Editorial
Revista SIC 798
Jamás nos resignaremos. A
pesar de que esta revolución que ha degenerado en una “dictadura
constituyente” nos ha introducido en una crisis que filtra las mínimas hendijas
y poros de nuestra cotidianidad haciéndola insostenible y caótica; pese a que
seguimos insistiendo que objetivamente el país se está desmoronando; que la
gran obra del socialismo del siglo XXI, si nos atenemos a los resultados, ha
sido la privatización del Estado por parte de una élite roja, militarista y
totalitaria; que la destrucción nacional del aparato productivo ha generado
unas dinámicas mafiosas sin precedentes en la historia de nuestro país; pese a
la pérdida del equilibrio de poderes, propio del sistema democrático; pese al
deterioro de la convivencia social; la impunidad y la discrecionalidad política
en el ejercicio del poder judicial; el retroceso en el acceso a los
derechos humanos fundamentales, entre muchas otras cosas cuya lista sería
interminable mencionar. Pese a todo esto, creemos que el país no se ha perdido
y está lleno de capacidades y posibilidades para emerger de la crisis.
Nos sostiene la esperanza
cimentada en la fe en Jesucristo, que se apalanca en las capacidades,
posibilidades y memoria que tenemos como sujeto personal, eclesial y social
para sobreponernos a tanta adversidad. La esperanza es una virtud teologal,
nada ingenua, ni escurridiza. Quienes viven con esperanza parten por reconocer
la realidad, no la evaden, ni huyen, sino que se hacen cargo de ella para
discernir con fe los caminos de superación, con la certeza de que ningún tiempo
oscuro es el fin de la historia, que la historia está siempre abierta y llena
de posibilidades humanizadoras.
Por eso, no podemos obviar que
hoy estamos atravesando un árido desierto. El economista Asdrúbal Oliveros
afirma que estamos ante una inminente hiperinflación, tomando en cuenta que los
indicadores de agosto fueron de 35 % y en septiembre de 37 %, siendo el sector
alimentación el más impactado con 55 % en agosto y 48 % en septiembre. Los
estratos sociales más afectados por este desquiciamiento de la economía son los
D y E, donde la inflación es mayor que en los estratos A, B y C.
Dicho de otro modo, son los
pobres los que cargan con el mayor peso de esta crisis, destinando el 90 % de
sus ingresos a mal comer. Para completar este cuadro, Consultores 21
señala que el 50 % de las familias venezolanas comen menos de tres veces al
día; que siete de cada diez conoce a alguien que está pasando hambre y 76 % de
la población considera que la economía es su principal problema.
Si no hay rectificación en la
política económica, seguiremos este deslizamiento precipitado al barranco
porque, según Oliveros, en lo que va de periodo de gestión del presidente
Maduro, esta tendencia inflacionaria se proyecta para el cierre de 2017 en
1.438 %, y ya para septiembre de este año superaba el 1.081 por ciento.
Detrás de estos datos
escalofriantes, injustos, inhumanos, miserables, hay grupos de poder que se
benefician de este estado de cosas, de lo contrario cómo explicar, por ejemplo,
que el 81 % de las importaciones de 2017 se ha realizado a tasa DIPRO, es
decir, a 10 Bs./USD; mientras la tendencia es que para finales de este año el
tipo de cambio paralelo se ubique entre 40.136 Bs./USD y 73.494 Bs./USD.
El control de cambio ha sido
un rotundo fracaso y obedece a intereses perversos de quienes trafican con el
hambre del pueblo. Tal como lo expresó en su momento Aristóbulo Istúriz, uno de
los voceros oficiales del actual régimen, “el control de cambio más que una
medida económica es una medida política”, lo que evidencia, sin duda alguna,
que se trata de una política para hacer de la corrupción una descarada
estrategia de cohesión y permanencia en el poder de espaldas al país.
Ante este panorama trágico no
vale la resignación. San Pablo, en la carta a los Romanos 8,24, nos recuerda
que “esperanza de lo que se ve ya no es esperanza”, la esperanza no es corto
placista, requiere de la paciencia histórica para no sucumbir ni a la
resignación desmovilizadora, ni a la actitud acomodaticia de dejarse configurar
por el sistema, ni al optimismo fervoroso del “vete ya” que conduce a atajos
que llevan a caminos ciegos, tentaciones estas siempre presentes en los
momentos de crisis.
Pero la paciencia histórica no
es pasividad, es constancia activa, cotidiana, empeñosa, que sintoniza lo
cotidiano y pequeño, aparentemente insignificante pero en realidad consistente
y trascendente, con el horizonte de país al que apostamos.
El cambio de gobierno es
importante para salir de la crisis, pero no basta, ni puede ser de cualquier
modo; es necesario valorar todos los esfuerzos que día a día se van dando por
detener la fragmentación del tejido social y buscar fortalecerlo creando
espacios y pulmones para la construcción alternativa del país que queremos.
También consideramos que todas
las oportunidades y espacios que se puedan abrir para cohesionarnos
políticamente en el espíritu democrático, tales como el hito histórico de la
consulta popular del 16 de julio, y ahora las controversiales elecciones
regionales, son necesarias para incidir en una cultura alternativa que haga
sostenible cualquier transformación, porque como decía el maestro Simón
Rodríguez “no hay república, sin republicanos”.
Sin duda alguna, en medio del
desierto que estamos viviendo es evidente que estas tentaciones asechan
buscando arrebatar la imaginación y el corazón de muchos venezolanos (1 Pedro
5,8); pero aunque esta situación a todos nos afecta, no a todos nos influye del
mismo modo, sin embargo, a una porción importante de la población –que incluye
a personas de todos los estratos sociales– la atmósfera mafiosa en la que
estamos inmersos, le ha influenciado a tal punto que se ha dejado configurar a
su imagen y semejanza participando y reproduciendo las dinámicas relacionales
del statu quo y generando un daño antropológico que será difícil de
rehabilitar, aunque no imposible.
Pero, también, en medio de
esta situación adversa somos testigos de la consistencia interior de una
importante mayoría del país en todos los estratos y sectores sociales, que no
se ha dejado influenciar por estas dinámicas relacionales perversas y
solidariamente se conecta para dar lo mejor de sí por el bien común.
El educador que se entrega con
amor al servicio educativo, sabiendo que con el pago de una hora
académica no podrá comprar un huevo; las mujeres de una comunidad que se
organizan para responder solidariamente al problema del hambre de los niños; equipos
directivos que establecen redes educativas para hacer sinergia y responder a
los desafíos en medio de esta crisis humanitaria; personas de buena voluntad y
empresas responsables socialmente que aportan económicamente a iniciativas
sociales y eclesiales de solidaridad con los más necesitados; universidades que
solidariamente se alían a los habitantes del barrio; médicos y enfermeras que
trabajan en situaciones inseguras y precarias salvando vidas; un alcalde que en
su toma de posesión afirma “soy funcionario público transitorio, ciudadano toda
la vida” y pone al ciudadano a soñar la ciudad, dando orden que su nombre no
aparezca en ninguna obra ejecutada en su mandato; organizaciones de derechos
humanos, trabajando en red, convencidas de que los crímenes de DD.HH. no
prescriben y que la memoria es un recurso valioso para la verdad, la justicia y
la reparación.
Todas estas relaciones
salvíficas van configurando un sujeto social consistente capaz de transformar
alternativamente nuestro país. El camino es largo pero posible. Jamás nos
resignaremos.
26-10-17
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