Por Luisa Pernalete
En el año 98 me mudé del Zulia
a Ciudad Guayana, Fe y Alegría me lo pidió y yo acepté. La ciudad me cautivó
desde el primer día. Todo el estado Bolívar, la verdad. De Ciudad Guayana sólo
sabía que estaba entre el Orinoco y el Caroní, y del resto, pues… el calipso de
El Callao: “El Callao tonight, Guasipati, tomorrow night”. De ahí en adelante,
todo era nuevo y sorprendente para mí.
Cuando comencé a visitar las
escuelas de Fe y Alegría quedé nuevamente sorprendida de la calidad y belleza
de algunas. Pregunté cómo las habíamos construido, porque era evidente que se
habían destinado recursos importantes y conocimiento profesional para hacerlas.
“Unas las construyó la CVG -hacía escuelas bellas- y otras la Gobernación en la
gestión de Andrés”, me informaron.
Menciono dos como muestra.
Recuerdo perfectamente mi encuentro con niños, madres y maestros de la Escuela
Gran Sabana, ubicada en lo que popularmente se conoce como sector Core 8, a las
afueras de Puerto Ordaz: ¡Qué belleza de escuela! No solo hermoso aquel plantel,
techos de platabanda, cubierto de tejas, la ordenación de los salones, el patio
central amplio y con caminerías, pasillos techados, amplios también… No hay
duda, quienes la habían diseñado sabían de escuelas. Una señora, tal vez
impresionada por mi mirada, me dijo que ellos estaban orgullosos de su escuela.
Y yo me alegré de que Fe y Alegría hubiese aceptado aquella responsabilidad de
administrar y mantenerlas dignas.
La otra: la de Manakru,
ubicada en la comunidad pemón del mismo nombre, al lado de Santa Elena de
Uairén, frontera con Brasil. Una escuela preciosa, con varios niveles,
aprovecharon el terreno, bien equipada, bien iluminada, digna, como deberían
ser todas las escuelas públicas (y las privadas también). Nada que ver con los
R2, Re, R4, usuales para la época.
Cuando en mi recorrido por el
estado seguí indagando, supe que los maestros estadales de Bolívar eran los
docentes-estadales mejores pagados para ese tiempo. Supe que Andrés había
buscado profesionales que conocían de educación, elevó la formación de los
docentes, el Plan Marrero no era una serie de operativos, espasmódicos; era
algo sistemático: formación, equipamiento, infraestructura, acompañamiento…
Después conocí algunos de esos exfuncionarios como profesores universitarios.
“Por sus frutos los
conoceréis”. Esas escuelas, entregadas en comodato a nosotros, se mantienen
bonitas, es nuestro deber, pero hay que reconocer que nos las entregaron
bonitas. Hay que reconocer que había coherencia entre el discurso de “Nos
importa la educación” y los recursos destinados.
Por cierto, estoy acordándome
de que conozco un liceo de un barrio de San Félix que duró 12 años su
construcción, por fin hace dos años se terminó y se entregó. Y no recuerdo
muchos casos de escuelas nuevas en los últimos años en Ciudad Guayana. Tal vez
existen… Disculpen la digresión.
No soy analista política, pero
soy una maestra, las escuelas me interesan, un terreno para mí es la posibilidad de una escuela, sé
qué hay detrás: madres buscando cupos, maestros héroes, niños que disfrutan con
sus amiguitos, y ahora dificultades para llegar.
Y para terminar, vuelvo a las
escuelas de Andrés. No me extraña que haya gente que quiera ver otra vez a la
educación pública empoderada frente al empoderamiento del Arco Minero
depredador, cometiendo crímenes contra el presente y contra el futuro.
23-10-17
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico