Por Armando Janssens
"Voy a seguir creyendo,
aun cuando la gente pierda la esperanza. Voy a seguir dando amor, aunque otros
siembren odio. Voy a seguir construyendo, aun cuando otros destruyan. Voy a
seguir hablando de Paz, aun en medio de una guerra. Voy a seguir iluminando,
aun en medio de la oscuridad. Y seguiré sembrando, aunque otros pisen la
cosecha. Y seguiré gritando, aun cuando otros callen. Y dibujaré sonrisas en
rostros con lágrimas. Y transmitiré alivio cuando vea dolor. Y regalaré motivos
de alegría donde solo haya tristezas. Invitaré a caminar al que decidió
quedarse y levantaré los brazos a los que se han rendido. Porque en medio de la
desolación habrá un niño que nos mirará, esperanzado, esperando algo de
nosotros. Y aún en medio de una tormenta, por algún lado saldrá el sol. Y en
medio del desierto crecerá una planta. Siempre habrá un pájaro que nos cante,
un niño que nos sonría y una mariposa que nos muestra su belleza...".
Este texto de Gandhi me lo
envió el lunes pasado, después del domingo negro, mi amigo Claudio, que preside
la reconocida Asociación Proadopción, la cual promueve Familias con Corazón
para los niños sin padres.
Como nos suele pasar a los que
trabajamos para la comunidad, al igual que mucha gente, sentimos la tentación
de la desconfianza que se extiende como una enfermedad colectiva entre la
población de nuestro país. La base de una mínima seguridad común sobre la cual
repose la convivencia social se ha erosionado permanentemente por una gran
variedad de motivos: políticos de todo color que prometen, sin sentido real,
trampas de todo tipo como en las últimas elecciones –y que además son
previsibles en las futuras–, debilidad y engaño de cuerpos policiales y de
militares involucrados en la violencia, y el populismo generalizado y visible
por los carnets que no promueve dignidad sino dependencia y sumisión.
De allí la importancia y
profundidad de las palabras de Gandhi, además de la enseñanza cristiana que
apunta en la misma línea, en las que el amor, la caridad y la solidaridad se
constituyen en orientaciones para la vida. Estas virtudes humanas nos nutren
como un potente antibiótico para combatir el desánimo y nos llena de valor para
seguir trabajando con anhelo y esperanza.
El trabajo social con la gente
y sus comunidades es de lo más exigente como responsabilidad compartida. Los
seres humanos no somos máquinas que funcionan a partir de leyes mecánicas y
cálculos matemáticos. Trabajar con la gente es convivir con emociones y
razonamientos diversos y cambiantes. La psicología social se ha ampliado de
manera intensa y abarca cada día más campos para el entendimiento y la
convivencia entre la gente. Pero la “pasta humana” sigue siendo un misterio y
sus expresiones contradictorias y sorprendentes. Basta con ver los resultados
de las recientes elecciones regionales.
Todo eso convierte el trabajo
social en una pasión permanente. A pesar de todo, el trabajo con la gente y sus
comunidades es una fuente de riqueza y crecimiento permanente; pero el promotor
social –sea civil o pastoral– necesita aumentar su humildad para no pretender
sustituir la voluntad de la gente en el complejo proceso de construir su propio
camino. El papel de un promotor es acompañar en profunda escucha, dejando de
lado sus propias verdades; es promover preguntas que puedan ser respondidas en
la conversación compartida, para así avanzar hacia una mayor plenitud y
felicidad. No nivelar hacia abajo en el mínimo común, sino apuntar a los más
altos niveles de cultura, de bienestar social y de valores que acrecienten el
espíritu humano. A eso llamamos humanismo cristiano.
22-10-17
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