Editorial
Elvia Gómez
El régimen que domina a
Venezuela ha decidido lanzar al fondo del albañal la llave maestra que abre
todas las puertas de la democracia moderna. Justo este año, Venezuela cumplió
–no celebró por razones inherentes a las tiranías– 70 años de la
inauguración del voto universal, directo y secreto, que implicó también la
incorporación a la plena ciudadanía de las mujeres y los analfabetos, que ganaron
desde entonces su derecho a elegir. Para ese momento, Europa estaba despertando
de la pesadilla infernal de la guerra, propiciada por un déspota electo
libremente por una sociedad ilustrada.
El pasado domingo, luego de un
debate público que por semanas tomó los espacios de los medios de comunicación
y las redes sociales, se llevaron a cabo en Venezuela las elecciones para
gobernadores con los resultados ya conocidos. El Gobierno y sus aliados
–estatales y paraestatales– han ido perfeccionando un sistema perverso que hace
que se apriete más el nudo de la soga mientras la sociedad se agita tratando de
zafarse. El objetivo pareciera ser condicionar a los venezolanos para que en el
futuro, mediante una terapia psiquiátrica-política de la aversión, rechacen el
voto por la asociación de una frustración creciente cada vez que se intenta su
ejercicio.
Hace un par de meses, en
este mismo espacio, se reflexionó sobre la deuda que la
generación nacida con los albores de la democracia mantiene con ella, pues
permitió –por acción y omisión– la instauración de este modelo que está
condenando a las nuevas generaciones de venezolanos a las privaciones que los
asesores cubanos del Gobierno de Chávez y Maduro ya aplicaron, con sevicia,
contra la población de esa isla.
Resulta conmovedor hurgar en
las hemerotecas venezolanas y leer con cuanta emoción acogieron los
venezolanos, en 1946, su derecho a votar para elegir la Constituyente que les abrió
las puertas, con la Constitución de 1947, a designar ese mismo año a Rómulo
Gallegos como Presidente de la República; o cómo, en 1958, derrotada ya la
dictadura de Marcos Pérez Jiménez, los electores hicieron enormes filas para
favorecer a Rómulo Betancourt como el primer presidente sustentado por el Pacto
de Puntofijo. Entonces, esta población que hoy se debate entre acusaciones
mutuas por haber votado o dejado de hacerlo el domingo pasado, es, por encima
de todo, albacea de un derecho constitucional que costó vidas, sangre y
libertades a muchos ciudadanos que hoy reposan en los camposantos y que
creyeron haber dejado su herencia a salvo. Es, pues, una tarea de importancia
inconmensurable agotar todos los esfuerzos y lucidez de miras para mantener viva
la llama del derecho al sufragio, baluarte de la democracia.
Son comprensibles las críticas
que se están haciendo a la dirigencia de oposición por sus fallas estratégicas
y comunicacionales, pero lo que todo el país democrático debe tener como
principal foco de lo acontecido es que existe un aparataje alimentado con
ingentes recursos públicos –que se escamotean a la crisis humanitaria– que
actúa con absoluta carencia de escrúpulos para perpetuarse en el poder. Para
ello, es obvio que el régimen ha estudiado los aciertos y errores de los
gobiernos que en todo el mundo le han precedido en la ruta de la autocracia. No
en balde, Chávez premió a algunos de esos “insignes” pioneros de los gobiernos
perpetuos con réplicas de la espada de Bolívar, en sendos actos de oprobio para
la venezolanidad. Baste citar a Robert Mugabe, quien se mantiene en su cargo en
Zimbabwe, por encima del daño terrible que le ha causado a sus conciudadanos y
pese al repudio de la comunidad internacional por las múltiples irregularidades
documentadas y denunciadas en sus procesos electorales Es menester recordar que
a pocos días de las elecciones del 15-O, la Mesa de la Unidad Democrática
exigió al Gobierno de Maduro la expulsión de Venezuela de asesores
nicaragüenses enviados por el gobierno de Daniel Ortega, quien ha sido acusado
ya por casi una década de montar “farsas” electorales para conservar el poder.
Foto: AP
Es urgente abrir los ojos y el
entendimiento para darse cuenta de que el Gobierno avanza en su ruta de
ensuciar hasta tal punto el sufragio que los electores pierdan todo interés en
él y se instaure el chavismo-madurismo y sus derivados sine die.
En el año 2000, miembros de la
sociedad civil de Perú escenificaron semanalmente en Lima, frente al palacio de
gobierno, una ceremonia de protesta pacífica que consistía en lavar la bandera
de su país con jabón “Bolívar”, como símbolo de la lucha contra la corrupción
del régimen de Fujimori. Del mismo modo, en Venezuela, los ciudadanos que
aspiran a superar esta etapa negra de la historia de manera pacífica están
llamados a idear todas las formas posibles para “lavar” el voto y quitarle toda
la inmundicia con la que el Poder Electoral lo está sepultando. Se trata de una
tarea tenaz, sostenida, militante, de toda la sociedad venezolana para superar
ese error ortográfico que se coló en el sistema republicano y obstruye el
derecho a cambiar de parecer. Que la “tramparencia” dé paso a lo traslúcido, a
lo claro, a lo confiable, que la convocatoria a las urnas vuelva a ser la
fiesta democrática que, el 27 de octubre de 1946, sacó a los venezolanos a la
calle, muy de madrugada, para legarle a las generaciones futuras su derecho
constitucional a elegir.
20-10-17
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