juramento real de defender, con todo el poder del estado, la fe católica y perseguir a los herejes y apóstatas por todos los medios a su disposición.

Uno creería que todo eso es cuento viejo, que nada de esto volveríamos a verlo fuera de los libros de historia. Pero la realidad es terca. Una nueva religión, el chavismo y su derivación madurista, quiere imponerse a sangre y fuego, nuevamente como política de estado a perpetuidad. La uniformidad de pensamiento, de religión, de lo que sea, que nadie sea diferente, que no existan los colores del arco iris. Todo gris, polvoriento. Parecidos los métodos, modernizados en su crueldad, los ojos omnipresentes del muerto, que algunos lo creen vivo, son las orejas inquisidoras que todo lo oían y que hoy siguen oyendo en las intercepciones de las comunicaciones telefónicas y el husmear en las cuentas digitales de correos y redes sociales; el inquisidor general se multiplica en los Torquemada de turno, siempre dispuestos a volcar su odio sobre criaturas indefensas, previo sometimiento a crueles tormentos para despojarlos de su dignidad. Nadie se salva: ni los opositores de siempre ni los desengañados de ahora.


Las tenebrosas ergástulas del Santo Oficio sirven de molde para su versión siglo XXI: El potro de entonces es ahora la picana violatoria y las torturas psicológicas; el teatro de los autos de fe es el circo abyecto del TSJ; el Cristo de cabeza movible que dictamina la culpa es ahora el magistrado que sentencia sin escrúpulo, operados ambos por la mano siniestra detrás de la cortina negra; las reducidas celdas de entonces, llenas de ratas y otras alimañas, son reproducidas ahora al detalle; los aislamientos infinitos, las comidas infestadas, las detenciones violatorias de mil disposiciones legales, la humillación permanente generada en la soberbia de quien se siente poderoso, todo se calca a la perfección. Solo cambia el lema: “Álzate oh Dios, a defender tu causa”, en latín y tomado del Salmo 73, ha sido sustituido por el más criollo “Lo que no logremos con votos lo conseguiremos con balas”. Y como ya es de mal gusto llevar a la hoguera a los descreídos y apóstatas, la Santa Inquisición de esta era enciende un fuego virtual en forma de destituciones, exilio y cualquier forma de condena, prisión y exclusión.

Nada falta en este “remake” inquisitorial: tribunales, procuradores, fiscales de oficio, alguaciles, delatores anónimos (sapos, patriotas cooperantes) son figuras harto conocidas en sus ejecutorias seis siglos más tarde, aquí y ahora en la Venezuela de Chávez y su legado. Nada nuevo bajo el sol. Cosas similares ocurrieron en la Alemania nazi, en la Unión Soviética de Lenin y Stalin, en los Khmer Rouge de Camboya, en la Argentina de Videla y el Chile de Pinochet. Y siguen ocurriendo en la Corea del Norte de la dinastía Kim, en la Cuba de los Castro. No importa el frágil disfraz ideológico. Derechas e izquierdas se confunden en el pozo miserable de la abyección, del maltrato al ser humano que piense diferente, que rehúse someterse a la voluntad del dictador de turno.

La Historia recoge todos estos relatos de ignominia. Y también las glorias asociadas a las luchas por la libertad, inherentes al espíritu humano. Es lo que estamos viviendo en la Venezuela de estos tiempos, un renacer del espíritu levantisco que hará posible el pronto retorno a la democracia y a la libertad usurpadas por quienes creen equivocadamente, al igual que Hitler con su Tercer Reich, que su perversa quinta república durará mil años.

06-07-17




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