Ovidio Pérez Morales 26 de octubre de 2017
La
interpretación de Jesús respecto del poder político es fundamental para el
cristiano y útil para todos. Él no buscó ese poder (“mi Reino no es de este
mundo”, Jn 18, 36), pero sí le definió su sentido y límites, al tiempo que
advirtió sobre sus tentaciones y abusos.
El
escenario político de la vida del Señor fue el de un país ocupado por la bota
imperial romana. Y de un pueblo con clara y añeja conciencia de su identidad,
de su obligante independencia y de su singular vocación histórica, que no
admitía otro señorío supremo sino el de Yahveh. Como “pueblo de Dios” le era
connatural, por tanto, el rechazo de toda dominación externa. Su legítima
autoridad era teocrática.
En una
ocasión (Lc 20, 25) le quisieron tender a Jesús una trampa con la pregunta de
si se debía o no pagar el tributo al César (emperador). Una respuesta negativa
implicaba el desconocimiento del poder ocupante con las consecuencias que eran
de esperar; y decir que sí le acarrearía la acusación de colaboracionista, cosa
indigna de un genuino judío. ¿Qué contestó Jesús mostrando la imagen del
emperador estampada en una moneda de uso corriente? “Pues, bien, lo del César
devuélvanselo al César, y lo de Dios a Dios”. Fue una hábil y desconcertante
salida, a la par que brindó un sólido criterio de discernimiento en campo tan
delicado y espinoso como el de la relación religión-política, religión-Estado.
Distinción de campos que exige una no fácil pero necesaria reflexión sobre las
respectivas competencias e interrelaciones.
Sobre
el poder, su sentido y finalidad, así como sobre un indebido ejercicio del
mismo, tenemos otras palabras del Señor. Las dijo a propósito de una discusión
de sus discípulos acerca de la supremacía de liderazgos: a quién de ellos le
cabía ser el jefe, el mandamás. Admonición de Jesús: “Ustedes saben que los
jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las
oprimen con su poder. No ha de ser así entre ustedes, sino el que quiera llegar
a ser grande entre ustedes, sea su servidor” (Mt 20, 25-26). Jesús –que vino no
a ser servido, sino a servir y dar su vida por todos– plantea el poder como
servicio.
Dios,
al crear al ser humano como ser social, legitima la existencia de una
auctoritas para ordenar la convivencia humana hacia el bien común. Por cierto
que “autoridad” viene del verbo latino augere (crecer y hacer crecer,
acrecentar, enriquecer) y su tarea ha de ser, por tanto, procurar el desarrollo
de a quienes “manda”, es decir, servirlos. Esta es la finalidad del poder en la
comunidad política.
¡Qué
bien cae esta enseñanza de Jesús en nuestra realidad nacional en grave crisis,
debida principalmente a un régimen que busca imponer a la ciudadanía un
proyecto dictatorial militarista tendiente al totalitarismo comunista! Pero una
realidad que muestra también una oposición fracturada en buena medida por
proyectos partidistas o personales autorreferenciales, que frustran las aspiraciones
de una ciudadanía agobiada por el hambre, la falta de medicamentos y de
seguridad, la opresión policial, militar y paramilitar, la incertidumbre. Al
régimen le interesa atornillarse en el poder sin importarle la gente; y a la
oposición el juego de intereses propios le desvía la mirada de lo que le ha de
ser prioritario: las necesidades y angustias de la población.
Para
la Iglesia es claro lo siguiente: “El principio, sujeto y fin de todas las
instituciones sociales es y debe ser la persona humana, la cual, por su misma
naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social” (Concilio Vaticano II,
Gaudium et spes 25). La persona humana, con su dignidad y derechos
inalienables, tiene carácter de fin y no de medio o instrumento. Al servicio de
la persona y de la comunidad humana existe y ha de funcionar el Estado
(gobiernos, partidos, instituciones, organizaciones).
Venezuela
se nos está cayendo a pedazos. Exige un gran esfuerzo unitario para reconstruir
el país y echarlo adelante. Urge una unión efectiva para afrontar la tarea, con
un liderazgo orientado no a la dominación o la satisfacción egoísta, sino al
servicio a los venezolanos.
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