EMILY AVENDAÑO 30 de
octubre de 2017
o dice
sin resquemores. Cuando a Antonio Corredor* le plantearon la posibilidad de
irse a vivir a Nicaragua lo primero que se le vino a la mente fueron las Maras
Salvatruchas –una organización internacional de pandillas criminales–, los
altos índices de violencia, el tráfico de drogas y el elevado número de muertes
violentas. Muy pronto se dio cuenta de que estaba en un error.
“Nicaragua
es el país más seguro de Centroamérica, incluso por encima de Panamá”, declara.
Su afirmación la avalan las cifras de la Fiscalía General de la República de
ese país. El reporte que presentó la institución en junio revela que tienen la
tasa de homicidios más baja de la región y una de las más bajas de
Latinoamérica, al pasar de 8 homicidios por cada cien mil habitantes en 2015 a
7 por cada cien mil habitantes en 2016. En Venezuela, en cambio, la tasa de
homicidios en 2016 subió a 70,1 por cada
cien mil habitantes; 12 puntos más que en 2015.
Llegó
al país centroamericano en julio de 2016, es Economista, egresado de la
Universidad Central de Venezuela. Dejó sus preconcepciones de lado y decidió
irse a la sucursal nicaragüense del banco para el que trabajaba. “Fue un
choque. Se me vinieron abajo todos los estereotipos y me manejé como pez en el
agua”. Al principio pensaba que más vale violencia conocida que violencia por
conocer “pero nada más alejado de la realidad. Este es un país súper seguro.
Puedo hablar por teléfono en cualquier parte. Incluso he dejado el teléfono
olvidado más de una vez y me han llamado para devolvérmelo”.
Como
buen economista, Corredor habla del crecimiento en números del país que lo
acogió. Subraya que el Fondo Monetario Internacional (FMI) calcula para
Nicaragua un crecimiento de 4,5% en 2017, lo que la posiciona como la tercera
economía con mayor crecimiento en América Latina este año, superada solo por
Panamá con 5,3% y República Dominicana con 4,8%. De acuerdo con el Panorama
Económico Mundial del FMI, la contracción de la economía venezolana en 2017
será de 12%. El organismo internacional proyecta para Venezuela una inflación
de 652,7% en 2017 y de 2.349,3% para 2018. Mientras, en Nicaragua el Informe
Estado de la Economía y Perspectivas 2017, presentado por el Banco Central de
ese país indica que “la inflación se mantiene baja y estable” en 2.37%.
“Es
una economía en crecimiento. Tienen el proyecto del canal interoceánico –o
canal de Nicaragua–, y el avance de la construcción y de la publicidad es
agigantado”. Y aunque a los nicaragüenses no les guste mucho, según se lee en
sus noticias, en ese país circulan simultáneamente el dólar americano y el
córdoba, que es su moneda nacional. Más de un millón y medio de turistas los
visitó el año pasado, en su mayoría norteamericanos, así que el turismo,
después de las remesas y los ingresos por exportaciones, se convirtió una de
sus principales fuentes de divisas.
Corredor
no lidia con cortes programados de energía; ni el agua deja de salir por el
grifo de su casa. Admite que los servicios son caros, sobre todo para los
estándares de los venezolanos en los que todos se encuentran subsidiados.
Mientras, el salario mínimo se ubica entre 550 y 600 dólares. “Los contratos de
trabajo suelen ser muy parecidos a los de Estados Unidos. Hay 15 días de
vacaciones al año, pero la gente no suele tomarlas, para poder cobrar el mes de
lo que en Venezuela llamamos utilidades completas en diciembre, de lo contrario
se le restan 15 días a esa bonificación. Otra cosa que me llamó la atención es
que trabajan de lunes a sábado casi en todos lados”.
Desde
agosto de 2016 –primero que en Panamá– los nicaragüenses exigen visa a los
venezolanos. El argumento fue un impasse diplomático más que la llegada en masa
de los venezolanos a suelo centroamericano. “El gobierno venezolano ayudó mucho
a Nicaragua en diversos programas sociales; y el ciudadano nicaragüense se
encuentra muy agradecido por eso”. El diario La Prensareseña que desde 2007,
Venezuela aportó a ese país más de 3.500 millones de dólares en cooperación
petrolera.
“Son
gobiernos afines, pero el nicaragüense ha hecho un manejo impecable de su
política económica, atraen inversiones y han sabido controlar la disparidad
entre el dólar y el córdoba. Es una política que aplican desde los noventa, lo
que también habla de disciplina fiscal y monetaria”, concluye.
Al sur y en lo alto
Venezuela
ha donado a Bolivia más de 404 millones de dólares y eso solo hasta el año
2013. El dinero se utilizó en un programa social denominado “Bolivia cambia,
Evo cumple” y el dinero sirvió para financiar más de 4.500 obras desde 2007 y
hasta 2011.
Pese a
los auxilios de entonces, Bolivia lleva más de 10 años con un crecimiento
promedio anual de 5% y experimentan “el milagro boliviano”, como le llaman en
los círculos económicos. Es el país suramericano de mayor crecimiento, por
encima de Chile y Perú. Allá migró Ángel Mendoza junto a su familia, amparados
en las raíces bolivianas de su esposa.
Ya
tienen un año y dos meses viviendo a 3.640 metros sobre el nivel del mar, en La
Paz. Poco a poco han superado la dificultad para respirar a esa altura y ya no
se despiertan con dolor de pecho en las noches. Mendoza es abogado laboralista,
pero se guardó el título y halló en ese país una oportunidad para emprender. A
los tres meses estableció su propio negocio: una panadería artesanal. Sin embargo,
no todo fue color de rosa.
La
primera dificultad que encontró fue el nacionalismo de los propios bolivianos,
que no tienen muchas panaderías en La Paz y que están acostumbrados a consumir
cierto tipo de pan conocido como marraqueta. “Sus patrones de consumo son
radicalmente distintos. Son gente muy conservadora al gastar. No están
acostumbrados a un pan suave a recién salido del horno. O a pagar por un pan
con zanahoria o remolacha, o que tenga orégano y parmesano en la masa”.
La seguridad
y la tranquilidad en La Paz derrumbaron cualquier preconcepción que el abogado
hubiese podido tener. “Yo no me considero una persona prejuiciosa. La Paz es un
ejemplo único de diversidad, en la que los indígenas conservan sus tradiciones,
cultura y vestimenta; y conviven con la modernidad”.
Además
de la posibilidad de levantar su propio negocio, el panadero celebra la belleza
del paisaje paceño y sus montañas. También disfruta las temperaturas de la
primavera que oscilan entre 13° y 15° centígrados. “A veces no crees lo
tranquilo que es esto y te sorprende que algo sea noticia. Eso habla de lo
afectados que estamos psicológicamente los venezolanos cuando nos molesta la
tranquilidad, que en realidad es un valor”.
Extraña
a los médicos y la educación de su país; y reconoce que en Bolivia sigue
habiendo dificultad para el acceso a ciertos servicios y mucha desigualdad.
Trabajan en eso, según el FMI, entre 2004 y 2015, la pobreza bajó de 63% a 39%
de la población y mejoró la distribución del ingreso, de manera que Bolivia
dejó de ser el país más desigual en Suramérica.
Si
algo lo sorprendió al llegar a La Paz fue que el servicio de aseo urbano era
muy “rupestre”, la gente colgaba las bolsas de basura de los árboles y debían,
literalmente, correr detrás del camión; pero en el año que lleva allá ya el
servicio mejoró con la instalación de contenedores. Espera que ocurra lo mismo
con el gas. “Independientemente de la parcialidad política, los gobernantes
piensan en el beneficio de la gente. Y el gobierno regional y el central son
capaces de coordinar acciones para alcanzar eso. Viviendo aquí uno se da cuenta
de cuánto hemos perdido en calidad de vida y humana”. Mendoza espera ser de los
que regresan a reconstruir Venezuela, el problema es cuándo: “En principio
jamás debimos salir, pero nos robaron el futuro”.
Un mes en Belice
Una
oferta laboral hizo que Ylse Acero, a sus 32 años, saliera por primera vez de
Venezuela sin fecha de regreso. No sabía nada de Belice, el país que sería su
hogar durante tres meses, así que comenzó por buscarlo en Google Maps. “Es muy
pequeño, si haces zoom lo vas a ver”.
A
diferencia de Acero, el actor estadounidense Leonardo DiCaprio sí conoce su
existencia y tiene entre sus planes para 2018 inaugurar un resort ecológico en
una isla privada, perteneciente a ese país caribeño, que hace frontera con
Guatemala y México.
La
mala fama del éxodo venezolano precedió la reputación de la productora de
televisión, que al llegar al aeropuerto el 15 de agosto de 2017 se encontró con
un guardia de seguridad que no le quería permitir la entrada y al final terminó
sellándole el pasaporte para una estancia de quince días solamente.
“Afortunadamente esa situación se solventó rápido, fuimos con la persona que me
iba a contratar y una carta de trabajo a la oficina de migraciones y logré que
me extendieran el plazo de permanencia”.
Comenzó
su andar como reportera en un noticiero de televisión en español, uno de los
tres idiomas que se habla en la nación de apenas 380.000 habitantes; donde la
lengua oficial es el inglés y la nativa el creole. Se encontró con un país que
en la teoría es menos avanzado que Venezuela, pero que en la práctica tiene
hospitales mejor dotados, medicinas en las farmacias y supermercados
abastecidos. Y si bien su economía es la más pequeña de Centroamérica, tiene el
tercer PIB per cápita, después de Panamá y Costa Rica. El Fondo Monetario
Internacional (FMI) situó las perspectivas de crecimiento de la región en 3.8%
en 2017 y 3.9% en 2018.
Sin
embargo, las desigualdades son atronadoras: “En la calle puedes ver una casa
súper elegante y al lado otra cayéndose a pedazos, y los más pobres viven en
condiciones muy precarias. Así como hay trozos de calles hechas en cemento, y
de repente vuelven a ser de tierra. No tienen alcantarillado y si llueve el
agua se queda estancada hasta que el sol hace su trabajo”.
Pronto
Acero se dio cuenta de que Belice no era un lugar para quedarse a vivir. “La
comida era cara, al igual que los servicios y la ropa. Es un país que vive de
la caridad de otros”. Las condiciones laborales tampoco fueron las mejores, el
contrato siempre fue de palabra. Cobraba al mes 500 dólares americanos, que
equivalían a 1.000 dólares beliceños, y aunque por el empleo tenía asegurado el
alojamiento, los choques con su supervisor directo hicieron que desistiera de
permanecer allá. Renunció. Esperó una semana más por su pago y salió de ese
país con rumbo a Toluca, en México.
“El
beliceño no es tan confianzudo como el venezolano. Con quienes conversé siempre
fueron amigables y amables y se mostraban sorprendidos de que hubiese un
profesional en el área del periodismo. Allá lo aprenden por el oficio”. También
disfrutó de las fiestas patrias y le pareció un país seguro, aunque los nacidos
allá digan lo contrario. “Se me presentó la oportunidad y no quise
despreciarla, aunque las cosas no salieron como yo esperaba. En Belice aprendí a
querer más a Venezuela”.
Enamorarse de El Salvador
Jenny
Lozano se mudó a El Salvador empujada por las circunstancias. En un máster que
hizo en España se enamoró de un salvadoreño. Él tenía la intención de irse a
vivir a Caracas, pero su matrimonio coincidió con un altercado entre Hugo
Chávez y el presidente del país centroamericano de entonces, Francisco Flores.
Era el año 2006.
“Cuando
fuimos a la oficina de migración en Caracas le negaron los papeles a mi esposo,
violando nuestros derechos, porque yo además aparecía en la Lista Tascón y
hacía poco había participado en una recolección de firmas del Sindicato
Nacional de Trabajadores de la Prensa reclamando no recuerdo qué. Total que yo
estaba rayada por todos lados”, relata.
Aunque
los planes se dieron vuelta, no se arrepiente. Ha tenido buenas oportunidades
de empleo y ha sido bien recibida: “Lo que más me gusta es cómo me han tratado.
Me preguntan por las telenovelas y por las playas. Históricamente Venezuela ha
apoyado mucho a El Salvador en momentos difíciles. Chávez ayudó mucho durante
los terremotos de 2001 y Carlos Andrés Pérez participó en las negociaciones
para que se firmara la paz”. La guerra civil en ese país duró 12 años y los
acuerdos entre el gobierno y la guerrilla apenas se firmaron en 1992.
El
trato es bueno y las diferencias notorias. “San Salvador es una ciudad pequeña,
con un ritmo mucho más lento y la sociedad es más conservadora en el trato. No
se les puede tratar de tú porque se ofenden. Tengo que hablar más despacio o no
me entienden, y si le digo ‘mi amor’ a un compañero de trabajo pensará que me
le insinúo”.
El
Salvador tiene una de las tasas de homicidios más altas del mundo. 2016 cerró
con una tasa de 81,2 por cada cien mil habitantes. “Lastimosamente el riesgo es
más alto en las zonas más pobres por las pandillas. Yo ando en con el celular
por la calle sin miedo y la gente trabaja en los cafés son sus laptops. Todo
depende de las zonas por las que te muevas. En mi urbanización yo fui la única
que le puso rejas a su casa y más bien una vecina me reclamaba porque estaba
afeando la colonia. Yo puedo dejar la casa y el carro abiertos y no va a pasar
nada”.
Lozano
colabora con la organización Un Mundo Sin Mordaza. Calculan que ahora hay
alrededor de 1.000 venezolanos en ese país, cuando en 2012 eran 500 y “cada día
llega más gente”.
Arysbell
Arismendi llegó definitivamente a El Salvador en marzo de 2017. La primera vez
que lo visitó fue en mayo de 2016, asistió a un curso de periodismo y allá
conoció a su actual pareja. Un proyecto de vida en común y la precarización de
la situación económica en Venezuela los llevó a elegir el país de él para
asentarse. “Tengo que agradecer mucho las oportunidades de trabajo relacionadas
con mi profesión. En Venezuela tenía varias fuentes de ingreso, unas más
grandes que otras y aun así tenía que vivir en casa de una tía, y nunca me
alcanzó para cubrir una canasta básica completa para mi sola, aunque gastaba
casi todo mi salario en comida. Acá destino 14% del salario en un mercado
mensual”, dice.
Para
protegerse del peligro sabe que no debe andar por ciertas zonas en las que las
pandillas ejercen el control y prefiere evitar el transporte público. “Son dos
mundos. Acá el lugar en el que naces marca tu futuro. He escuchado a jóvenes
que dicen ‘yo no tuve la suerte de nacer en…’. El progreso depende de si
tuviste acceso a la educación y si eres de una zona que te permita tener oportunidades”.
Allá hay una sola universidad pública y solo 25% de la población está inmersa
en el sector formal de la economía.
“Gracias
a mi experiencia en Venezuela obtuve estas oportunidades, y ahora con 27 años
puedo sostenerme económicamente sola y ayudar a mi familia. En El Salvador ven
a Venezuela como un país de referencia, grande y con desarrollo y se preguntan
cómo entramos en una crisis como la que estamos viviendo”, cierra Arismendi.
Esperanza en el espejo
Su
plan no era buscar trabajo sino emprender. Fernando Villamor dejó Venezuela en
octubre de 2015. Lo agobiaba el horario de oficina, el flux, la corbata y la
rigidez de la estructura bancaria. Su esposa, licenciada en Recursos Humanos y
Administración, lo secundó. Tomaron sus ahorros y se fueron a Guatemala, no a
la capital sino a Cobán, un pueblo en el que en 2014 se contabilizaban unos
250.000 habitantes, cabecera del departamento de Alta Verapaz.
Villamor
ya conocía el país centroamericano y se sentía más a gusto allí que en Panamá o
Costa Rica. Tenía amigos allá y eligió Cobán por ser más barata que la capital.
Ahora regenta un restaurante llamado Rellenas Burger. “Este es un país con
mucho potencial”. El FMI proyecta un crecimiento del Producto Interno Bruto de
3,2 % en 2017, y de 3,4% en 2018. En 2010 había en ese país entre 300 y 400
venezolanos, cuando él llegó en 2015 se calculaban de 1.600 a 1.800 y ahora la
cuenta ya ronda los 3.000.
El
emprendedor ha tenido que utilizar el hospital general de Cobán y se ha
encontrado con que faltan algunos insumos y la gente espera afuera por mucho
tiempo aunque en una escala infinitamente menor a la de su país. “No se quejen
que en Venezuela es peor”, piensa.
Se ha
encontrado con gente amable, respetuosa, sencilla y honesta. En su local no
tiene punto de venta y le dice a sus clientes: “Coman con calma y después van a
un telecajero y me traen el efectivo. O vienen mañana”. Y la gente regresa a
pagar el servicio. En Cobán hay plataformas tecnológicas de desarrollo, en el
colegio de su hijo hay bandas musicales, competencias nacionales e
internacionales de robótica y de matemática. “Y en la capital yo diría que la
mayoría de la población es bilingüe”.
La
primera vez que visitó ese país fue en 2010. En 2017, el quetzal –su moneda–
conserva el mismo valor. “No es que quien llegue aquí vaya a ganar mucha plata,
pero hay muchas oportunidades”. Pese a todo, en Venezuela dejó el carro y la
casa guardados y su aspiración es poder regresar.
Es el
mismo deseo de María Fernanda Huizi, que salió a Venezuela en 2007 con rumbo a
los Estados Unidos, pero una buena oferta laboral para su esposo la llevó, sin
pensarlo mucho, hasta Ciudad de Guatemala. “Es un país en franco desarrollo,
con construcciones, cosas modernas, clima fresco y una vida más tranquila”. En
Venezuela trabajaba en una empresa cervecera; y a su esposo lo contrató en
Centroamérica una ronera. “Salimos previendo el futuro. Los primeros años
íbamos dos veces al año, y ahora tengo cuatro años sin ir. Mi esposo fue hace
poco en un viaje relámpago para poder sacarle la cédula a mi hijo mayor, y el
pasaporte para él. A mi hija más pequeña no he podido sacarle el pasaporte
venezolano. Solo tiene el guatemalteco. Confieso que le agarré como miedo a
ir”.
Asegura
que si hay algún prejuicio con respecto a ese país lo causa el desconocimiento,
“pues si es cierto que es un país con muchas desigualdades también hay
oportunidades. La escasez no existe”.
Como
venezolana si bien siente tristeza al ver el retroceso de su país, vivir en
Guatemala le da esperanza: “Han podido salir de la crisis. Guatemala vivió una
guerra y hoy hay desarrollo e inversión. Cuando logremos recuperar la libertad,
Venezuela resurgirá”.
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