Por Fernando Pereira
“Antes el maestro de escuela
era una autoridad en la comunidad; hoy en día nos ven como cachifas.”
Es muy difícil que se realice
una actividad con docentes, para abordar cualquier tema relacionado con el
quehacer educativo, donde no se plantee como tema medular la falta de
autoridad, o la desautorización de los docentes, como uno de los elementos que
más dificulta el ejercicio de la profesión en los tiempos actuales.
-Mamá, la maestra me dijo que
debo llevar el uniforme más limpio.
-¿Y tú dónde te metiste? Sácate ese uniforme para lavarlo. Tienes que hacerle caso a la maestra.
Esos son los testimonios que
podemos dar los que fuimos a la escuela en generaciones pasadas.
La figura del maestro era
sinónimo de autoridad: porque estaba certificado para ejercer un cargo y porque
las familias así lo reconocían.
Hoy en día la escena se repite
así:
-Mamá, la maestra me dijo…
-¿Quién se cree la maestra que
es para decirme eso? Será que ella tiene agua en su casa…?
Los niños y adolescentes de
hoy no son los mismos que los de ayer ni serán como los del futuro. Cada
generación pensará, sentirá y actuará bajo condiciones culturales, ambientales,
políticas, económicas, tecnológicas que ejercerán una influencia importante en
su forma de actuar y reaccionar frente a determinadas situaciones.
Hay una figura del docente que
ya no tiene poder per se. El que tenga un título, un nombramiento y
sea una persona adulta no son suficientes elementos para tener el reconocimiento
social y de las familias.
Evidentemente los estudiantes
captan esta situación e inevitablemente se producen tensiones como en toda
relación de poder.
¿Debemos regresar a los
tiempos pasados para recuperar la autoridad?
La autoridad no es el “eslabón
perdido” que podemos pasar la vida entera buscando. La autoridad de otros
tiempos correspondió a un modelo de sociedad. El mundo ha cambiado de manera
vertiginosa en múltiples ámbitos. Las relaciones en las familias y sociedad y
el reconocimiento y ejercicio de los derechos humanos implica el
desarrollo de nuevos modos de entender el poder y cómo se ejerce.
El reto entonces no es añorar
los tiempos pasados sino la construcción de un modelo de autoridad basado en el
ejemplo, saber, coherencia, congruencia, respeto, ecuanimidad.
Al: “Tienes que hacerlo porque
lo digo yo…” lo debe suceder: “¿Qué consecuencias va a tener para ti y para el
grupo si haces eso?”
Una autoridad que se
constituye en un referente por su experiencia de vida y conocimientos. Existen
muchas contradicciones con el ejercicio de la autoridad, el simple hecho de ser
padre, madre –o maestro- no la garantiza, hay que ganársela para ser reconocido
como tal.
Hacia una autoridad
democrática
Una de las resistencias con
relación a la autoridad es cuando se confunde con el autoritarismo. Cuando
una persona tiene autoridad se deduce que tiene condiciones para hacerse
respetar y por su responsabilidad o compromiso, en otras palabras, está
autorizada para ejercer un determinado poder. Entendiendo el poder como una
forma de servir a una determinada misión, coherente con unos principios y
valores.
Por lo tanto la forma en que
un directivo, maestro o miembro de la familia ejerza la autoridad dependerá de
cuál es el objetivo que quiere lograr cuando utiliza su poder. Si el
poder es un fin y no un medio para apoyar, guiar, estimular la participación, el
respeto a la diversidad y toma de decisiones con participación de los demás,
estamos hablando de autoritarismo. Cabe la pregunta: ¿En nuestros centros
educativos, ¿cuál es el modelo o tendencia que impera?
Una madre, un padre un
educador sin autoridad está limitado para ejercer sus funciones y para cumplir
con las responsabilidades legales que le han sido encomendadas; ¿de qué
autoridad estamos hablando? No se puede educar evadiendo la responsabilidad de
orientar, educar y proteger.
Foto: Archivo Efecto Cocuyo
26-10-17
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