Carlos Padilla Esteban 21 de octubre de 2017
Hoy
algunos de los invitados deciden no ir a la boda: Los
convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios;
los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos.
No lo
entiendo. ¿Tendrían algo mejor que hacer? Sin duda pensaban que no les merecía
tanto la pena vivir en esa fiesta. No quisieron ir porque tenían otros asuntos
que atender. En la fiesta iban a perder su tiempo tan valioso. En el trabajo,
en el mundo, había muchas cosas que resolver antes de ir a una fiesta.
Les
pasa como a mí tantas veces que ando desparramado sobre el mundo queriendo
solucionarlo todo. No me quiero entretener en otras cosas menos urgentes. Vivo
tratando de resolver todos los problemas.
¡Cuántas
veces vivo intentando arreglar todo lo que no está bien en mi vida! Vivo
estresado queriendo llegar a todas partes. No hay tiempo para nada frívolo. No
hay tiempo que perder. El mundo está en llamas, me digo, y creo que hace falta
mi presencia. Me da miedo perder la vida de fiesta.
¿Qué
me pide Jesús que haga? ¿Quiere que deje lo importante para vivir de fiesta?
No. Quizás no es eso lo que me dice hoy.
Sí
creo que espera que disfrute más la vida. Quiere que deje de lado mis miedos y
mis angustias. Que pase página con mi tristeza y mis rencores. Que
no viva angustiado temiendo futuros inciertos. Quiere que descanse en sus manos
y disfrute con Él de la fiesta, de su fiesta, de mi fiesta. Se alegra conmigo y
yo con Él.
Pero a
veces no es así. Me ausento de la fiesta. Me quedo en mis cosas. No vivo con
alegría mi fe. No disfruto de lo que tengo y siempre veo la botella de mi vida
medio vacía. Puedo tener más de lo que ahora tengo. Todo podría ser ser mejor.
¿Dónde
queda la fiesta? La dejo para más adelante. Hay mucho que hacer ahora en mi
vida para vivir frívolamente.
Conozco
alguna persona con la que no es posible hacer bromas. Siempre se las toma por
el lado serio. No sonríe y me contesta con seriedad a lo que sólo era simple
humor. No tiene mala voluntad al hacerlo. Le sale así simplemente.
Pero
tal vez, creo yo, no disfruta tanto de la vida. Todo es serio, importante,
fundamental. Quizás ve a Dios como un Dios serio y exigente. Sentado en
lo alto de una cumbre, mirando desde lejos. Distante y duro. Incapaz de reír.
Tal
vez a veces yo tampoco me imagino el cielo como una fiesta sino como un pago
por mis méritos y esfuerzos. No sé disfrutar del gozo de vivir hoy, aquí, con
las personas que Dios me regala.
Hoy
Jesús no me pide que viva de fiesta sin hacer nada. Pero me dice que
estar a su lado es una fiesta, es una alegría. Que tengo que buscar más su
cercanía para tener esa paz que me falta.
Me
recuerda que la vida no es tan seria como yo la pinto. Que vivir a su lado es
motivo de alegría. Y que nadie debería perderse esa fiesta que Dios me ofrece.
Vivir
a su lado es fácil. No tengo que temer nada. Es tan sencillo como eso. Pero yo
a veces lo complico y lo tiño de exigencia.
Quisiera
vivir así, como Jesús me dice. Disfrutando mis días en la tierra. Compartiendo
todo lo que tengo. Sin miedo a perder. Sin miedo a que me hagan daño. Riéndome
de mis miedos y torpezas. Alegrando la vida a otros.
La
fiesta del reino de Jesús es una fiesta para todos. Todos caben en ella. No
quiero hacer distinciones. Quiero dejar que todos puedan compartir el
camino conmigo. Es lo que deseo.
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