Vladimiro Mujica 18 de octubre de 2017
Es
difícil imaginarse un ícono más emblemático de la complicidad de los poderes
públicos para usurpar la soberanía del pueblo, que la imagen sempiterna de la
presidenta del CNE anunciando una nueva “tendencia irreversible” en los cada
vez más viciados procesos electorales venezolanos. No cabe duda alguna, ni en
nuestro medio, ni internacionalmente, que el acto democrático elemental de
votar se ha ido transformando en la Venezuela de estos días en una odisea para
enfrentar los abusos y tropelías contra el ciudadano que se expresan no
solamente en las decisiones del Poder Electoral, sino en la connivencia con las
bandas organizadas del chavismo.
Soy de
quienes estaban convencidos que aún con toda la trampa y el abuso de poder
anunciados y practicados por el régimen para impedir que la mayoría se pudiera
expresar con claridad en las elecciones de gobernadores, era indispensable
participar en ellas. Pero votar en dictadura no tiene la misma connotación ni
el mismo significado que votar en democracia, y los venezolanos acudieron a un
acto electoral bajo las condiciones impuestas por un régimen dictatorial, que
solamente preserva un impúdico taparrabos de legitimidad. El verdadero dilema
de la oposición era participar para evidenciarse como mayoría, o participar
para evidenciar el fraude ante el país y la comunidad internacional. Pero, la
paradoja trágica de lo que está ocurriendo es que corremos el riesgo de no
poder hacer ni lo uno ni lo otro, a menos que terminemos por aprender lo que
tanto nos ha costado aprender en estos eternos 20 años de chavismo: que
recuperar el país depende de un cambio profundo en la manera de hacer política
y de relacionarse con la gente.
No se
puede insistir lo suficiente en que el primer elemento de cambio está en la
necesidad de hablarle con claridad y honestidad a la gente, y hacer partícipe
al ciudadano de las decisiones políticas. Eso y conformar un liderazgo que
finalmente actúe como una verdadera dirección política y no como una alianza
electoral o, peor aún, como un espacio de enfrentamiento interno frente a un
adversario que cuenta no solamente con los recursos económicos para comprar
conciencias y apoyos, sino con una ductilidad asombrosa para adaptarse a las
condiciones políticas más adversas, recurriendo a una combinación de acciones
delincuenciales con abuso de poder.
La
premisa central que permitía correr el riesgo de participar en las elecciones
era asegurar la participación de la gente. Si esa premisa se quebrantaba por
una combinación del llamado abstencionista con el cansancio y la frustración de
la gente por lo que se percibe como una ausencia de éxitos opositores, a pesar
de los sacrificios y movilizaciones de la población, el resultado era una
derrota cantada. Eso aparentemente ocurrió en Miranda, con una abstención
brutal mayor al 50% en Chacao, y no ocurrió en Táchira. Claramente los gochos
entendieron mejor que nadie en Venezuela que cuando se necesita calle la
respuesta es calle, y que cuando hace falta votar es necesario votar, a pesar
de todos los obstáculos y marramuncias del régimen y sus bandas armadas. Ahora
se percibe con toda claridad que el liderazgo opositor no logró transmitirle a
la gente un mensaje creíble sobre la necesidad imperativa de la participación
para que el riesgo de entrar en la contienda electoral pudiese transformarse en
una victoria.
Hablarle
con claridad a la gente implicará también admitir que será imposible verificar
el fraude en la elección con la auditoría simple prevista en el reglamento
electoral, la cual solamente atiende a la constatación de la información global
en los cuadernos y la consistencia de las actas en manos de los testigos con
los resultados transmitidos al CNE. Al igual que la elección de Capriles contra
Maduro las actas terminarán por ser consistentes con los resultados porque allí
nunca ha estado la trampa. Si se pretende construir un caso de fraude
electoral, más allá del fraude indiscutible en las condiciones mismas del
proceso, será necesario auditar las huellas en los cuadernos porque es allí
donde se encuentra la evidencia forense del delito de usurpación de identidad
del votante. Algo que es imposible de hacer sin la complicidad de la mesa o
contando con la presencia de testigos de la oposición.
Es
mucho lo que tendrá que hacer la oposición para salir del atolladero en que se
ha metido no solamente por las trampas del gobierno sino por nuestros propios
desaciertos. Quizás sea tiempo de considerar que es preferible que el régimen
destituya a los gobernadores electos de oposición antes de juramentarse frente
a una ANC abiertamente inconstitucional. Quizás haciendo esto se logre
recuperar cierta consistencia en nuestra actuación frente a los ojos de la comunidad
internacional, sin cuyo apoyo no vamos a salir de la horrenda situación en que
está metido el país.
He
reservado para el final la conexión con el título del artículo. Es posible que
el ominoso anuncio de Tibisay Lucena sobre tendencias irreversibles esta vez se
aplique al régimen en su tránsito de salida del poder. El régimen está
profundamente deslegitimado, la economía está herida de muerte y el país se
desangra de su gente y su futuro día a día. Pero esta tendencia irreversible
dejará de serlo y se transformará en realidad solamente si la oposición
encuentra el modo de aprender de sus errores y la ciudadanía, la gente, termina
por entender que no habrá escapes sencillos al drama nacional. Comprender,
finalmente, que salir de una dictadura impone un tipo de racionalidad y
consistencia en la actuación política a las que los venezolanos obviamente no
estamos acostumbrados.
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