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domingo, 2 de julio de 2017

Mala apuesta, la de un golpe, @mario_villegas



Por Mario Villegas, 30/06/2017

A finales de los años 80’ e inicios de los 90’ era difícil ir a un baño público y no encontrar una pinta hecha con marcador que invitaba a los militares a la sublevación. Eran solo dos palabras entre signos de admiración: ¡Golpe ya!

Tal era el grado de insatisfacción con el agotado modelo bipartidista que muchos venezolanos, dolientes algunos de la dictadura perezjimenista, no reparaban en que con una salida militar el remedio podría ser peor que la enfermedad. De modo que cuando Hugo Chávez comandó, a sangre y fuego, aquella fatídica intentona golpista del 4 de febrero de 1992, una buena parte de la sociedad venezolana lo celebró, incluyendo no solo a los pataenelsuelode las rancherías populares sino también al acomodado sifrinaje de las más exclusivas urbanizaciones.

Con el cuento de que Chávez tenía los testículos de diamante y de que aquí lo que se necesitaba era un militar que los tuviera bien puestos, se continuó cultivando aquella leyenda que a la postre lo llevó a la Presidencia por la vía del voto multitudinario, incluyendo el mío en 1998 y en el año 2000, a pesar de que yo había condenado los dos intentos chavistas de golpe de estado en 1992.


El desastre político, económico y social que estamos viviendo, el imperio del autoritarismo, la destrucción de las instituciones y de la institucionalidad, el desconocimiento de la Asamblea Nacional, la discriminación política y la criminal represión, las corruptelas, la ruina nacional y el empobrecimiento generalizado de la población son resultado de aquella decisión. Los males de la llamada Cuarta República se quedaron pálidos ante las perversiones de la Quinta. Basta imaginar cuánto más gravosa habría sido la destrucción nacional si en vez de llegar a Miraflores por la vía electoral Chávez lo hubiera hecho mediante aquel fallido golpe del 4F.

También en el 2002 una parte de la población venezolana clamaba por una salida rápida. Fue entonces cuando las masivas manifestaciones cívicas resultaron aprovechadas por factores poderosos que optaron por la vía del golpe y dieron el “carmonazo”, que no solo pretendió salir de Chávez sino barrer también con la Constitución, las instituciones y la voluntad popular. El remedio parecía ser peor que la enfermedad. Al día siguiente tuvimos a Chávez y al chavismo de nuevo en Miraflores. El cortoplacismo los había atornillado por quince años más en el gobierno.

Abundan también ejemplos de otras tierras. En Chile, factores de derecha y extrema izquierda alentaron en 1973 una salida militar al gobierno de Salvador Allende y terminaron siendo víctimas, junto con el pueblo chileno, de un espantoso criminal al que le hicieron parte del mandado.

Rato hace desde que en la Venezuela de nuestros días escuchamos ciertas voces que invitan al estamento verde oliva a irrumpir militarmente en la escena política, más de lo que ya lo ha hecho, y poner orden. Algunas incluso sueñan con aviones despegando y marines desembarcando de un portaviones norteamericano para deponer a Nicolás Maduro a punta de cañonazos y bombazos, escenario este último que no luce probable pero que con Donald Trump en la Casa Blanca tampoco podríamos descartar definitivamente.

Pero en el actual marco de profusas y masivas protestas antigubernamentales, de escalamiento de la confrontación y la violencia callejera, de represión desproporcionada y criminal, de saqueos y vandalismo incontrolable, podría llegar a tener éxito la apuesta por un golpe de estado. Solo que, como siempre, el remedio puede ser peor que la terrible enfermedad que hoy representa para el país el gobierno de Maduro. Oficiales institucionalistas claro que los hay, pero como bien dice mi buen amigo el politólogo Daniel Santolo: “No hay golpes buenos y golpes malos, todos nos llevan al mismo sitio: atraso, violencia y autoritarismo”.

Un golpe militar hoy podría tener signo oficialista y liquidar definitivamente lo muy poquito que queda de libertades y de democracia, o tener signo ultraderechista y representar también el cercenamiento de las libertades y del proyecto democrático que necesitamos reconstruir. En ambos casos, un golpe sería más derramamiento de sangre, más muertes, más odio y más destrucción. Como dijo una vez Henry Ramos Allup, es iluso pensar que un grupo de militares golpistas va a hacer el trabajo sucio y luego a entregarle el mando a los civiles para que gobiernen y los enjuicien.

Lo que acabamos de ver de un oficial gorila irrespetando y empujando en el Palacio Legislativo al presidente de la Asamblea Nacional, Julio Borges, es una pequeña muestra de lo que podría sobrevenirnos si se hiciera realidad el anhelo de quienes sueñan con un golpe de estado.

Mario Villegas
@mario_villegas

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