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jueves, 26 de octubre de 2017

A los maestros ya no nos ven como autoridad por @fernanpereirav


Por Fernando Pereira


“Antes el maestro de escuela era una autoridad en la comunidad; hoy en día nos ven como cachifas.”

Es muy difícil que se realice una actividad con docentes, para abordar cualquier tema relacionado con el quehacer educativo, donde no se plantee como tema medular la falta de autoridad, o la desautorización de los docentes, como uno de los elementos que más dificulta el ejercicio de la profesión en los tiempos actuales.

-Mamá, la maestra me dijo que debo llevar el uniforme más limpio.

-¿Y tú dónde te metiste? Sácate ese uniforme para lavarlo. Tienes que hacerle caso a la maestra.

Esos son los testimonios que podemos dar los que fuimos a la escuela en generaciones pasadas.

La figura del maestro era sinónimo de autoridad: porque estaba certificado para ejercer un cargo y porque las familias así lo reconocían.

Hoy en día la escena se repite así:

-Mamá, la maestra me dijo…

-¿Quién se cree la maestra que es para decirme eso? Será que ella tiene agua en su casa…?

Los niños y adolescentes de hoy no son los mismos que los de ayer ni serán como los del futuro. Cada generación pensará, sentirá y actuará bajo condiciones culturales, ambientales, políticas, económicas, tecnológicas que ejercerán una influencia importante en su forma de actuar y reaccionar frente a determinadas situaciones.


Hay una figura del docente que ya no tiene poder per se. El que tenga un título, un nombramiento y sea una persona adulta no son suficientes elementos para tener el reconocimiento social y de las familias.

Evidentemente los estudiantes captan esta situación e inevitablemente se producen tensiones como en toda relación de poder.

¿Debemos regresar a los tiempos pasados para recuperar la autoridad?

La autoridad no es el “eslabón perdido” que podemos pasar la vida entera buscando. La autoridad de otros tiempos correspondió a un modelo de sociedad. El mundo ha cambiado de manera vertiginosa en múltiples ámbitos. Las relaciones en las familias y sociedad y el reconocimiento y ejercicio de los derechos humanos implica el desarrollo de nuevos modos de entender el poder y cómo se ejerce.

El reto entonces no es añorar los tiempos pasados sino la construcción de un modelo de autoridad basado en el ejemplo, saber, coherencia, congruencia, respeto, ecuanimidad.

Al: “Tienes que hacerlo porque lo digo yo…” lo debe suceder: “¿Qué consecuencias va a tener para ti y para el grupo si haces eso?”

Una autoridad que se constituye en un referente por su experiencia de vida y conocimientos. Existen muchas contradicciones con el ejercicio de la autoridad, el simple hecho de ser padre, madre –o maestro- no la garantiza, hay que ganársela para ser reconocido como tal.

Hacia una autoridad democrática

Una de las resistencias con relación a la autoridad es cuando se confunde con el autoritarismo. Cuando una persona tiene autoridad se deduce que tiene condiciones para hacerse respetar y por su responsabilidad o compromiso, en otras palabras, está autorizada para ejercer un determinado poder. Entendiendo el poder como una forma de servir a una determinada misión, coherente con unos principios y valores.

Por lo tanto la forma en que un directivo, maestro o miembro de la familia ejerza la autoridad dependerá de cuál es el objetivo que quiere lograr cuando utiliza su poder. Si el poder es un fin y no un medio para apoyar, guiar, estimular la participación, el respeto a la diversidad y toma de decisiones con participación de los demás, estamos hablando de autoritarismo. Cabe la pregunta: ¿En nuestros centros educativos, ¿cuál es el modelo o tendencia que impera?

Una madre, un padre un educador sin autoridad está limitado para ejercer sus funciones y para cumplir con las responsabilidades legales que le han sido encomendadas; ¿de qué autoridad estamos hablando? No se puede educar evadiendo la responsabilidad de orientar, educar y proteger.

Foto: Archivo Efecto Cocuyo

26-10-17




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