Por Susana Morffe,
10/07/2017
Es un lugar común
decir que en cualquier país del mundo no pasaría lo de Venezuela. Pero estamos
aquí, en nuestro patio, lidiando con una depresiva situación que trastorna el sentido
común de los implicados.
Manejamos una situación
nada usual, la ilegitima designación de una Vice fiscal, tantas otras figuras a
dedo, tal como una reyerta de leyes de dos poderes que están totalmente
divorciados del compromiso con los valores y disposiciones constitucionales,
pero al mismo tiempo íntimamente ligados
por la ley regida y ejecutada por ambos,
insólitamente desconocida por pretensiones personales de los funcionarios del
régimen, sin consideraciones de respeto y moral.
Esta nueva imposición
de un poder en pleno desgaste de día, horas, minutos, no parece un punto
sorprendente, lo que sorprende es que cuando ocurren “cosas extrañas” a juicio del
mandatario, como el anterior y el premeditado ataque de la Asamblea Nacional, sigamos
con el mismo yugo comandado por los mismos opresores.
Hemos manifestado la
fragilidad del régimen al no poder esconder sus costuras abiertas al público,
con las cuales demuestra lo predecible de sus actuaciones. Lo insólito es que
los opositores se dejen sorprender por las
artimañas propias de individualidades totalmente amorales, sin prejuicios
e indolentes ante el respeto y los
derechos de la población.
El poder ciudadano
tiene el poder de invocar los artículos 333 y 350 de la Constitución. Con ellos
se incorporan páginas a los maltratados episodios de la actual historia venezolana,
que irremediablemente no puede llegar a un acuerdo de coexistencia pacífica. De
tal modo continúa fracturada la relación porque no se puede hacer más nada, ya
que todo se rompió.
Vamos a una consulta
electoral para manifestar el rechazo a una intrusa constituyente amañada,
peligrosa y torpemente diseñada, pero los más de 30 millones de venezolanos
aspiramos algo más, un final para los 18 años de sometimiento y colonización
cubana. Nos han despojado de nuestra soberanía, tal como era el sueño del
anciano difunto revolucionario cubano que solo vivió ligado a Venezuela para
defenestrarla. Y lo consiguió. Ahora su hermano, pretende colocar la guinda que
falta para acabar con lo que nos queda de país.
“Estamos siendo
engañados por la apariencia de la verdad”, frase de Horacio, un poeta lírico.
La suerte de esta nueva consulta con intención plebiscitaria del próximo
domingo 16 de julio, nos demanda una
acción contundente, no solo rodar el velo de la mentira, sino establecer definitivamente
una transición obligatoria y urgente. El país no puede sostener más carga de
miseria y corrupción.
Si eventualmente el
próximo lunes 17 amanecemos, cansados, pero al mismo tiempo dolidos y
embarcados en la vieja Venezuela de la revolución, estaremos pisando la
frontera de una crisis superior a la que nos estaremos jugando el domingo 16. Tenemos
que prepararnos para escenarios más duros a un costo peligrosamente fatal. En caso contrario, se habrá ganado una
batalla, pero no es fácil pronosticarlo y mucho menos afirmarlo.
Venezuela es
literalmente un país destruido pero no vencido. Tenemos los recursos propios de
cada venezolano comprometido con el país, sus leyes y lo que queda por salvar.
El yugo extranjero beneficiado por los traidores criollos no debería hacernos
mella en los esfuerzos comprometidos y salvables.
La guerra de poderes
nos puede hacer morder anzuelos, como la liberación de Leopoldo López, que
sirve de gancho para hundir más el país con la constituyente. No en vano dijo
López que si tiene que volver a Ramo Verde lo hará. Si estamos vigilantes y
unidos para el rescate, llegará la hora de la rebelión cívico militar. No hay
tiempo para remedios, el país exige intervención y la retoma del orden constitucional.
Es ahora o nunca.
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