Por Mario Villegas, 30/06/2017
A finales de los años 80’ e
inicios de los 90’ era difícil ir a un baño público y no encontrar una pinta
hecha con marcador que invitaba a los militares a la sublevación. Eran solo dos
palabras entre signos de admiración: ¡Golpe ya!
Tal era el grado de
insatisfacción con el agotado modelo bipartidista que muchos venezolanos,
dolientes algunos de la dictadura perezjimenista, no reparaban en que con una
salida militar el remedio podría ser peor que la enfermedad. De modo que cuando
Hugo Chávez comandó, a sangre y fuego, aquella fatídica intentona golpista del
4 de febrero de 1992, una buena parte de la sociedad venezolana lo celebró,
incluyendo no solo a los pataenelsuelode las rancherías populares sino
también al acomodado sifrinaje de las más exclusivas urbanizaciones.
Con el cuento de que Chávez tenía
los testículos de diamante y de que aquí lo que se necesitaba era un militar
que los tuviera bien puestos, se continuó cultivando aquella leyenda que a la
postre lo llevó a la Presidencia por la vía del voto multitudinario, incluyendo
el mío en 1998 y en el año 2000, a pesar de que yo había condenado los dos
intentos chavistas de golpe de estado en 1992.
El desastre político, económico y
social que estamos viviendo, el imperio del autoritarismo, la destrucción de
las instituciones y de la institucionalidad, el desconocimiento de la Asamblea
Nacional, la discriminación política y la criminal represión, las corruptelas,
la ruina nacional y el empobrecimiento generalizado de la población son
resultado de aquella decisión. Los males de la llamada Cuarta República se
quedaron pálidos ante las perversiones de la Quinta. Basta imaginar cuánto más
gravosa habría sido la destrucción nacional si en vez de llegar a Miraflores
por la vía electoral Chávez lo hubiera hecho mediante aquel fallido golpe del
4F.
También en el 2002 una parte de
la población venezolana clamaba por una salida rápida. Fue entonces cuando las
masivas manifestaciones cívicas resultaron aprovechadas por factores poderosos
que optaron por la vía del golpe y dieron el “carmonazo”, que no solo pretendió
salir de Chávez sino barrer también con la Constitución, las instituciones y la
voluntad popular. El remedio parecía ser peor que la enfermedad. Al día
siguiente tuvimos a Chávez y al chavismo de nuevo en Miraflores. El
cortoplacismo los había atornillado por quince años más en el gobierno.
Abundan también ejemplos de otras
tierras. En Chile, factores de derecha y extrema izquierda alentaron en 1973
una salida militar al gobierno de Salvador Allende y terminaron siendo
víctimas, junto con el pueblo chileno, de un espantoso criminal al que le
hicieron parte del mandado.
Rato hace desde que en la
Venezuela de nuestros días escuchamos ciertas voces que invitan al estamento
verde oliva a irrumpir militarmente en la escena política, más de lo que ya lo
ha hecho, y poner orden. Algunas incluso sueñan con aviones despegando y
marines desembarcando de un portaviones norteamericano para deponer a Nicolás
Maduro a punta de cañonazos y bombazos, escenario este último que no luce
probable pero que con Donald Trump en la Casa Blanca tampoco podríamos
descartar definitivamente.
Pero en el actual marco de
profusas y masivas protestas antigubernamentales, de escalamiento de la
confrontación y la violencia callejera, de represión desproporcionada y
criminal, de saqueos y vandalismo incontrolable, podría llegar a tener éxito la
apuesta por un golpe de estado. Solo que, como siempre, el remedio puede ser
peor que la terrible enfermedad que hoy representa para el país el gobierno de
Maduro. Oficiales institucionalistas claro que los hay, pero como bien dice mi
buen amigo el politólogo Daniel Santolo: “No hay golpes buenos y golpes malos,
todos nos llevan al mismo sitio: atraso, violencia y autoritarismo”.
Un golpe militar hoy podría tener
signo oficialista y liquidar definitivamente lo muy poquito que queda de
libertades y de democracia, o tener signo ultraderechista y representar también
el cercenamiento de las libertades y del proyecto democrático que necesitamos
reconstruir. En ambos casos, un golpe sería más derramamiento de sangre, más
muertes, más odio y más destrucción. Como dijo una vez Henry Ramos Allup, es
iluso pensar que un grupo de militares golpistas va a hacer el trabajo sucio y
luego a entregarle el mando a los civiles para que gobiernen y los enjuicien.
Lo que acabamos de ver de un
oficial gorila irrespetando y empujando en el Palacio Legislativo al presidente
de la Asamblea Nacional, Julio Borges, es una pequeña muestra de lo que podría
sobrevenirnos si se hiciera realidad el anhelo de quienes sueñan con un golpe
de estado.
Mario Villegas
@mario_villegas
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