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miércoles, 18 de octubre de 2017

Un “rancho” llamado Venezuela por @ajmonagas


Por Antonio Sánchez Monagas


El término “diáspora”, admite distintas acepciones o sentidos. Su etimología destaca significados registrados desde la perspectiva de la sociología, la religión y de la historia. Sin embargo su comprensión más expedito, remite al concepto de dispersión. O mejor aún, al de “desbandada” lo cual da cuenta de una retirada, abandono o escapada de un importante grupo de personas que, a modo de huida o deserción, causa un descalabro social capaz de desestabilizar el crecimiento y consolidación de varias generaciones con serio impacto en el desarrollo de una colectividad, sociedad o nación.

La historia universal, tanto como el Antiguo Testamento de la Sagrada Biblia, refieren “diásporas” provocadas por deportaciones motivadas por confrontaciones bélicas o conflictos políticos o geopolíticos. Aunque es un término griego, derivado de la palabra hebrea que traduce “exilio”, el mundo antiguo fue escenario de descomunales desplazamientos humanos. Particularmente, el siglo VI a.J.C., vivió históricas deportaciones de poblaciones de judíos obligadas por invasiones o conquistas consumadas por la guerrera Palestina cuyo afán de ocupación de territorios obedecía a motivos ideológico-religiosos.

Las diásporas, han estado presentes a lo largo de historias políticas de buen número de naciones. Sobre todo, de aquellas cuyos desarrollos económicos y sociales se vieron violentados por la desmedida avidez de decisiones que embrollaron acciones con reacciones. Pero también, ocurrencias con recurrencias, situaciones con estructuraciones, discurso con realidades. En medio de tales vorágines, no tuvieron forma de diferenciar lo urgente de lo importante. Estas desbandadas de valiosos grupos etarios, azuzadas por graves equivocaciones de políticas nacionales, condujeron naciones a profundos “despeñaderos”.


Como nunca, hoy Venezuela está herida de gravedad por el desplazamiento de gruesos contingentes de su juventud y calificadas capas profesionales. Todo, debido a la enorme crisis económica que, por indolencia o incompetencia, ha provocado el gobierno central. Cifras reveladas por medios preocupados por tal corrida de venezolanos, hablan de más de dos millones lo cual evidencia la magnitud de un problema que escapa de la posibilidad de ser lidiado desde la propia coyuntura en la que el mismo ha tomado fuerza.

Países como Colombia, Uruguay, Argentina, Chile, México, Estados Unidos, Perú y España, han sido algunos de los territorios escogidos por quienes apostaron al futuro. Se la jugaron, a riesgo de las dificultades a encontrar. Estos venezolano prefirieron liar los bártulos, que continuar sometidos a la cabalgante inseguridad, al insidioso deterioro económico y a la inaguantable polarización social, que lamentablemente caracterizan a un país que, como Venezuela, pasó de nación petrolera a país indigente. Esta gente decidió librar tan particular batalla, a sabiendas de la incertidumbre financiera y emocional con la que podría toparse. Pero la necesidad de sosiego, pudo más pues potenció su esperanza de dar con la paz y las libertades que todo ser humano precisa.

El exilio de tantos venezolanos, superó la diáspora que, en el siglo XX, otras realidades padecieron. Sólo que ésta, tiene el amargo sabor de la contradicción que tal vivencia representa de cara a las aprietos y ahogos que arrastra en su paso hacia nuevos y desconocidos derroteros. De una Venezuela boyante en democracia, según indicadores develados por organismos multilaterales especializados en rastrear tan delicada información, el país cayó en una situación causada por el desmantelamiento de la institucionalidad democrática. Ahora, la Venezuela del siglo XXI difiere considerablemente de la Venezuela que respiraba recursos servidos para elevarle la calidad de vida a sus habitantes. Aunque relativamente. Aún así, el país que distinguió la segunda mitad del siglo XX, se correspondió con criterios pautados por paradigma afianzados en la teoría del desarrollo.

El panorama que pinta Venezuela, es tétrico. La corrupción encubierta por la grosera impunidad, ha favorecido la clase dirigente del partido oficialista tanto como a la comunidad militar más allegada a las altas esferas gubernamentales. Esto hizo que el país sucumbiera por los cuatro costados. Entre complacientes compromisos fraudulentas promesas, Venezuela empobreció. Al extremo que, buena parte de proyectos capitales de inversión e infraestructura, como por ejemplo: la Central Hidroeléctrica Manuel Piar, el Complejo Industrial Gran Mariscal de Ayacucho, el Tercer Puente sobre el Orinoco, la Planta Termoeléctrica Antonio José de Sucre, el Ferrocarril de Guacara, el Parque Eólico Paraguaná, entre otras gigantescas obras de ingeniería, fueron abandonados generándose pérdidas multimillonarias en divisas. No conforme con tan patético cuadro de barbaridades, el país es halla en un estado calamitoso. Calles llenas de huecos; basura acumulada por doquier; desagües urbanos colapsados; vías sin defensas y oscuras; zonas industriales semiparalizadas, comercios cerrados.

En otras palabras, Venezuela se encuentra arruinada. La idea de “rancho” domina el pensamiento de muchos venezolanos cuando hacen largas colas para comprar alimentos, baterías para carros, neumáticos, medicamentos, sin tener idea del tiempo derrochado. O cundo venden la dignidad al mejor postor disfrazado de “gobierno”. Pocos advierten que quienes aceptan someterse a este modo de vida, “socialismo del siglo XXI”, de alguna manera están contribuyendo a que dicha situación prosiga. Todo esto hace ver que el país lo arrastró el caos a situaciones de extrema vulgaridad. Y para ello han servido los controles gubernamentales que operan por doquier. Dichos manejos han desgraciado al país. O como alguien tuvo la valentía de escribir por las redes sociales que Venezuela es “un país donde las mujeres hacen cola para parir, los muertos para ser cremados o velados, y los enfermos para paliar sus males. No hay gas para cocinar. El latón de las urnas escasea porque la empresa que lo producía, está quebrada. Se vive en un país donde no hay carros, comida, dólares, ni pasajes. Los comercios están acorralados por el martillo oficial, inspecciones y multas. Las empresas que continúan abiertas, están a menos del 40% de su productividad. Ningún servicio público funciona. Lo peor es que la ineptitud vienen acompañada de fanatismo”. Y tan malos tratos, seguirán azotando al pueblo porque algún jerarca se le ocurrió decir: Chávez vive y la lucha sigue.

Pero muchos entendieron que bajo estas condiciones, nada mejoraría. Optaron por dejar sus querencias a un lado y marcharse sin olvidar que dejaban su país. Pero no sus legítimos deseos y necesidades de superación. Así comenzó la “diáspora” venezolana cuando concienciaron no merecer las inicuas limitaciones de un régimen catastrófico que convirtieron tan hermosa naturaleza en un “rancho” llamado Venezuela.

15-10-17




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