Por Indira Rojas
—¿Dónde estás, Paula?
La joven de 17 años no sabía
qué responder. Alejó el rostro de la bocina del celular y repitió la pregunta a
quienes estaban con ella. Su padre, Andrés Colmenárez, esperaba al otro lado de
la línea.
—Estoy en La Carlota.
***
La dirigencia opositora
convocó un “trancazo” para el lunes 10 de julio de 2017. A petición de sus
seguidores, se extendería por diez horas a partir del mediodía. Paula
protestaba junto a tres amigos en el distribuidor Altamira cuando vio pasar a
la Guardia Nacional Bolivariana. Eran cerca de las cinco de la tarde. Los
uniformados iban en motos, protegidos por el equipo antimotín. Los
manifestantes creyeron que darían la vuelta, echarían un vistazo y se irían del
lugar, pero los embistieron segundos después de una falsa retirada.
Todos corrieron. El grupo se
separó. Paula quedó rezagada en la huida. Volteó y se dio cuenta de que tenía a
la Guardia encima. No podía hacer nada. Un funcionario le metió una zancadilla.
Cayó de bruces entre escombros y vidrios rotos. Puso la mano derecha en el
asfalto antes de que su rostro chocara contra el suelo, pero no tuvo
oportunidad de incorporarse. El militar pisó su espalda con la bota izquierda y
la aprisionó contra el pavimento, hasta que otros dos la sujetaron por los
brazos y la subieron a una moto. Una bandera de Venezuela cubría la mitad del
rostro de Paula. Sólo podían verse sus ojos asustados.
—¡Róbale todo a esa maldita!
—dijo el funcionario que conducía. Se dirigía a su compañero, que sujetaba a
Paula desde atrás.
—¿Qué cargas en el bolso? ¿Tienes
celular? ¿Qué marca es? ¡Sácalo rápido o te lanzo al Guaire! —amenazó el otro.
La joven estaba atrapada entre
los dos uniformados. Como pudo, llevó su bolso frente a ella y buscó el
teléfono con las manos temblorosas. Le dieron un golpe en la nuca para que no
pudiera mirar los rostros de sus captores, ocultos tras las máscaras antigases
y los pesados cascos. “¡Te vamos a violar!”, le dijeron. No halló el celular y
decidió entregarles el bolso con todas sus pertenencias.
Al menos veinte uniformados
rodearon a la joven. Fotografía de Miguel Gutiérrez para EFE
Los guardias trasladaron a
Paula a la Base Aérea Generalísimo Francisco de Miranda, conocida como base
aérea La Carlota. Ataron sus manos con tirraje plástico y la llevaron a un
lugar donde otros tres jóvenes permanecían detenidos. Los miró fijamente.
También tenían las manos amarradas y yacían tumbados con la mirada clavada en
el suelo. Respiraban con dificultad y dos de ellos estaban heridos. Uno tenía
un perdigonazo en la espalda y el otro ocho impactos debajo de las costillas.
Le ordenaron que se colocara
boca abajo. Uno de los militares la pateó en el costado derecho.
—¡Arrástrate como un gusano
hasta la pared!
Paula comenzó a sentir las
manos frías. Perdió sensibilidad en la izquierda, como si se hubiera
entumecido, y el dolor se apoderó de la derecha. Le rogó a los guardias que la
desataran. Uno de ellos se acercó. Sacó una llave, la usó como sierra y rompió
el lazo improvisado. Los otros muchachos también se quejaron, pero a cada lamento
los captores respondieron con golpes. “¿Te vas quejar, mariquita?”.
A Paula le dijeron que se
había hecho famosa en las redes sociales. Los militares habían visto la
fotografía de la agencia EFE que circulaba en Twitter y en los medios
digitales, en la que se ve a un funcionario de la GNB pisándola en el suelo.
Le exigieron levantarse del
piso y colocarse en cuclillas con la cabeza gacha. Cuando bajó la mirada se
percató de que la mano derecha estaba cubierta por un rojo intenso y brillante.
Sangraba.
Era una cortada grande. Supuso
que un vidrio roto la lastimó cuando cayó al pavimento horas antes. Se
sorprendió. Hasta ese momento no sabía que estaba herida. Uno de los
uniformados le ofreció alcohol y gasas para que lavara la lesión. A su lado, el
joven con los ocho perdigonazos preguntó si también podía usar un poco. “¿Eres
mariquita?”, le contestó de mala gana el funcionario. “¡Tú no te vas echar
nada!”.
Minutos después, dos mujeres
la llevaron a un Centro de Diagnóstico Integral, espacios de asistencia médica
de la Misión Barrio Adentro, conocidos por sus siglas CDI.
Le tomaron siete puntos en la
mano derecha. El médico cubano que la atendió le dijo: “Te voy a suturar
los puntos con la ‘C’ de Cuba”.
***
360 kilómetros separaban a
Paula de su familia. Sus papás y sus dos hermanas menores viven en
Barquisimeto, en el estado Lara. Allí, Andrés Colmenárez, su padre, creó la
organización Funpaz en 2013 para la defensa de los derechos humanos. La
adolescente se mudó hace un tiempo a Caracas para estudiar primer año de
Derecho en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y procura compartir su
tiempo entre las dos ciudades.
La llamada a su padre fue
cerca de las 6:00 de la tarde. Usó el celular de un funcionario de la Aviación,
quien le concedió la oportunidad de comunicarse con sus parientes. Andrés pidió
hablar con el agente. Este le informó que su hija estaba herida, pero insistió
en que la Guardia Nacional Bolivariana era responsable de la detención, no la
Aviación. El padre le respondió que lo único que quería era ver a su hija
libre.
El activista acudió al padre
Raúl Herrera, presbítero de la parroquia universitaria y coordinador del Centro
para la Paz y los Derechos Humanos de la UCV. También llamó al abogado Eduardo
Torres, miembro del centro, y a Liliana Ortega, directora del Comité de
Familiares de las Víctimas. Pasaron seis horas antes de que liberaran a Paula.
A las 10:00 de la noche, el padre Herrera y los abogados que le acompañaron a
la base aérea de La Carlota la llevaron a casa.
Andrés no pudo verla hasta la
mañana siguiente. Recordó las cuatro horas que permaneció detenido el 16 de
abril de 2013, cuando seguidores de la oposición salieron a las calles para
exigir el conteo voto a voto de los resultados de las elecciones presidenciales
que ganó Nicolás Maduro.
Tardó un poco en darse cuenta
de la triste coincidencia entre su detención y lo que su hija acababa de vivir.
El testimonio de Andrés fue publicado en un libro titulado Bajo la bota
militar.
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Andrés Colmenárez y Paula
Colmenárez el día que le ofrecieron su testimonio a Prodavinci. Fotografía
de Andrés Colmenárez
15-07-17
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